Pedro Benítez (ALN).- Una pequeña diferencia de criterio ha salido a la luz pública entre la ministra de Minas y Energía de Colombia, Irene Vélez, y el excelentísimo señor embajador de ese país en Venezuela Armando Benedetti.
Ante la decisión anunciada por el Gobierno de Gustavo Petro de no adjudicar más contratos de exploración para hidrocarburos o minería, como parte de su audaz política ecológica, la ministra Vélez ha advertido que en el supuesto negado que las reservas de gas de Colombia no sean suficientes siempre se puede acudir a Venezuela:
“Tenemos reservas de gas de siete a ocho años. Si necesitáramos llenar nuestra matriz energética se podría hacer la conexión de transporte de gas con Venezuela…”, afirmó en una entrevista radiofónica en los primeros días al frente de su despacho.
Sin embargo, en otra entrevista, pero en este caso concedida a la revista Semana (6/9/2022), el dinámico embajador Benedetti expresó con firmeza un criterio algo distinto: “Se equivoca la ministra, hay que hacerlo desde ya, hay que prever para guardar, siete años no es nada”.
«Comercializar desde Colombia”
Agregó que la compra de gas venezolano por parte de Colombia: “es necesaria porque nuestro país se quedará sin gas en los próximos siete años. Ellos ya tienen el gasoducto que sale del propio golfo de Maracaibo. Ellos ya tienen la explotación, un gasoducto, solamente habría que buscar unos 30, 40 kilómetros para que se pueda empezar a comercializar desde Colombia”.
Como se podrá apreciar la Administración Petro (o al menos dos calificados voceros de la misma) coloca su confianza en el abastecimiento que el país vecino pueda hacer de un recurso energético cuya importancia estratégica, y precio en el mercado mundial, se ha revalorizado en lo que va del año como consecuencia de la amenaza rusa de cortar el suministro de gas a toda Europa para el venidero invierno en el hemisferio norte.
Aunque en este, como en otros temas binacionales, el flamante embajador colombiano en Caracas ha manifestado prisa, pronto descubrirá que hay aspectos en los cuales, como ha dicho alguien, Venezuela puede ser una selva peor que la del Darién.
El gasoducto Antonio Ricaurte
La historia del suministro de gas entre estas dos repúblicas hermanas es relativamente reciente y vale la pena repasarla a fin de ilustrar el punto anterior. En 2005 los dos gobiernos suscribieron un convenio para la construcción de un gasoducto bautizado con el nombre del héroe neogranadino de la Independencia venezolana Antonio Ricaurte.
Petróleos de Venezuela (PDVSA) se comprometía a construir la infraestructura necesaria a fin de comunicar los sistemas de gas natural de los dos países y, a cambio, los colombianos se comprometían a suministrar gas hasta el 2010 a Venezuela, momento en el cual, según lo acordado (por escrito), los venezolanos pasarían a ser los proveedores.
Efectivamente, a un costo de 335 millones de dólares PDVSA construyó el gasoducto de una longitud de 225 kilómetros de tuberías de 26 pulgadas de diámetro. El plan previsto consistía que para enero del 2016 Venezuela estuviera exportando importantes volumen de gas (150 millones de pies cúbicos diarios) a Colombia.
Pero para cumplir con el suministro Venezuela debía desarrollar varios proyectos que permitieran explotar sus importantes reservas del recurso; principalmente el Proyecto Rafael Urdaneta en el que se habían confirmado importantes reservas de gas natural libre (15 millones de pies de cubico) en las costas del estado Falcón, como parte del hoy olvidado Plan Siembra Petrolera.
Proyectos que no arrancaron
También se habló en su momento de poder recurrir como fuente suministro seguro el desarrollo del Complejo Industrial Gran Mariscal de Ayacucho (Cigma), ubicado al otro extremo del país, en Güiria. Allí el anterior jefe del Estado venezolano había anunciado en 2006 que la estatal petrolera invertiría unos 3.000 millones dólares, junto con la italiana ENI, la española Repsol y la rusa Gazprom, de donde saldría un gasoducto submarino (Dragón) con capacidad para transportar 600 millones de pies cúbicos de gas para el mercado nacional. Este proyecto, se dijo, estaría en pleno funcionamiento en 2010.
Como a estas alturas del relato el amable lector se podrá imaginar nada de eso se hizo. O para ser más rigurosos, se hizo poco. En realidad muy poco.
PDVSA no solo nunca exportó gas hacia la hermana república por medio del gasoducto Antonio Ricaurte, sino que en junio de 2015 decidió cancelar el contrato con Ecopetrol y Chevron alegando que el suministro de gas desde Colombia era irregular y muy por debajo de las necesidades de la ciudad de Maracaibo, su principal mercado.
El incumplimiento por parte de Venezuela de ese acuerdo es algo que el ex presidente Álvaro Uribe recordó al cuestionar las afirmaciones de la ministra Vélez. Para sorpresa de todos, el actual mandatario colombiano le dio “parcialmente” la razón en una rueda de prensa.
El gas natural se agota en Colombia
No obstante, persista o no Petro en su decisión de no permitir explorar y explotar hidrocarburos en nuevas áreas, el dato hoy es que a Colombia, según datos oficiales, le quedan de 7 a 8 años de gas natural. Eso en un mundo en el cual, por razones ambientales y geopolíticas (la invasión rusa a Ucrania), el gas se ha convertido en un recurso muy apreciado tal como señaló aquí más arriba.
Y resulta ser, que por cosas del destino, Colombia tiene de vecino a un país que se encuentra en el exclusivo club de los seis o siete con las mayores reservas de gas natural de todo el planeta. Por reservas probadas y por reservas totales.
En ese ranking Venezuela está lejos de gigantes como Rusia (38 mil millones de metros cúbicos), Irán y Qatar (25 mil millones de metros cúbicos). Pero, con reservas probadas superiores a los 8 mil millones de metros cúbicos, en el continente americano compite, nada más y nada menos, que con Estados Unidos, que a su vez compite con Rusia por el primer puesto como productor mundial.
Cuando el Estado ni lava ni presta la batea
Y he aquí el detalle; la producción de gas natural en Venezuela, tomando en cuenta los datos arriba señalados, es ridículamente baja. Ya lo era en 2005, y ahora es peor. ¿Las razones? Suficientemente conocidas, pero vamos a resumirlas de esta manera: el Estado venezolano, por medio de su monopolio, ni lava ni presta la batea.
PDVSA no ha invertido en desarrollar el gigantesco potencial gasífero venezolano pero tampoco deja que inversionistas privados lo hagan, ni siquiera sus propios socios, que para eso los tiene.
Sumemos a lo anterior un régimen de tarifas que desincentiva el desarrollo de esa industria para el mercado nacional y promueve el uso ineficiente del gas natural. El resultado es un mercado super regulado e ineficiente con la corrupción siempre al acecho.
Gas natural en el subsuelo, leña en las cocinas
Mientras el resto del mundo clama por gas, uno de los países con mayores reservas de ese recurso en su subsuelo ha tenido en los últimos años a buena parte de su población en la superficie cocinando a leña. Ya saben, salvando el planeta y preservando la especie humana.
Por cierto, alguna estadística del sector le atribuye a Venezuela el lamentable récord de ser hoy el país con la mayor cantidad de accidentes por los cilindros de gas doméstico.
Es importante aclarar, sin embargo, que los expertos en la materia siempre precisan que el 85 % de las reservas de gas venezolano están asociadas al petróleo, lo cual es una barrera para proyectos de producción y exportación. Pero es eso, una barrera. Nada que la tecnología y el libre mercado hoy no puedan superar.
Venezuela sí tiene mucho gas natural
De modo que Venezuela sí tiene mucho gas en la plataforma que está al norte de Falcón, pero eso de nada sirve si no se quiere dejar exportar directo y a precios internacionales. También en la plataforma que está al norte de Paria. Pero ocurre lo mismo. Se requiere mucha inversión en exploración, distribución y exploración.
Mientras tanto el país desperdicia una enorme fuente de divisas y empleos directos e indirectos.
En medio de otra crisis global de energía la economía venezolana debería estar ahogándose en dólares y no quemando estúpidamente divisas para intentar mantener su precio “bajo control”. Detalle éste que el embajador Benedetti irá descubriendo a medida que entienda cómo es aquí “se bate el cobre”.