Pedro Benítez (ALN).- Cuando el río suena piedras trae. Por estos días en el Gobierno venezolano no quieren oír hablar de nada que sugiera la posibilidad de su derrota electoral a manos de la oposición en los comicios presidenciales previstos para el venidero 28 de julio.
Por consiguiente, y a fin de mantener la relación cordial con un vecino susceptible, el canciller colombiano Luis Gilberto Murillo se apresuró a negar la filtración hecha por El País de España, según la cual, él y su embajador en Caracas, Milton Rengifo, han preparado un borrador que pone en blanco y negro la propuesta efectuada por el presidente Gustavo Petro.
Como se recordará, semanas atrás, con el respaldo explicito de su colega brasileño Lula Da Silva, el mandatario colombiano sugirió un mecanismo orientado a normalizar la vida política venezolana una vez efectuado el proceso electoral, donde los ganadores no vayan a tomar represalias contra los perdedores. “Paz política”, se le habría intitulado.
La oposición venezolana
Como en el actual contexto venezolano los opositores son los objetos de la persecución y el otro grupo, en ejercicio de su monopolio del poder, los ejecutores de la persecución, la situación de los primeros seguiría siendo la misma si su candidato pierde la elección, lo sacan de la carrera o el proceso electoral no se efectuará (todos estos riesgos estarán presentes hasta el 28 de julio).
Esa correlación de fuerzas solo se invertiría si los que hoy son oposición ganan y pasan a ser Gobierno, y, en ese caso, los que hoy son Gobierno se van a la acera de la oposición. No hay que ser muy agudos para captar que la propuesta de Petro/Lula apunta a este escenario, intentando “bajar los costos de salida” de Nicolás Maduro y compañía.
¿Existe o no la propuesta?
De modo que, a la luz de los estudios de opinión más serios y del ambiente imperante en Venezuela hoy, podemos inferir que esa propuesta existe, aunque los interesados nieguen su existencia. Maduro no puede admitir que la considera porque eso equivaldría a decir que va a perder e intentar salvarse él. No sabemos cuán procelosas se encuentran las aguas en el chavismo.
Eso nos lleva a plantear dos preguntas, ¿esa iniciativa por sí sola puede persuadir al chavismo (des) gobernante de aceptar pacíficamente la eventualidad de su derrota electoral? Y, ¿puede la oposición venezolana confiar en la misma y en las buenas intenciones de su proponente?
La respuesta rápida es que no.
Si la candidatura del ex embajador Edmundo González Urrutia (EGU) llega hasta el 28 de julio; si el TSJ no interviene la tarjeta de la MUD; si finalmente la elección se efectúa y, tal como están las cosas, EGU gana cómodamente y el Gobierno admite su derrota electoral; si todo eso ocurre, no será porque Maduro así lo quiera, sino porque no lo puede evitar. Tener presente esto será muy importante para los siguientes seis meses y para ese eventual nuevo Gobierno. El chavismo saldrá de Miraflores de mala gana y en contra de todos sus instintos.
De modo que las fuerzas determinantes del cambio político en Venezuela provienen desde adentro del país. Ni Donald Trump ni las amenazas creíbles; si Maduro entrega el Gobierno es porque el chavismo no lo puede sostener allí. Petro y Lula lo saben, y, así las cosas, prefieren que ese cambio, que intuyen como inevitable, sea ordenado y sin violencia.
Altos mandos militares
También saben que coludido con los altos mandos militares Maduro puede ceder ante la tentación de intentar permanecer por las malas. Es obvio. Pero ese escenario lo aprecian como una agudización de la crisis venezolana que, por medio de la migración, afectará a sus países. También lo ven como un riesgo innecesario para el propio chavismo.
Lo que más les preocupa es la estabilidad de Suramérica. Su propuesta va por allí.
Petro y Lula no desean que el chavismo se derrumbe (riesgo que existe). Esperan que pase a la oposición, que allí se recomponga y reorganice. Que siga el ejemplo del PT en Brasil, del kirchnerismo en Argentina, del MAS de Bolivia, e incluso el correísmo en Ecuador. Desean que siga una transición de gobierno ordenada, en una Venezuela previsible y al PSUV entregando Miraflores, pero no todo el poder.
Prevén que, de aquí al 2030, un nuevo presidente venezolano se desgastará luchando con los inmensos problemas que como herencia nefasta recibirá. También calculan que, más temprano que tarde, la actual coalición opositora se disgregará en medio de sus contradicciones esenciales y aspiraciones personales. Todo eso, más la frágil memoria colectiva, le abriría una nueva oportunidad al movimiento fundado por el ex comandante/presidente. Esa es la visión que tienen. En particular el brasileño que en su medio siglo de vida política ha visto pasar de todo.
¿Transición?
Sin embargo, el apoyo de estos mandatarios a una eventual transición en Venezuela es importante, no hay que desestimarlo, pero no es decisivo. China, la única gran potencia que podría salvar financieramente a la Venezuela chavista se ha negado a hacerlo. Rusia sigue empantanada en su guerra en Ucrania, y Vladimir Putin acaba de relevar al general Sergei Shoigu (amigo y principal apoyo en Moscú de su colega venezolano Vladimir Padrino) del Ministerio de Defensa. Cuba, la otra cara de la debacle venezolana, anda en su propia negociación con la república del norte. Irán muy lejos, en su guerra de baja intensidad contra Israel y Arabia Saudita, ha visto caer a Tareck El Aissami, su principal contacto en Caracas, víctima de las cainitas luchas por el poder.
De modo que Lula prefiere (por ahora) dar apoyo moral y ver los toros desde la barrera. Petro, que tiene más urgencia y por tanto se involucra más (Colombia no tiene más remedio que convivir con Venezuela), no se ha caracterizado en estos veinte meses en la Casa de Nariño como un presidente particularmente eficaz resolviendo los problemas concretos de su país; lo de él son los discursos en la plaza pública y la política de agitación.
No es dado a la ingrata labor de despachar durante 18 o 20 horas diarias detrás del escritorio presidencial lidiando con la burocracia. Con él no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Pero tiene un toque de pragmatismo y, como dijimos arriba, tiene apuro.
Quiere hacer la paz con el ELN y las disidencias de las FARC, pero ya sabe que con Maduro eso no será posible. También le tiene temor a una nueva oleada de migrantes venezolanos cruzando los incontrolables 2.219 kilómetros de frontera común, y ve una oportunidad de incidir en un proceso en cual, si sale bien, tiene mucho que ganar. Un cambio de expectativas positivas en Venezuela sería un bálsamo para Colombia y él subiría al ranking de los estadistas. Esto es algo que desea intensamente.
En resumidas cuentas, el amor y el interés fueron al campo un día… Muchísima gente tiene un interés directo en ver a Maduro fuera del Gobierno. Se lo ha ganado a pulso.