Ysrrael Camero (ALN).- A pesar de lo que muchos dicen, las cifras no hablan por sí solas, dicen aquello que les preguntemos. Así ocurre con los números de la pandemia del coronavirus. Extendida por todos los continentes y afectando a todas las latitudes, en mayor o menor medida, presenta una muy alta tasa de contagio y baja de letalidad. El número que más crece es el de los recuperados, asomando el rostro certero de nuestra supervivencia como civilización, superaremos este trance, pero lo haremos transformados. No seremos los mismos.
A pesar de lo que nos dicen los titulares, esta pandemia no constituye una novedad en sentido absoluto. La humanidad ha sufrido varias pandemias importantes que han marcado nuestra historia. La peste negra de 1348 se llevó a uno de cada tres europeos. Una vez iniciada la conquista de América la viruela, y otras enfermedades, diezmaron a la población americana en proporciones más significativas que cualquier encuentro bélico. La denominada “gripe española” de 1918 acabó con la vida de, aproximadamente, 40 millones de personas tras finalizar la devastadora guerra europea. La gripe asiática, de 1957 a 1958, produjo más de un millón de muertos, número similar a la gripe de Honk Kong una década después. Los casos abundan.
La ruta de expansión de las epidemias nos habla de la densidad de nuestras interacciones sociales, económicas y culturales, es la cartografía de nuestros contactos. El mapa del contagio del Covid-9 nos habla de la densidad de la globalización. Estamos interconectados en más de un sentido. Esa interacción nos ha complejizado y enriquecido como humanidad, y aunque nos hace vulnerables al impacto de nuevos microorganismos, nos hace fuertes en la medida en que nos permite tener más anticuerpos.
La consolidación de un giro autárquico y conservador en la política mundial puede tener consecuencias negativas para una posible democratización en Venezuela.
¿En qué contexto este virus se ha convertido este coronavirus en una pandemia global? En medio de unas batallas culturales, económicas y políticas de cuestionamiento tanto al proyecto político liberal, en general, como de la globalización y el multiculturalismo en lo específico.
En este contexto, frente a esta pandemia pueden extenderse dos lecturas alternativas que serán claves para definir el mapa del futuro.
Bien se puede extender aquella que recalca su carácter de manifestación de lo que nos une como Humanidad, nuestra fragilidad y nuestra resiliencia compartida, una vulnerabilidad que nos vincula con un prójimo sobreviviente en Wuhan. Dentro de esta interpretación caben los esfuerzos de una comunidad científica global para responder, con sus instrumentos y con sus tiempos, para detener la expansión de la enfermedad, desarrollar una vacuna y revertir sus efectos. Asimismo, la preocupación por el cambio climático apela a una conciencia común de Humanidad que puede ser útil para la recuperación posterior.
Pero también puede viralizarse aquella interpretación que apela a lo que nos separa y segrega, que nos invita a mirar al otro con desconfianza, a temer lo que venga “de fuera” como una potencial amenaza “ajena”, y a preferir un entorno antiséptico y pasteurizado, homogéneo e inofensivo que sea pulcramente “nuestro”. El nativismo y el populismo extendido, así como las tendencias autoritarias, apelan a las identidades cerradas como factor dominante, los nuevos nacionalismos y un tribalismo xenófobo pueden verse reforzados por la pandemia.
La primera perspectiva nos lleva a reconstruir puentes, la segunda a levantar muros y cavar fosos. Señales de estas lecturas ya se extienden. Como es normal la primera reacción es la cuarentena y el aislamiento social, por cuestiones de sanidad pública y para reducir la propagación.
Hasta ahora las respuestas han sido fundamentalmente nacionales y de protección, la coordinación ha sido escasa, incluso en el seno de la Unión Europea, que es con mucho el esquema de integración más avanzada del planeta. Cada quien responde, informa, y sigue adelante, lo que puede ser una mala señal.
Las sociedades más integradas con la globalidad son las más afectadas por la enfermedad, pero aquellas que cuentan con un Estado más eficiente, tanto por la existencia de un sistema de sanidad pública, como por la presencia de un orden político con capacidad de coerción más eficiente, saldrán mejor parados de la presente crisis.
Dos tendencias podrían reforzarse con las transformaciones, políticas y socioculturales, vinculadas a la respuesta a la pandemia. En primer lugar veremos, muy probablemente, un reforzamiento de las tendencias más autárquicas y nativistas del discurso político mundial, que mira hacia afuera con desconfianza, que manipula el miedo frente a lo distinto para conseguir aplausos y votos.
Igualmente, es posible que vivamos una nueva disputa en torno a las funciones protectoras de los Estados, sobre todo en lo que se refiere a la atención a los más vulnerables.
El impacto económico global se extenderá sin duda durante todo el año, perdiéndose empleos masivamente, reduciéndose la actividad económica que se alimenta de la interacción social. Ya se preveía que 2020 sería difícil, la desaceleración de la economía china, el descenso hacia posturas proteccionistas y la guerra comercial de Estados Unidos contra el mundo, la ruptura de la multilateralidad y de la institucionalidad en la economía mundial, eran señales que precedieron a la pandemia.
Del aprendizaje de crisis anteriores viene la apelación al rol del Estado y de sus políticas keynesianas, que se extiende desde EEUU hasta la Unión Europea. Pero estas sólo tienen un efecto a mediano y largo plazo si generan la confianza en los actores, son punto de ignición para restablecer la actividad económica, son la chispa que cambia el sentido del ciclo económico. Ese factor clave dependerá de la lectura predominante, en ese sentido los puentes enriquecen y los muros empobrecen. Ese es el otro aprendizaje, el giro autárquico nos perjudica a todos.
¿Y qué pasará en Venezuela?
La consolidación de un giro autárquico y conservador en la política mundial puede tener consecuencias negativas para una posible democratización en Venezuela.
Primero, porque colocará a los actores de la comunidad internacional a priorizar la estabilidad de su orden interno, la recuperación económica de sus sociedades y la atención a la población afectada por la recesión.
Segundo, porque la legitimidad que tienen las respuestas estatales a las crisis sanitarias funcionaría como un manto de justificación a las prácticas autoritarias de control social que Nicolás Maduro desarrolla en Venezuela.
Si los valores democráticos modernos quedan como parte del legado común que vincula a la Humanidad, como un puente de unión entre los distintos, el tema de Venezuela podría seguir presente en lo que quede de una agenda de la comunidad internacional luego de la pandemia. Pero, nuevamente, el peso del futuro de Venezuela descansa cada vez más en las acciones de los actores internos, porque los actores externos dedicarán el grueso de sus esfuerzos a protegerse a sí mismos y a su comunidad. Esto apenas está iniciando.