Pedro Benítez (ALN).- Hubo una época en que los políticos italianos envidiaban la estabilidad y previsibilidad de la joven democracia española. Eso cambió desde las elecciones generales de 2016, cuando se cumplió aquel pronóstico del expresidente Felipe González según el cual España se dirigía a “un Parlamento a la italiana, pero sin italianos para gobernar”. En ese sentido, los casos de corrupción que acosan al Partido Popular español recuerdan el destino que tuvo el gran partido de la centroderecha italiana a inicios de los años 90 del siglo pasado.
Entre 1992 y 1994 uno de los dos partidos demócrata-cristianos más importantes de Europa despareció en medio de un megaescándalo de corrupción. La Democracia Cristiana italiana (DC), fundada al final de la Segunda Guerra Mundial por Alcide de Gasperi, uno de los padres de la Unión Europea, dominó la política de Italia por cuatro décadas en las cuales ese país superó las miserias de la postguerra y se modernizó, colocándose a la par de las grandes potencias económicas europeas.
Con el apoyo de Estados Unidos y el Vaticano la DC bloqueó electoralmente el paso al poder al Partido Comunista italiano, el más grande de Europa Occidental.
El destape en 1993 de una megatrama de corrupción que involucró a casi toda la clase política, de todos los partidos, así como a empresarios, llevó al hundimiento electoral de los partidos tradicionales. Los demócrata-cristianos fueron los principales afectados. La consecuencia directa del colapso de la DC italiana fue la aparición de Silvio Berlusconi.
En España los dos partidos que se han turnado en el ejercicio de la presidencia del gobierno desde hace más de 30 años, también son afectados por acusaciones, denuncias, investigaciones judiciales e imputaciones. Concretamente el Partido Popular (PP) de los expresidentes José María Aznar y Mariano Rajoy arrastra, como un fantasma, la llamada trama Gürtel.
En 2018 la Audiencia Nacional española determinó que un esquema de financiación ilegal y enriquecimiento ilícito venía operando desde la fundación del partido en 1989. Y 25 ex altos cargos del partido fueron condenados. Ese fue el detonante de la moción de censura que hizo caer al gobierno de Rajoy en 2018.
Este, sumado a otros escándalos de corrupción, y la prolongada crisis económica, le pasaron factura al PP llevándolo al borde del colapso electoral en las elecciones generales de 2019, donde sólo alcanzó 66 escaños. Un derrumbe catastrófico desde los 186 que le dieron mayoría absoluta a Rajoy en 2011.
Aprovechando su debilidad, al PP le aparecieron dos nuevas formaciones que le disputaron su espacio electoral. Ciudadanos, de Albert Rivera, y Vox, con Santiago Abascal al frente. El derrumbe a su vez de Ciudadanos en las últimas elecciones generales le dio un respiro.
Aunque hasta ahora no se ha detectado en España un esquema generalizado de corrupción que involucre a toda la clase política, parecido a lo que aconteció en Italia a inicios de los 90, sin embargo, la trama Gürtel ha implicado un tremendo desgaste para el PP que sí recuerda al que padeció la Democracia Cristiana italiana en los años previos a su desaparición. Y por razones muy similares.
Los populares son conscientes hasta tal punto de su situación, que su actual presidente, Pablo Casado, se ha comprometido a vender su icónica sede nacional ubicada en Madrid, alegando que la financiación de las reformas de su estructura está siendo investigada en los tribunales.
En los últimos años el PP ha cambiado su logo, ha hecho un congreso nacional, ha realizado primarias y elegido a un nuevo líder: Casado.
Todo para evitar el sorpasso. Es decir, que otro partido lo termine de pasar por la derecha. El candidato hoy es Vox.
¿Podría el PP seguir el camino de la DC italiana? En España abundan antecedentes de grandes formaciones que desaparecieron en medio de las circunstancias políticas del momento. El caso más notable fue la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suarez, que piloteó la transición entre 1977 y 1982. Eso por no recordar aquellos que no sobrevivieron a la Segunda República o la Restauración.
El único partido nacional que ha resistido a todo, o a casi todo, durante más de un siglo, ha sido el Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Con dos dictaduras y una guerra civil de por medio, se las ha arreglado para seguir allí. Pero incluso hoy está muy lejos de aquellos días cuando sus votos en el Congreso de Diputados lo ponían siempre al borde del número mágico de 175 escaños que dan mayoría para formar gobierno y aprobar presupuestos.
No obstante su amplia implantación social y territorial, el PSOE tampoco ha escapado al desgaste del sistema político español. Si el PP tiene la trama Gürtel, los socialistas tienen sus propios casos como el ERE de Andalucía.
Pero el PSOE ha demostrado una habilidad para manejar su comunicación política en medio de la selva mediática de la que carece su tradicional rival.
El PP no parece contar con la misma solidez. Así como la Alianza Popular de Manuel Fraga Iribarne (antecedente inmediato del PP) se tragó los votos de la UCD, a los populares les podría pasar lo mismo en el futuro inmediato. Por un momento el otrora líder de Ciudadanos, Albert Rivera, creyó (y soñó) con esa posibilidad. Por ahora, todo indica que fue sólo eso, un sueño.
Parlamento a la italiana
La amenaza hoy es Vox, una formación más a la derecha del PP, o al menos eso aseguran sus líderes. Este partido es para el PP lo que Podemos para el PSOE. Su peor enemigo.
En 2015 el expresidente socialista Felipe González advirtió que España se dirigía a “un Parlamento a la italiana, pero sin italianos para gobernar”.
Demostrando una capacidad artística para la maniobra, los políticos italianos han logrado cabalgar durante años con su caótico sistema de partidos, armando las más insólitas alianzas políticas. Por ejemplo, un buen número de exdirigentes demócrata-cristianos ingresaron al Partido Democrático de izquierda, heredero directo de su antiguo enemigo, el poderoso Partido Comunista italiano.
Otro ejemplo: el nuevo gobierno del banquero Mario Draghi, apoyado por casi todo el arco político italiano, de derecha, izquierda, populistas y secesionistas. Otra demostración del arte italiano para confeccionar alianzas políticas.
Pero Italia tiene (al igual que Alemania) una larga tradición de “grandes coaliciones”, donde los partidos mayoritarios se ponen de acuerdo para gobernar conjuntamente durante un tiempo, dejando de lado sus disputas ideológicas. España no tiene esa tradición.
La fragmentación multipartidista en un sistema parlamentario obliga al pacto político. Pero eso es algo que, por lo visto, no es del gusto de los políticos españoles.
Felipe González gobernó su última legislatura (1993-1996) aliado con los partidos nacionalistas (de centroderecha) de Cataluña y el País Vasco. José María Aznar en su primer gobierno (1996-2000) hizo lo mismo con esos mismos partidos. Pero eso es la excepción.
Actualmente Pedro Sánchez gobierna en una coalición de izquierdas con Podemos, apoyándose en un variopinto grupo de partidos unidos en el propósito común de evitar el ascenso al poder nacional de un partido de derecha.
Pero una alianza entre el PSOE y el PP, como algunas voces, entre ellas el expresidente González, en algún momento han sugerido, en España suena hoy insólita. Probablemente necesaria, no imposible (no hay nada imposible en política) pero sería algo absolutamente extraordinario.
Actualmente Pablo Casado intenta salvar la viabilidad electoral de su partido moviéndose al centro, el terreno en el cual el PP ganó en el pasado. Pero si los populares siguen por la senda de la DC italiana, España estará ante dos alternativas. O un gobierno de Pedro Sánchez por mucho tiempo o la caída sucesiva de gobiernos. A menos que los políticos españoles aprendan el arte italiano de hacer política.