Guillermo Ortega (ALN).- Argentina de nuevo en moratoria, es una especie de deja vu, un ciclo que se repite con cierta monotonía. Y no deja de tener algo de crueldad, como el mito de Sísifo. Mauricio Macri cerró el capítulo del default de 2001, reintrodujo al país en los mercados voluntarios, negoció con los fondos buitres luego de una batalla de 15 años y parecía destinado a modernizar el país, pero al término del gobierno, el legado no puede ser más desafortunado.
Mauricio Macri termina entregando una Argentina en peores condiciones a la que encontró. Cualquier métrica que se utilice no puede ser más elocuente. El legado es un país con un ingreso per cápita casi 10% por debajo, y por si fuera poco, con un nivel de deuda sobre PIB que es casi el doble al que consiguió.
Los problemas actuales son un recuerdo muy doloroso de que no basta tener un buen equipo económico, ni el soporte de financiamiento externo. Macri tenía una especie de dream team, una combinación de lo mejor de la banca de inversión, con figuras rutilantes del mundo académico y uno que otro exfuncionario del Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial, que ensamblaron un programa con el objetivo de sacar a la economía del foso de los controles y el estancamiento. Además, el gobierno concitó el apoyo de los mercados.
El Fondo Monetario ensambló un programa de financiamiento de cerca de 57.000 millones de dólares, el más grande hasta la fecha, en un intento de facilitar lo que sería un ajuste de su balance de ahorro e inversión que permitiese recuperar una senda sostenida de crecimiento.
Muchos esperaban que esa combinación de medidas sensatas, de desbloquear el acceso a los mercados de deuda, más un tremendo soporte de financiamiento externo, bastaría para colocar los problemas de la economía argentina como un asunto del pasado.
Lamentablemente la historia no tuvo un final feliz y el desenlace no deja de sorprender.
¿Qué fue lo que pasó?
Examinando las cosas en detalle, lo que ocurrió no es algo que sea muy diferente a algunos episodios anteriores. La secuencia de las medidas no ayudó en mucho.
1-El gobierno comenzó levantando el control de cambio, con un sobreajuste inicial en el tipo de cambio, lo que suele ocurrir en esas situaciones.
2-Luego de ese ajuste inicial, la tasa de cambio se estabilizó por un breve periodo.
3-El producto cayó en 2016.
4-Cuando la economía empezó a recuperarse, en ausencia del ajuste fiscal necesario, se restituyó la presión sobre el mercado cambiario.
5-En el intento de defender la tasa de cambio el Banco Central comenzó a perder reservas.
En realidad, la gradualidad del enfoque estaba más que justificada por cuanto el gobierno de Macri comenzó sin soporte de financiamiento externo. La asistencia del Fondo no llega sino hasta junio del 2018, luego de casi dos años de gobierno. Es cierto que buena parte del ajuste cambiario ya se había producido con la unificación cambiaria, que fue una de las primeras medidas, pero el tipo de cambio siempre es una especie de caja de resonancia que tiende a sobre reaccionar ante cualquier desequilibrio. En materia de política cambiaria es una decisión muy difícil dejar perder el ancla cambiaria y con ello dejar a la deriva las expectativas, sobre todo cuando no se tiene el suficiente ajuste fiscal.
Ese era el marco de problemas que sirvió como antesala cuando se ensambló el programa con el FMI. El equipo económico, con Federico Sturzenegger y Prat Gray a la cabeza, estaba perfectamente consciente de esa difícil relación de intercambio entre pérdida de reservas y ajuste fiscal, y los equipos del Fondo, fieles a lo que es doctrina en el organismo, se oponen a defender el tipo de cambio arriesgando financiamiento.
Adicionalmente no basta con tener un buen equipo económico, al final un gabinete son muchos frentes abiertos en los que cualquier ministro, el de agricultura o el de la seguridad social, puede descarrilar el ajuste fiscal con una decisión de subsidios o una concesión sobre el cálculo de las pensiones.
En ese dilema, que es tradicional en los programas con el Fondo Monetario Internacional, se les fue el tiempo y la suerte del gobierno de Macri.
La economía argentina tiene muy escasa competitividad, con un sector privado básicamente apostando todo a los movimientos cambiarios, de tal manera que la apreciación real que lleva consigo una experiencia exitosa de estabilización, terminó conspirando contra el mismo programa. Ya sucedió con la estabilización de Domingo Cavallo y un capítulo similar, sólo que de menor duración, tuvo lugar en el gobierno de Macri.
El sector público además tiene un balance estructural muy precario, de manera que tampoco se produjo el ajuste necesario para restituir la solvencia de las cuentas fiscales que permitiese por esa vía estabilizar el sector externo.
Cuando finalmente el tipo de cambio empezó a sobrerreaccionar, todo se tradujo en un fuerte movimiento de expectativas que fomentaron una brusca salida de capitales.
Es la historia de siempre de la economía argentina. No basta con un ajuste contable en la ecuación del balance externo, cualquiera que haya estado en medio de un programa de ajuste sabe que esa combinación de narrativa y ajuste es muy volátil, y en medio de todo también hay que contar con algo de suerte para manejar las expectativas. En materia de programas de estabilización, ocurre que a veces la narrativa cuenta maás que los números del ajuste.
La historia del FMI y Argentina
La historia de Argentina con el Fondo es muy larga. Son 21 programas de asistencia y una gran cantidad de economistas argentinos que se han sentado en ambos lados de la mesa en varias de esas negociaciones. Y no es una historia muy exitosa. Con el programa de convertibilidad, al principio dentro del organismo se tenían muchas reservas, aunque luego terminó involucrándose con grandes estructuraciones en 1996 y mucho más en el 2000, justo un año antes de que estallara la crisis. La participación del Fondo fue un escándalo para la época y significó, entre otras cosas, la salida del entonces director del hemisferio occidental y grades modificaciones en varios departamentos.
El FMI es una estructura muy rígida con burócratas que están sometidos a una fuerte presión institucional. Algunos piensan que la rigidez fue heredada de las estructuras europeas, con el Vaticano a la cabeza, donde las jerarquías son demasiados importantes, y nadie le lleva la contraria al jefe.
Es conocido que los más importantes errores de política económica, las más desastrosas recomendaciones de política en el Fondo, se hayan cometido justamente por esa rigidez en la estructura jerárquica. Esa ha sido una observación recurrente de su oficina de evaluación interna, conocida por sus siglas en inglés (IEO).
Los informes dan varias pistas de los problemas de la organización.
1-Hay un divorcio entre los organismos que se encargan de la investigación y los encargados de la relación con los países, los que imponen la doctrina.
2-Los funcionarios de campo siguen utilizando los viejos modelos, dejando de lado temas esenciales relacionados con finanzas y expectativas.
3-Departamentos como el de investigación y el de mercados de capitales, que tienen enfoques más flexibles, que saben de la importancia de los mercados de financiamiento, a veces son relegados a un segundo plano.
4-Es cierto que el Fondo se involucró de manera muy importante en 2018, con un megaprograma, pero lo hizo de forma tardía.
5-Llevó cerca de un año negociar el programa y cuando los fondos comenzaron a desembolsarse, ya la secuencia de las reformas estaba en cuestionamiento.
6-La presión en el mercado cambiario se tornó insostenible y los cambios de dirección y las contradicciones en el gobierno de Macri tampoco ayudaron mucho. Era necesario sostener la política cambiaria, pero de nuevo el FMI desempolvó uno de sus viejos principios: no utilizar recursos del financiamiento para sostener el tipo de cambio. En esos casos es demasiado importante jugar de forma agresiva y si se quería defender la administración de Macri había que estabilizar el tipo de cambio. De nuevo la rigidez terminó conspirando contra el éxito del programa.
Dónde está Argentina hoy
La situación es complicada. Obviamente no tanto como en 2001, aunque algunos ribetes son similares. La razón de deuda a PIB no es tan alta como el 150%, pero producto del ajuste cambiario supera el 80%, duplicándose sobre los niveles que encontró la administración saliente.
Un gobierno que comienza con un discurso que parece alejado de las reformas y señalando culpables, uno de ellos al mismo Fondo. La relación del FMI con Argentina ha sido complicada pero siempre consigue su curso. Cuando hubo la crisis de 2001, el organismo ya en 2006 había cobrado sus deudas.
El gobierno de Alberto Fernández parece haber aprendido de los errores. Es más pragmático y tiene un equipo económico sin la ingenuidad ideológica y con bastante mejor nivel que la administración de los Kirchner. Todo pareciera indicar que ambos tienen incentivos para entenderse. Con toda seguridad los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner no hubiesen sobrevivido por mucho tiempo sin esa especie de prestamista de última instancia en que se convirtió el chavismo. La situación hoy es diferente.
El país necesita más competitividad, una eficiente reforma fiscal, y sobre todo acceso a los mercados. El Fondo por otra parte ya ha apostado demasiado y necesita recuperar sus recursos. Es el viejo adagio de cuando un deudor entra en dificultades, si el deudor es grande el problema es primordialmente del acreedor. Un ciclo trágico que comienza de nuevo.