Juan Carlos Zapata (ALN).- Dicen que Diosdado Cabello es hombre de buen dormir. ¿Pero estará durmiendo a pierna suelta en estos días? Cualquiera diría que sí, pues quién duerme mal después de acumular tanto poder y sea reconocido como protagonista de algunas hazañas que lo colocan en lo más alto de la ola de la política chavista y antichavista, nacional e internacional. Además, Cabello no oculta que goza con el momento.
En el régimen que lidera Nicolás Maduro -sigue siendo el presidente de un gobierno ilegítimo- nada parece estable. Un día hay quienes parecen alcanzar la cúspide y desplazar a otros y luego bajan y pasan a otro plano o desaparecen. El 30 de abril de 2019 fue una buena fecha para Diosdado Cabello. Sus amigos conspiradores lo habían dejado fuera de la operación que iba a echar a Maduro del poder.
Le pasó lo de Juan Vicente Gómez y la conjura contra Cipriano Castro. Los que estaban más cerca de Castro creyeron que este se iba a morir, hicieron planes sin tomar en cuenta a Gómez, y cuando Cipriano Castro se recuperó, pagaron los otros y cobró Gómez que acumuló más poder, el suficiente para quedarse con la presidencia el 19 de diciembre de 1908 mientras su querido compadre, amigo y aliado, estaba en Europa a donde había viajado para recuperarse de la enfermedad que lo estaba martirizando. Cabello cobró el 30 de abril. Y ha vuelto a cobrar con la Operación Gedeón.
Un año redondo en dos episodios fallidos contra Maduro. En el primero, defendió a Maduro -descolocado al principio- a quien le pasó factura al afianzar posiciones en el régimen, sobre todo reclamando el regreso a la policía política, Sebin, del general Gustavo González López. En esta del 3 de mayo de 2020, ha quedado en evidencia como el factor que pavimentó la ruta del fracaso de lo que se ha calificado una invasión chapuza y aventurera. Por supuesto, Cabello no hubiera alcanzado tal éxito ante Maduro y ante aquellos que no lo tomaron en cuenta el año pasado, sin la ayuda del general González López.
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Maduro reconoce lo que hizo. Y le cede la vocería. Y Cabello se toma en serio el papel de vocero igual que aquella vez cuando Maduro le dijo que era el “duro” de la revolución. A Cabello le gusta representar ese papel. No puede ocultarlo. El narciso pueblerino de los instintos primarios que no ha logrado reponerse de estar en la segunda posición del poder, que ahí es a donde lo destinó Hugo Chávez cuando se decidió por Maduro. Cede Cabello a la tentación. Busca ya, por enésima vez, demostrarle al país, al chavismo, a los cubanos y al mundo, y cuanto más Maduro y a la Fuerza Armada, que es quien controla los hilos del poder.
Entonces hay que preguntarse. ¿Duerme tranquilo? En estos regímenes de grupos y clanes, armados y espiados, rehenes cada uno del otro, en lo que menos que se puede pensar es en el sueño plácido y tranquilo. Se saben espiados. Saben que se espían entre ellos. Que siguen y controlan los pasos de los aliados, de los amigos. Que los aliados son circunstanciales, y hay que calcularlos. Saben que allá, en una televisora, se habla de conspirar. Que más allá, en varias mansiones del Caracas Country Club, se sacan cuentas de los negocios perdidos porque es a otro a quien se le ha entregado el monopolio de importar alimentos, o vender el oro, o buscar gasolina, o manejar Petróleos de Venezuela, PDVSA, y saben que los negocios siempre generan celos hasta el extremo de que los que han quedado al margen filtran informaciones para afectar a los que gozan momentáneamente de privilegio. Saben que en uno de los bunker del Fuerte Tiuna de Caracas o en la fortaleza de más arriba, ubicada en el Parque Vinicio Adames, a la salida oeste de la ciudad capital, se despotrica de la ventaja ganada por un dirigente -en esta ocasión se refieren en concreto a Cabello- y al que hay que ir montándole una jugada para debilitarlo porque esto no puede quedarse así. Ya lo habían debilitado metiéndole preso a otro amigo general. Ya lo habían debilitado dejando en el ostracismo a todos aquellos que con Chávez ocuparon posiciones clave en el gobierno y el Estado. ¿Y ahora?
No. En efecto. No se duerme tranquilo. No se puede soñar. No se pernocta en la misma casa. Hay que cambiar de cama, y de hamaca, y de colchón y sofá. Y menos que menos tomarse una pastilla para coger el sueño. Peor, eso no es aconsejable, ni siquiera lo hace el siquiatra ministro de Maduro. Se duerme -si esto se llama dormir- con un ojo abierto y otro cerrado. Y hay que estar pendiente de los cuatro teléfonos, sobre todo ese de marca china, el de la línea directa con Inteligencia. Por cualquier alerta. Cabello, que fue quien inventó lo de la Operación Tun-Tun, es decir, el toque a la puerta de la casa en el momento menos pensado por parte de los esbirros policiales, paramilitares o militares, no puede descartar que le ocurra a él mismo. Porque una cosa es tener esa cosa demoníaca que llaman poder, y otra exhibirla y ufanarse de que se posee, y de paso, hacer que el otro, en este caso Maduro, así lo entienda. Y Maduro, que tampoco debe estar durmiendo bien, ya no cuenta ovejas sino que calcula el tiempo de cuándo podrá en verdad disponer del control de todo, pues ambición -igual que Cabello- no le falta, solo que Maduro administra mejor el rostro de la ambición. Así que en esta madrugada debe estar midiendo el terreno.
No le niega protagonismo a Cabello. No puede ni debe. Y viendo el sólido techo del bunker, imagina que ya vendrá la oportunidad. Cabello, en otro extremo de Caracas, observa un rincón indeterminado de la fortaleza. Detiene la mirada en un punto fijo y maquina una próxima jugada, pues a esto también obligan los clanes y los grupos de poder, a estar en constante movimiento. El que se queda quieto cede espacio. Cabello en su condición de militar, dice, como les decía Hugo Chávez, hay que estar siempre a la ofensiva, y cuando es el enemigo el que la toma, pues hay que pasar a la contraofensiva de manera rápida y veloz. Y rápida transcurre la noche. Lo que queda de ella. Y no ha podido dormir. Ni él, ni tampoco los otros.