Pedro Benítez (ALN).- El pretexto fue la organización del XXV Foro de Sao Paulo que tendrá lugar en Caracas del 25 al 28 de julio. El medio fue una foto con la plana mayor del régimen cubano. El propósito fue acercarse a ese mismo grupo que le bloqueó la posibilidad de ser el sucesor de Hugo Chávez, convencido de la necesidad de buscar aliados para impedir el cambio político en Venezuela.
El poder, más que la política, hace extraños compañeros de cama. El presidente de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) de Venezuela (no reconocida por la mayoría de las democracias del mundo), y eterno aspirante al poder absoluto en el país, Diosdado Cabello, viajó esta semana a La Habana. Allí se reunió y se fotografió con la plana mayor del régimen cubano: Raúl Castro, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), Miguel Díaz-Canel, presidente del Consejo de Estado y de Ministros, y Ramón Machado Ventura, segundo hombre en la estructura del PCC. Ese mismo régimen que hace siete años operó a fondo para que él no fuera el sucesor de Hugo Chávez.
El presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de Venezuela (no reconocida por la mayoría de las democracias del mundo), y eterno aspirante al poder absoluto en el país, Diosdado Cabello, viajó esta semana a La Habana. Allí se reunió y se fotografió con la plana mayor del régimen cubano.
Por aquellos días los cubanos crearon un cerco alrededor del extinto mandatario venezolano con la ayuda de un grupo de civiles del gobierno chavista que les eran afectos: Nicolás Maduro (entonces vicepresidente ejecutivo), Cilia Flores, Elías Jaua y Jorge Arreaza (yerno de Chávez).
Ellos, y sólo ellos, estaban al tanto de la verdadera condición física del presidente venezolano y utilizaron esa información privilegiada para asegurarse la sucesión presidencial en la persona de Maduro, a espaldas de los venezolanos; incluyendo a la mayoría de los ministros del gobierno y otros jerarcas del Estado como Diosdado Cabello, que era el presidente de la Asamblea Nacional (entonces de mayoría chavista) y segundo vicepresidente del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), la máquina electoral paraestatal creada por Chávez.
En los meses de su enfermedad (junio 2011-marzo 2013), Chávez pasó más tiempo en La Habana que en Caracas. Para todos los fines prácticos la primera era la capital de Venezuela. El aislamiento de Chávez fue de tal grado que Cabello hizo su primer viaje a la capital cubana para informarse de la enfermedad de su jefe.
Diosdado Cabello era (y lo había sido por varios años) un factor clave del entramado de poder chavista, muy por encima de Maduro. Pero el ala civil del movimiento, proveniente de los antiguos grupúsculos de la extrema izquierda venezolana (Maduro de la Liga Socialista y Jaua de Bandera Roja, por ejemplo), y caracterizada por su antimilitarismo, le ganó la partida con el apoyo de Fidel y Raúl Castro.
Empeñados en seguir parasitando a toda costa los recursos petroleros venezolanos, los Castro apostaron por Maduro y una vez más ganaron. El perdedor de la puja sucesoral fue Diosdado Cabello.
Nadie en el chavismo (luego del propio Chávez) bregó tanto por acumular poder con la aspiración nunca disimulada de ser algún día el sucesor. Acompañó a Chávez desde la logia que conspiró dentro del Ejército venezolano, aunque nunca fue de los comandantes de la primera línea de la asonada golpista del 4 de febrero de 1992. Con Chávez lo fue casi todo: ministro de Infraestructura y de Interior, y vicepresidente ejecutivo, gobernador de estado, segundo hombre del partido, diputado y presidente de la Asamblea Nacional.
En el paso por esos cargos tejió relaciones, hizo alianzas, repartió favores y protegió a los caídos (en el mundo civil y también en el militar) y se ganó enemigos que dentro del propio chavismo lo acusaron de ser el jefe de la “derecha endógena”, un grupo del régimen más interesado en acumular poder y dinero que en disquisiciones ideológicas.
Lo cierto es que las principales conexiones de Cabello eran con el mundo militar poco afecto al castrismo, destacando entre sus amigos más cercanos el general, exjefe de la policía política de Chávez y exministro de Nicolás Maduro, Miguel Rodríguez Torres, hoy preso bajo la acusación de conspirador.
Aunque Cabello logró el favor de Chávez, este siempre terminó por protegerlo y luego lo volvió a ascender.
Ni diálogo ni elecciones
En febrero de 2008 el fallecido diputado chavista Luis Tascón denunció un presunto sobreprecio en la adquisición de unas unidades de transporte público por parte de José David Cabello, hermano de Diosdado Cabello. La respuesta de este fue la usual, acusó a Tascón de “agente de la CIA”, “instrumento del imperio” y de “falsa izquierda”.
Chávez se puso del lado de los hermanos Cabello y a continuación Tascón fue el primer expulsado del PSUV en una de las jornadas de su Congreso Fundacional, “por falta de disciplina”. Obviamente la denuncia nunca se investigó.
Hoy Diosdado Cabello y sus antiguos rivales cubanos juegan del mismo lado. Cualquier salida que culmine con un cambio de gobierno en Venezuela es mala para sus respectivos intereses. No les interesa un diálogo, acuerdo o negociación que resulte en un proceso electoral y una transición.
Desde entonces Tascón se dedicó a pregonar públicamente lo que en las bases del chavismo se decía de Cabello: que el 11 de abril de 2002 (cuando era vicepresidente) se escondió, que era el jefe del chavismo sin Chávez, que tenía dinero y poder, pero no votos.
En las primeras elecciones internas del PSUV fue uno de los menos votados y sólo quedó como suplente de la dirección nacional. Pero Chávez lo impuso como primer vicepresidente del partido.
En sus enfrentamientos con Tarek William Saab (hoy fiscal general designado por la ANC), el diputado Tascón, o los exgobernadores chavistas José Gregorio Briceño y Henri Falcón, se salió con la suya gracias a que Chávez siempre lo apoyó.
Hasta que el 8 de diciembre de 2012 las cosas cambiaron cuando el comandante-presidente designó como heredero a Nicolás Maduro. Detrás de esa decisión estuvo la mano del régimen cubano.
Ese mismo régimen al que esta semana se acercó con el artificial pretexto de la organización del XXV Foro de Sao Paulo, que tendrá lugar en Caracas del 25 al 28 de julio.
El Plan de Maduro y el grupo que lo respalda comenzó con la enfermedad de Hugo Chávez
Hoy Diosdado Cabello y sus antiguos rivales cubanos juegan del mismo lado. Cualquier salida que culmine con un cambio de gobierno en Venezuela es mala para sus respectivos intereses. No les interesa un diálogo, acuerdo o negociación que resulte en un proceso electoral y una transición.
En la eventualidad de un cambio político en Venezuela, los intereses de China, de la Fuerza Armada Nacional (y los generales) e incluso el PSUV (y sus gobernadores y alcaldes) se podrían acomodar a la nueva situación. Pero Diosdado Cabello no. Y los gobernantes cubanos tampoco.
Ellos son los radicales perdedores. Juegan a quemar las naves.