Rafael Alba (ALN).- Algunos cronistas madrileños han señalado las supuestas debilidades del show presentado por la cantante en el Festival Mad Cool. A cambio, la artista sigue cosechando éxitos en EEUU, incluido un reciente reportaje elogioso publicado por The New York Times.
A ustedes, queridos y sufridos lectores, a lo mejor les gustará más o lo mismo les gustará menos. Incluso no les gustará nada. Por mucho que si lo reconocen en voz alta en un vagón de metro especialmente concurrido, puede que se encuentren tan aislados entre la multitud, como los valientes caballeros y damas de Ciudadanos en el centro de cualquier manifestación del Orgullo Gay que se celebre a lo largo y ancho del territorio español. Ya saben lo que dicen. Que sobre gustos no hay nada escrito. Pero más allá de las filias y de las fobias que son puro patrimonio de cada cual, los datos están ahí, son completamente objetivos, y no pueden negarse caprichosamente. Ni siquiera si te llamas Inés Arrimadas y te cae fatal Fernando Grande Marlaska, ese ministro del Interior que se especializa en situar la diana de las masas sobre las cabecitas virginales de las chavalas ingenuas que se dedican a la política. Así que admítanlo, por mucho que les duela. Vivimos en el mejor de los tiempos posibles porque hemos tenido la fortuna de ser testigos presenciales del imparable ascenso a la cima del éxito global de la gran Rosalía, la inventora del flamenco futurista. Esa visionaria que aliñó sus melismas con el arsenal sonoro del trap.
Ya discutiremos más tarde, si se tercia, qué parte del éxito de la chica podría atribuirse a C. Tangana, el artista también conocido como Puchito, que ha compuesto algunas canciones con ella. O a Pablo Díaz-Reixa, un especialista en crear grandes beats, al que el público conoce con el sobrenombre de El Guincho. O a una manager sin miedo llamada Rebeca León, que supo hacer grande a Juanes, o a William Morris Endeavor (WME), una agencia estadounidense de booking en la que trabaja Samantha Kirby Yoh, famosa especialista en la búsqueda de actuaciones, que ha dirigido y dirige las carreras de artistas como Florence & The Machine, Alicia Keys, LCD Soundsystem, Björk, o Massive Attack. Y que algo sabe de esto, por lo visto. Pero no podemos negar la evidencia. No podemos discutir el hecho concreto de que Rosalía ya ha pasado a la historia y es, además, la nueva reina incontestable del pop español, la primera gran diva hispana que seduce al público de medio mundo, Madonna incluida, desde los tiempos en que Julio Iglesias aspiraba a convertirse en el sucesor de Frank Sinatra tras haber abandonado sus pretensiones de llegar a ser el portero titular del Real Madrid por culpa de una -¿inoportuna?- lesión.
No pasa una semana sin que tengamos nuevas pruebas de su grandeza y su gloria. Tan impresionante es la posición que Rosalía ha alcanzado en el mundo que se permite lujos tales como no actuar en la boda de Sergio Ramos y Pilar Rubio porque el escenario previsto no estaba a la altura de su espectáculo. O, más impactante, todavía si cabe, que es capaz de hacerse una foto junto a la princesa del pueblo, ya saben, la sin par Belén Esteban, donde la killer de Telecinco pone carita de fan que acaba de recibir un autógrafo. Y eso que la exclusiva de su matrimonio, servida a todo color en poderoso papel cuché por Hola, quizá la revista del corazón más importante del mundo, parecía que iba a marcar la actualidad de un verano muy competitivo en esto del colorín, en el que también Isabel Pantoja ha buscado su protagonismo perdido a base de pasar penalidades en un destino solitario, remoto y poco paradisíaco. Pero… ya ven, ni la una ni la otra han podido hacer sombra a Rosalía. Una crack de quien en los últimos tres días, por ejemplo, hemos sabido, que The New Yok Times la llenaba de elogios y que el vídeo de su tema Con Altura, compartido con J. Balvin y El Guincho es el cuarto más visto en YouTube en lo que va de año con 499 millones de visitas. Y subiendo.
El último vídeo de Ariana Grande
Así que, acéptenlo. No es el momento de criticar a Rosalía. Ningún español de bien debería atreverse a poner palos en las ruedas de ese carro triunfal en el que la joven diva se dirige a velocidad vertiginosa hacia el puesto que tiene allí. En el Olimpo de las diosas del nuevo pop global. Junto a su compinche Billie Eilish, con la que ya ha grabado. O Ariana Grande, cuyo último vídeo, 7 Rings, se sitúa justo por detrás de la cantante española en ese ranking mundial de visionados en YouTube del que les hablábamos antes (es el quinto con 484 millones de visitas, 15 millones menos que el de Rosalía). O -¿por qué no?- a una Beyoncé a la que está a punto de pasársele el arroz y quizá sea pronto sustituida por una horma de su zapato, un poco más bajita y un mucho más latina, pero tan deslumbrante y encantadora cuando hay lentejuelas de por medio como la que más. No, No es el momento de criticar a Rosalía. Y, sin embargo, un puñado de críticos sin corazón se han dedicado en los últimos días a aguar la gran fiesta que suponía su bautismo de fuego en un gran festival de la capital de España.
Rosalía era la principal estrella hispana del Mad Cool, un gran certamen madrileño que suele reunir a cerca de 80.000 aficionados cada año, en el que compartía honores de cabeza de cartel con Bon Iver, The Cure, Vampire Weekend y Noel Gallagher, entre otros. Y este era, además, su verdadero debut en Madrid como nueva gran atracción de los eventos de entretenimiento masivo, más allá de aquel concierto gratuito y viral que protagonizó en la Plaza de Colón, hace ahora, más o menos, 10 meses, en una performance que supuso el pistoletazo de salida para el lanzamiento de El Mal Querer, ese álbum que fue capaz incluso de colarse en la lista de los mejores del año de Pichtfork.com, cuyos críticos le otorgaron el puesto número 6. Pues bien, cierta crítica madrileña, en especial el grupo formado por los que empiezan a peinar canas y tienen más de 40 inviernos a las espaldas, ha optado por afilar las uñas y empezar a poner en cuestión la verdadera calidad de la diva. Mucho envidioso es lo que hay. O eso pensaría quizá Alejandro Sanz, si leyera estas líneas. No en vano, el es otro damnificado habitual de ese ejército de culturetas que parece pensar que todo aquello que tiene éxito suele caracterizarse por andar escaso de calidad.
Hace un par de años, Sanz prohibió la entrada a uno de sus últimos conciertos en el Wizink Center de Madrid, a Fernando Neira, un crítico de colmillo afilado que escribe sus crónicas en el diario El País y que, se esté o no se esté de acuerdo con sus opiniones, siempre fundamentadas, por otra parte, tiene la virtud de contar siempre lo que piensa. Caiga quien caiga. Aunque se llame, pongamos por caso, Joaquín Sabina. Neira ha sido uno de los plumillas que han lanzado alguna sombra de duda sobre el espectáculo de Rosalía en el Mad Cool. No le pareció mal del todo, aunque le gustó poco que la mayor parte de la música fuera pregrabada y que el show, perfectamente diseñado, concediera poco espacio a la improvisación. Y aunque evitó mostrarse demasiado duro, algo que no ha tenido ningún problema en hacer en otras ocasiones, sí dejó caer alguna sospecha leve, al señalar que el concierto no había sido muy largo y que quizá esa fuera una de sus virtudes. Sobre todo, porque de haber durado más, quizá se hubieran visto las limitaciones y las carencias que, de algún modo, Neira parece intuir en el espectáculo estelar de la neocantaora.
Rosalía y las redes sociales
Según esta y otras versiones parecidas, Rosalía trabajaría más para las redes sociales y la posteridad viral de sus presentaciones que para el público que tiene delante en cada momento y que ha pagado la correspondiente entrada para verla. Una línea de pensamiento crítico que abrió Guillermo Galván, guitarrista de Vetusta Morla. Uno de los componentes de una banda de éxito brutal entre la crítica y el público español, pero que no ha tenido el impacto global de nuestra protagonista, ni de lejos, por mucho que sean también un gran fenómeno masivo en el ámbito local. Y, de nuevo, más allá de los posibles gustos personales, de alguna forma, el éxito internacional de Rosalía ensombrece un tanto la gloria de los Vetusta. Lo mismo que la de otras figuras del pop hispano que fueron, no hace tanto, los máximos exponentes de lo mejor de lo mejor antes de la irrupción de la neocantaora. Como la mismísima Silvia Pérez Cruz, otras de las grandes favoritas de los medios españoles en general, y los del Grupo Prisa en particular.
Claro que, de nuevo por ser justos, no es ese el entorno en el que se mueve ahora Víctor Lenore, otro prestigioso crítico que ejerce su magisterio en la actualidad desde Voz Populi, un portal de internet, al que las malas lenguas acusan de ser ibexfriendly, sin aportar pruebas, como siempre, y que fundó y dirige Jesús Cacho, grande entre los grandes de la prensa económica hispana y escritor de best sellers de intriga y negocios, siempre basados en hechos reales, en la década de los 90, cuando era uno de los grandes azotes de políticos y empresarios desde su columna del diario El Mundo. Papel que ejerció luego en El Confidencial, uno de los primeros diarios digitales de gran éxito en España, que Cacho fundaría primero y abandonaría luego por diferencias de criterio con sus socios. Y con el mentado Lenore, antaño paradigma del escritor de cabecera del indie patrio, consejero áulico de Jota de Los Planetas y propietario de las páginas más nobles de la revista Rockdelux, que hace unos años tuvo una revelación y cambió de bando. Ahora le gusta la música popular, desde Andrés Calamaro a Isabel Pantoja, critica con dureza a sus viejos amigos, escribe libros que ponen en cuestión los mitos de la década de los 90 que contribuyó a crear y milita en el grupo que defiende que la Movida Madrileña fue un invento de cuatro modernos financiado por el dinero público que regalaba un tal Felipe González.
Pues bien, a Lenore, cuyas opiniones serán polémicas pero cuya honestidad e independencia están fuera de dudas, tampoco le gusta Rosalía. O mejor dicho: Tampoco le gustó mucho la actuación estelar de la cantante en el Mad Cool de la que hemos hablado antes. Para él se trató de un vulgar plato recalentado, de un espectáculo plano y teledirigido, con bailarinas robotizadas y sin levadura pop alguna. Tan aburrido era que El Guincho, el productor de la muchacha que también estaba en el escenario, parecía aburrirse mortalmente en el show. De nuevo, el columnista de Voz Populi ha sido especialmente crítico con una diva a la que ya había acusado anteriormente de fabricar un reggaetón desprovisto de cualquier componente erotizante, más apto para ser consumido por los fans de las películas de Disney que por los verdaderos aficionados al género. Lo malo, o lo bueno, de estas voces discordantes es que empiezan a crear un cierto clima de burbuja hinchada alrededor de Rosalía y que ya hay más de un voluntario dispuesto a coger el correspondiente alfiler y pincharla. Una panda de envidiosos sin escrúpulos, seguro. Pero no se preocupen. Por fortuna, esas opiniones no son, de momento, más que las correspondientes a una minoría enfurruñada, que diría Juan Manuel de Prada, y están bien lejos del sentir mayoritario de los críticos modernos. A Rosalía aún le quedan grandes defensores que le escriben hermosos panegíricos en publicaciones de referencia como el portal Jenesaispop o la mentada revista Rockdelux. Expertos, convencidos de que por encima de las dudas suscitadas, muy pronto la calidad de la nueva música de esta joven diva fulminará a los escépticos… ¿Y a ustedes qué les parece? Aquí somos más bien partidarios de que el tiempo ponga a cada cual en el lugar que le corresponda.