Rafael Alba (ALN).- La industria de la música global tiene puestas grandes esperanzas de futuro en el mercado chino, que ya es el séptimo por volumen en el ranking mundial del sector. Universal Music y Spotify pueden operar en China sin verse perjudicadas por el fuego cruzado que inició Donald Trump entre EEUU y el gigante asiático.
En plena escalada de la tensión comercial entre China y EEUU, con un Donald Trump aparentemente dispuesto a llevar el enfrentamiento hasta sus últimas consecuencias, las primeras víctimas de esta cruenta batalla metafórica empiezan a atisbarse en el horizonte. Los problemas a los que puede enfrentarse Huawei, el gran fabricante de móviles del país asiático, al quedarse fuera del ecosistema informático creado alrededor de Android, el sistema operativo de Google, son sólo la mínima parte perceptible de un terremoto subterráneo que sitúa el terreno de juego en un mercado compuesto por 1.370 millones de consumidores potenciales, el 19% de la población mundial, en el que la industria de la música global tenía puestas sus esperanzas de futuro. Y en el que operan fuerzas multinacionales, como Universal Music que, gracias a la nacionalidad francesa de Vivendi, su matriz, se encuentra, de momento, fuera de la estricta disciplina que quiere imponer a las compañías de su país el presidente republicano y, por lo tanto, parece en condiciones de aprovechar el momento y sacar partido del bloqueo en el que se encuentran, por ahora, sus rivales directos.
Y China es mucha China. Se trata de un mercado vital para las expectativas de negocio futuro de las tres grandes majors discográficas globales, y también de las empresas tecnológicas que compiten por el control del boyante sector del streaming de audio. En este momento, el país asiático ya ocupa el séptimo lugar en el ranking de facturación global de la industria de la música grabada, según los últimos datos facilitados al respecto por la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, por sus siglas en inglés), correspondientes a 2018, que es el último periodo completo computado. Además, en los últimos años, los ingresos han crecido a un ritmo promedio del 20%, impulsados por el desarrollo del streaming, cuyos aumentos medios también han rondado ese porcentaje. Pero lo más importante de todo es el potencial latente en un territorio, en el que el gasto per cápita en productos musicales se sitúa en sólo 0,21 dólares (0,18 euros) por persona y año, una cifra raquítica si se compara con los 19,98 dólares (17,90 euros) que suele gastar un consumidor de cualquier mercado maduro, como Reino Unido o EEUU, donde las posibilidades de crecimiento son mucho más limitadas.
De modo que cualquier límite político que complique la futura explotación de esa mina de oro es un obstáculo poco deseable para las empresas de un sector que todavía tiene muy presentes los recuerdos de la crisis estructural que abatió sus cifras de negocio en el inicio del presente siglo y que, justo ahora, habían empezado a abandonar. Y sucede que el fuego amigo, derivado de la estrategia de Trump que en teoría debería beneficiar a los ciudadanos estadounidenses, ha paralizado a algunos de los contendientes mejor preparados para afrontar esta lucha sin cuartel. Primero a Warner Music, por supuesto, la major más americana de todas, y luego a YouTube Music y Apple Music (las filiales de streaming de audio de Google y Apple, respectivamente), un trío que agrupa a las empresas de capital estadounidense más claramente afectadas por la incertidumbre generada por el contexto político y más expuestas a las posibles represalias de Pekín como consecuencia de la presión ejercida por Washington sobre Huawei.
Tencent Music
Y las dificultades de las compañías del país norteamericano son una gran noticia para sus competidores internacionales. La japonesa Sony que todavía duda cuál puede ser su mejor opción en este maremagnum y las dos grandes rivales procedentes de Europa: la sueca Spotify y la francesa Universal Music. Ambas, por cierto, muy bien colocadas sobre el terreno de juego gracias a las alianzas establecidas antes de que el clima económico se pusiera realmente feo con Tencent Music, la empresa de streaming de audio china filial del conglomerado tecnológico Tencent Holdings, líder de su mercado local y que aspira a ser un elemento clave en la batalla mundial. Para lograrlo, a finales de 2017, sus gestores llegaron a un acuerdo con los de Spotify en virtud del cual cada una de estas empresas mantiene una participación minoritaria, de alrededor del 9,1%, en el capital de la otra. Lo que refuerza su relación y les permite sacar partido de las sinergias que se generan en los distintos mercados en los que están presentes.
La estrategia de expansión de la empresa china no ha quedado ahí. Su siguiente paso fue sacar a cotizar en Wall Street a su filial de streaming. Una operación que completó con éxito en diciembre del pasado año y que propició que una pequeña parte de su capital esté ahora en manos de fondos de inversión estadounidenses. Lo que algunos expertos interpretan como una garantía frente a los posibles daños colaterales que pudieran provocar las veleidades de Trump. Lo mismo que las emisiones de deuda a largo plazo en dólares por valor de 6.000 millones de dólares (5.377, 7 millones de euros) que Tencent colocó en el mercado de EEUU, el pasado mes de abril. Aunque esa acumulación de liquidez adicional también ha dado alas a otro rumor insistente, en el que tiene un gran protagonismo Universal Music, una empresa que desde hace dos o tres años ya había empezado a tomar posiciones y buscar socios de futuro en el país asiático. Unos contactos previos que le pueden resultar de gran ayuda ahora y que hace sólo unos días cristalizaron en el anuncio de un acuerdo inicial con la compañía tecnológica china que quizá pronto vaya a más.
De momento, Universal Music y Tencent han cerrado un acuerdo bilateral de licencias de uso de repertorio que permitirá a la discográfica francesa entrar con fuerza en el sector del streaming chino. El pacto incluye también otros frentes de colaboración de carácter menor, pero muy simbólicos, como la realización del diseño y la construcción en China de unos estudios de grabación denominados Abbey Road Asia, que reproducirían con exactitud el equipamiento y las instalaciones del icónico templo musical londinense en el que The Beatles grabaron sus mejores discos y que desde la desaparición de EMI, la vieja major británica, son propiedad de la filial de Vivendi. Pero quizá este noviazgo corporativo termine en un matrimonio en toda regla. Hace ya meses que Vicent Bolloré, el presidente de la multinacional gala, anunció su intención de vender un 50% de Universal Music para hacer caja. Quiere un socio leal, con liquidez y capital en la recámara y que esté dispuesto a afrontar un proyecto a largo plazo. También que disponga de unos 25.000 millones de dólares (22.407 millones de euros) para completar la operación.
La política proteccionista de Trump
Y, según las últimas noticias publicadas por algunas prestigiosas agencias de información económica, como Reuters, sus nuevos amigos chinos se han interesado por esta posibilidad y las conversaciones entre el vendedor y sus compradores potenciales ya estarían bastante avanzadas. Aun así, los gestores de Vivendi parecen haber optado por la cautela inicial y apuntar hacia una larga negociación antes de cerrar cualquier acuerdo final con Tencent. Como explican algunos expertos consultados por la agencia Bloomberg, Bolloré pretende ir paso a paso para no provocar un exceso de ira en la administración estadounidense que pudiera traerle problemas. Universal tiene, además, mucha experiencia en este tipo de situaciones. Ya demostró su habilidad para moverse entre bambalinas en los tiempos en que George Bush hijo endureció eventualmente el embargo comercial sobre Cuba, lo que dejaba fuera de juego a las discográficas estadounidenses de la carrera por la explotación de la riqueza sonora de la isla caribeña. En esos momentos, la filial canadiense de la compañía fichó a algunos grandes autores de la trova cubana como Pablo Milanés o Carlos Varela con el fin de convertirse en la empresa mejor situada para aprovechar la política de deshielo impulsada después por Barack Obama.
Las duras lecciones del pasado, bien aprendidas por las majors estadounidenses, pueden contribuir a despertar una fuerte resistencia interna hacia los planes recientes de Trump. Decía Carlos Humanes, el gran maestro del periodismo económico español, ya fallecido, que Hollywood, el dólar y los marines eran las herramientas fundamentales de Washington para implementar la política exterior de EEUU. Y en este orden. Lo cierto es que la gran industria estadounidense del espectáculo, a cuyo desarrollo han contribuido unas cuantas toneladas de talento internacional importado de muchos países del mundo, tiene una ascendencia extraordinaria en aquel gran país, entre otras cosas, porque es el único sector económico que coloca en cualquier parte su producción con total independencia de la fluctuación de esas dos variables mortales para las exportaciones globales que son los aranceles y los tipos de cambio. Una circunstancia que, además, le situaba por encima de eventualidades tales como la guerra comercial a gran escala. Por lo menos hasta ahora. Hasta que Donald Trump ha empezado a tirar de algunos hilos que jamás debió tocar.
La sutileza no parece ser una de las grandes cualidades del actual inquilino de la Casa Blanca. Y su última cruzada con China, podría ser una buena muestra de eso y de lo cara que le puede salir al tejido empresarial estadounidense la precipitación con la que Trump encara sus batallas. El último giro de los acontecimientos no es del agrado ni de las discográficas, ni de los grandes colosos audiovisuales como Disney o Netflix. Empresas que llevan años diseñando una estrategia de penetración en el mercado chino que justo ahora empezaba a dar frutos. Y Trump no podrá usar con ellas la estrategia de las subvenciones puntuales que le ha servido para calmar a su base de votantes de los estados agrícolas, golpeadas por la caída de las exportaciones. Las limosnas no le bastan a Hollywood. Ni a la renaciente industria discográfica de EEUU que ve cómo sus rivales europeos toman la delantera en mercados clave. Aunque hay quien asegura que el presidente puede atreverse a casi todo, pero que no osaría echar un pulso contra las grandes firmas audiovisuales estadounidenses. Sabe que no podría ganarlo jamás. Y mientras la niebla se despeja, Spotify y Universal aceleran en China y aumentan su distancia estratégica con la competencia.