Juan Carlos Zapata (ALN).- Mario Vargas Llosa es un férreo opositor del chavismo. Lo hizo contra Hugo Chávez. Lo ha hecho contra Nicolás Maduro. A Mario Vargas Llosa le interesa Venezuela, y así lo dice, así lo escribe. Pero el Premio Nobel de Literatura no es de aquellos que se pronunciaron a las primeras por la intervención militar como vía para sacar a Nicolás Maduro del poder. Mario Vargas Llosa lo dice con conocimiento de causa. Y las claves se encuentran en su nueva novela, Tiempos Recios.
Mario Vargas Llosa ya había dicho que no hay clima para una intervención armada. Y menos para una intervención presidida por los Estados Unidos. Lo dijo en la entrevista que concedió a mediados de año al periodista Andrés Oppenheimer en CNN. Dijo Vargas Llosa: “Eso tiene una imagen espantosa en América Latina”, en referencia a que desde los Estados Unidos se encabece una operación de tal envergadura, que era lo que estaba en el ambiente hace meses cuando Luis Almagro, secretario general de la OEA, lo dijo, cuando el vicepresidente de los Estados Unidos, Mike Pence, recorrió América del Sur buscando apoyos, cuando Donald Trump y Juan Guaidó señalaban que todas las opciones estaban sobre la mesa, y cuando desde el Comando Sur se lanzaban señales de que todo estaba listo para actuar en caso de ser necesario.
Tiempos Recios es una novela. Es ficción. Pero es histórica. Vargas Llosa dice que cuando escribe una novela no está seguro de controlar las ideas como sí es el caso cuando escribe un ensayo o un artículo. Sin embargo, en este y otros capítulos, las ideas están muy claras. Y él, no lo niega. Tiempos Recios es una reivindicación de la figura de Jacobo Arbenz y de la democracia, y también un alegato contra las dictaduras y la utopía socialista.
Entonces Vargas Llosa ya había terminado la novela. Y tenía fresco el tema. Porque Tiempos Recios aborda el golpe de Estado contra el presidente Jacobo Arbenz, diseñado y ejecutado por la CIA, con la actuación determinante de un grupo disidente de la Fuerza Armada de Guatemala -pues estamos hablando de Guatemala– que operó como un ejército de liberación -se hacían llamar los liberacionistas- y con la actuación también determinante de pilotos gringos que bombardearon puntos estratégicos de la capital y del país.
Vargas Llosa ha dicho que ese golpe partió en dos la historia de América Latina. Primero porque se inventó un cuento que no era. Que Arbenz era comunista y que intentaba crear en Guatemala una especie de base soviética. Era 1954, los años de la Guerra Fría. Y segundo porque la forma como se desarrolló el golpe, con la CIA y un ejército invasor, terminó radicalizando los movimientos progresistas de la región, sobre todo, es la versión de Vargas Llosa, radicalizando a Fidel Castro.
Sobre las condiciones actuales, Vargas Llosa tenía razón. Y los últimos hechos así lo confirman. Los hechos que sacuden a Chile y que sacudieron a Ecuador. Los procesos electorales en Argentina, y el de Colombia, incluso, donde ha cambiado el espectro político. Esto indica que no sólo el “clima” no era el adecuado en las cúpulas de poder de los países de América Latina. El clima tampoco es el adecuado en las bases, en la sociedad, en la clase media, en el pueblo más pobre.
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¿Quién iba a imaginar que Ecuador iba a estallar?
¿Quién iba a imaginar que lo hiciera Chile?
Hay un ambiente de polarización interna, de protesta interna, de resistencia interna. De violencia interna.
De contagio regional.
¿Qué hubiese pasado de haberse producido la intervención?
Y esto tiene que ver para Argentina y Colombia. En Argentina por la crisis económica. Y Colombia, el vecino de Venezuela, apremiado por los grupos irregulares que se resisten a los procesos de paz y se declaran favorables al régimen de Nicolás Maduro.
En cuanto al recuerdo nefasto, Vargas Llosa lo explica en Tiempos Recios. Cuando se produce el golpe y los bombardeos. En el capítulo XXXI echa mano de un personaje, un cadete, Crispín Carrasquilla, que era inocente en política y cambia de posición, conmovido, “sacudido”, por los acontecimientos.
“Que pilotos gringos estuvieran atacando a los guatemaltecos, a fuertes militares como el de Matamoros o el de San José de Buena Vista, y a la propia Escuela Politécnica (Carrasquilla estudiaba en esta), lo sacudió en su amor propio y en su idea del patriotismo: lo convirtió en otra persona”.
Tal vez Vargas Llosa usa a Carrasquilla como modelo de lo que pudo haberle ocurrido a muchos jóvenes -y no sólo cadetes- en Guatemala y América Latina. El mismo Vargas Llosa que era estudiante universitario en Lima, fue sacudido por el golpe. Ya ha explicado que para Castro fue lo que lo hizo radicalizarse.
En Tiempos Recios seguimos leyendo que a Carrasquilla “le pareció un crimen contra el país, algo que no podía aceptar nadie que amara Guatemala y tuviera un poco de dignidad, sobre todo si era un cadete y se estaba formando para ser futuro oficial del Ejército”.
Palabras menos, palabras más, es lo que apuntaban los jerarcas de la Fuerza Armada de Venezuela cuando las amenazas de intervención eran titulares de todos los días.
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Escribe Vargas Llosa que cadetes y oficiales estaban divididos en cuanto a la gestión de Jacobo Arbenz, el derrocado, pero en cambio “eran muy severos contra Castillo Armas (Carlos, el militar golpista que encabezó la invasión) por haber roto la unidad de las Fuerzas Armadas y atacar a su propio país apoyado y financiado por los Estados Unidos”.
Aquel cadete, al que no le interesaba para nada la política, terminó siendo un líder en la Escuela, “enardecido, despotricando contra los ‘traidores a la Patria’ que, para echar al presidente Arbenz, se habían alzado contra su propio Ejército obedeciendo a los yanquis, como si Guatemala fuera una colonia y no un país independiente”.
Tiempos Recios es una novela. Es ficción. Pero es histórica. Vargas Llosa dice que cuando escribe una novela no está seguro de controlar las ideas como sí es el caso cuando escribe un ensayo o un artículo. Sin embargo, en este y otros capítulos, las ideas están muy claras. Y él, no lo niega. Tiempos Recios es una reivindicación de la figura de Jacobo Arbenz y de la democracia, y también un alegato contra las dictaduras y la utopía socialista.