Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- Robert Mueller tiene a su cargo, como fiscal especial, la investigación sobre la trama rusa y otras violaciones de la legislación electoral en las presidenciales de 2016. ¿Terminará esto en un impeachment contra Donald Trump? ¿Cómo afecta a la campaña demócrata por el control del Poder Legislativo el próximo noviembre?
Robert (Bob) Mueller es un veterano. Por su experiencia jurídica y, literalmente, por su heroico servicio como oficial militar, en el que llegó al rango de capitán en los Marines, siendo objeto de los más altos reconocimientos y condecoraciones como comandante en la Guerra de Vietnam.
Mueller es abogado, con trayectoria académica que incluye su paso por las prestigiosas universidades de Princeton, New York y Virginia. Es un penalista de dilatada trayectoria en el Departamento de Justicia de EEUU como fiscal, y exdirector del FBI. Es reconocido por líderes de los partidos Republicano y Demócrata como un gran fiscal e investigador. Formalmente, es militante del Partido Republicano, pero prestó servicios en las Administraciones de George W. Bush y de Barack Obama, y en ambas destacó por su profesionalismo, autonomía e independencia de criterio. Como fiscal especial, tiene a su cargo la investigación sobre la intervención rusa y otras violaciones de la legislación electoral en las presidenciales de 2016, por encargo del subsecretario de Justicia (funcionario de carrera), tras la inhibición del actual secretario de Justicia de la Administración Trump, Jeff Sessions, por sus contactos con funcionarios rusos durante la campaña electoral del magnate republicano.
Para casos extremos, lo que cabe es el procedimiento del impeachment, que es un juicio político preliminar que acarrea la destitución del presidente
Merece la pena un punto de información. EEUU no tiene una fiscalía independiente o Ministerio Público en el ámbito federal como lo conocemos en otros sistemas constitucionales. Las fiscalías las ejercen funcionarios de carrera que prestan servicios dentro de la estructura de la Secretaría (o ministerio) de Justicia, a la cabeza de cuyos organismos se encuentran funcionarios de nombramiento (con aprobación del Senado) y libre remoción del presidente de la República.
Por esa razón argumentó Richard Nixon en su momento, que el aparato fiscal de los EEUU opera bajo el mando del presidente, quien es el más alto funcionario en la estructura de cumplimiento de las leyes y, por tanto, según esa torcida vision, el presidente en ejercicio no es enjuiciable e incluso, tiene poder jerárquico sobre todas las investigaciones de la Secretaría de Justicia. El polémico y oscuro Nixon llegó a decir que su conducta en el caso Watergate no era ilícita porque era una actuación presidencial.
De manera que legalmente Mueller podría ser destituido por el subsecretario de Justicia (dada la inhibición del secretario en este caso) a solicitud del presidente Donald Trump, o este podría destituir al secretario o el subsecretario, nombrar nuevos, e ir por Mueller. Por supuesto, hacer esto tendría un inmenso costo político y no pocos obstáculos, los nuevos funcionarios tendrían que recibir aprobación del Senado para entrar en funciones. Por tanto, antes de ser destituido, Mueller tendría margen para actuar por “obstrucción de justicia” contra el presidente.
Las prácticas de la Secretaría de Justicia cierran la puerta a la posibilidad de que un fiscal formule cargos contra el presidente por un caso criminal relativo a hechos ocurridos antes de ser electo; y para casos extremos, la traición a la patria, corrupción o los delitos o faltas graves contra los Estados Unidos o durante el ejercicio de sus funciones, lo que cabe es el procedimiento del impeachment o “allanamiento”, que es un juicio político preliminar que acarrea la destitución del presidente, el cual debe ser iniciado por la Cámara de Representantes, por la mayoría de sus miembros, para luego ser autorizado por dos tercios del Senado.
La otra forma de enjuciabilidad de un presidente de los EEUU, vía impeachment, opera cuando la mayoría del Congreso designa un fiscal independiente o acusador especial. Este recurso está contemplado, precisamente, para abrir la posibilidad si el Departamento de Justicia la cierra o sencillamente no actúa. Pero es una decisión también política. Ocurrió sin éxito en el enjuiciamiento a Bill Clinton.
Más allá de la trama rusa
Con ese contexto, que nos permite imaginar escenarios, volvamos a Mueller. Hasta la fecha, la trama electoral rusa incluye cargos contra 13 funcionarios diplomáticos (presuntos espías rusos) y un grupo de altos personeros de la campaña y el gobierno de Trump: el jefe de campaña, Paul Manafort, el exasesor de Seguridad Nacional, general Michael Flynn, y más recientemente, su consejero legal Michael Cohen. Todos los “hombres de Trump” investigados por Mueller, salvo Manafort, negociaron cargos con el fiscal, aceptando un mal menor. Y se han declarado culpables, lo cual significa que sus condenas pueden ser mucho más favorables si cooperan con la Fiscalía en las investigaciones.
La otra forma de enjuciabilidad de un presidente de los EEUU, vía impeachment, opera cuando la mayoría del Congreso designa un fiscal independiente o acusador especial
Por sus hallazgos, las pesquisas de Mueller han trascendido la trama rusa, incluyendo muchos casos cargos de evasión fiscal, lavado de dinero, fraude o violación de las leyes de financiamiento electoral. El más extravagante gira en torno a la culpabilidad que aceptó el abogado de Trump, Michael Cohen, quien llegó a acuerdos extrajudiciales y preventivos para silenciar sendos escándalos del magnate (devenido presidente) con dos mujeres, una chica Playboy, y la otra, actriz porno. Los acuerdos, según confesó el propio Cohen, se lograron con pagos por 150.000 y 130.000 dólares, respectivamente. Al asumir su culpabilidad, Cohen implicó a Trump en estas negociaciones, quedando claro que este estaba al tanto. Inmersos en un mar de complejidades legales y testimonios contradictorios del propio Trump, la caracterización de estos gastos podría violentar la normativa electoral, incluso si no se hicieron con cargo a la tesorería de campaña, porque de haberse utilizado otras fuentes (incluso dinero de Trump) los pagos debieron ser reportados como gastos electorales, por tener impacto directo en la campaña.
Por tanto, a Trump lo persiguen dos fantasmas. Uno, su posible actuación dirigida a obstruir las investigaciones de la trama rusa y los pormenores de sus colaboradores de confianza, incluidos Manafort y Cohen, a partir de la destitución del director del FBI, James Comey (que abrió la puerta a la institución del fiscal especial Mueller); y otro, el asunto de Cohen y los pagos a las dos mujeres. ¡Menuda historia! Sin duda, un ataque certero y definitivo a la credibilidad de Trump, sus colaboradores y alto gobierno.
Ahora bien, ¿terminará todo esto en un impeachment? No es probable si no cambia de manos el control del Congreso. Por tanto, cabe preguntarse: ¿ayudan estos acontecimientos a la campaña demócrata por el control del Poder Legislativo el próximo noviembre?
Para responder, recordemos lo que dijo en campaña el propio Trump, cuando declaró a los medios sin ningún pudor que sus seguidores eran incondicionales, y que él podía asesinar a alguien a plena luz del día en la Quinta Avenida de Nueva York y lo creerían inocente. Algunas encuestas confirman que el elector duro de Trump no lo considera culpable de nada. Piensan que es una conspiración mediática y dan crédito a los ataques sistemáticos de Trump contra el fiscal Mueller y su equipo, a quienes señalan de ser parte de un agavillamiento en su contra detrás del cual está, dice Trump sin una sola prueba en mano, la propia Hillary Clinton… para luego desviar toda la argumentación a por qué a ella nunca se le ha enjuiciado por el asunto de los emails, la Fundación Clinton y toda una letanía de fabricaciones que el propio Comey echó por tierra… aunque probablemente por dicha investigación terminó ganando Trump la Presidencia.
Hillary Clinton’s Emails, many of which are Classified Information, got hacked by China. Next move better be by the FBI & DOJ or, after all of their other missteps (Comey, McCabe, Strzok, Page, Ohr, FISA, Dirty Dossier etc.), their credibility will be forever gone!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 29 de agosto de 2018
De hecho, en su libro ¿Qué pasó?, Hillary Clinton documenta muy convincentemente la forma en que Comey condujo este asunto, particularmente en las últimas semanas de campaña (en las que reabrió para luego cerrar de nuevo la investigación), que fueron determinantes para sellar su derrota en una elección que dos semanas antes estaba, según todas las mediciones, técnicamente ganada.
Lo cierto es que el efecto Comey pudo ser determinante en la derrota de Clinton, pero quizás el efecto Mueller no lo sea para Trump en estas elecciones de mitad de período. La narrativa del impeachment moviliza a muchos demócratas (pero fundamentalmente en lugares ya bajo control de ese partido) y al mismo tiempo enfurece a la base incondicional de Trump. Además, en los distritos más parejos lo que decide no es el voto partidista, sino el de muchos independientes que tienen otras prioridades -que además varían de estado a estado y de un distrito electoral a otro-, como el tema del control a la tenencia de armas, la necesidad de mantener o profundizar la reforma sanitaria, la solución definitiva al asunto migratorio, la cuestión salarial o el peso de la deuda universitaria sobre las familias y, en ciertas audiencias de relevancia electoral, algunos asuntos de política exterior o seguridad nacional.
El impeachment y la campaña demócrata
En fin, hacer de Mueller y el impeachment el centro de la campaña, ya al cierre de la misma, quizás no ayude tanto a los demócratas como al propio Trump. Lo que sí está claro es que un cambio profundo en el control del Congreso, particularmente del Senado, deja a Trump ante un escenario más parecido al de Nixon que al de Bill Clinton, en cuanto a un potencial impeachment con base en los alcances de la investigación del fiscal Mueller.
En este contexto, la mejor narrativa de campaña para los demócratas no es centrarse en el impeachment sino en las prioridades sociales o económicas de los electores
En este contexto, la mejor narrativa de campaña para los demócratas no es centrarse en el impeachment sino en las prioridades sociales o económicas de los electores en cada localidad, con algunas cuestiones transversales que preocupan a la mayoría a nivel nacional. Por ejemplo, el control del uso y tenencia de armas, el sistema de salud, el aumento del salario mínimo, el cambio climático o la reforma migratoria con camino a la ciudadanía o la reforma judicial y penal, para asegurar la cohesión social de una sociedad tan diversa como la estadounidense, hoy amenazada por la retórica divisiva de Trump.
También hay otras reflexiones de carácter estratégico. ¿Conviene a los demócratas intentar un impeachment a Trump o derrotarlo en 2020 con su golpeada credibilidad? Si hay impeachment y este no prospera (se requieren dos tercios del Senado, difícil de imaginar porque si los demócratas llegaran a controlar la Cámara alta sería por estrecho margen), Trump podría salir repotenciado a pocos meses de la batalla electoral, como sucedió con Bill Clinton. Si prospera, Mike Pence se convierte en presidente y, acompañado de alguien refrescante como compañero de fórmula, podrían intentar un giro con apoyo del partido, reivindicando logros en materia económica y en el avance de la agenda conservadora, y dejando atrás la cuestión judicial y moral que afecta a Trump.
La imagen de Pence no es tan mala como la de Trump (a pesar de que su agenda es más religiosa, ideológica y dogmática en asuntos muy importantes para las minorías, las comunidades de color, los trabajadores), y es un hombre de la política y el partido, a diferencia de Trump, un outsider de la política que terminó secuestrando al partido y haciéndole bastante daño en los sectores independientes del electorado.
Entonces, hay que hacer algunos cálculos políticos. ¿Llegará Trump más débil a una lucha por la reelección, incluyendo el fardo del efecto Mueller, sin pasar por el impeachment? ¿Será mejor el escenario electoral para Pence como candidato que para Trump?
Muchas variables escapan en este momento al análisis, pero ciertamente el otro efecto Mueller se concretará si su trabajo concluye en que Trump obstruyó la actividad de la justicia o incurrió en delito o falta grave que lo haga sujeto de impeachment; y que para ese momento el daño a la franquicia electoral republicana sea tan profundo que la mejor alternativa de los senadores conservadores sea lavarse la cara prescindiendo de Trump.
En definitiva, Trump no es uno de ellos, ni los respeta, como quedó demostrado en su insolente (y pueril) manejo tras el fallecimiento del senador John McCain, quien ha despertado un sentimiento profundo de admiración y respeto póstumo por su heroico servicio al país como militar y político, sólo cuestionado por Trump, cuya delicada piel no resiste las críticas que en vida le hizo el legendario senador de Arizona.
Bob Mueller ha salido vencedor en batallas de inmenso desafío y ha dictado cátedra en púlpitos muy exigentes. Ahora está ante uno de los mayores retos de su vida. De seguro, no se arredrará y tampoco es dable pensar que saldrá del combate sin laureles. Cualquiera que sea el desenlace de sus diligencias, de seguro Mueller tendrá un efecto digno de ser recordado, más allá de lo inmediato en el plano electoral.