Pedro Benítez (ALN).- Finalmente la oposición venezolana se apresta a participar en la elección presidencial prevista para el 2024, en la que el presidente en ejercicio, Nicolás Maduro, espera revalidar su continuidad en el poder. Y, una vez más, las distintas fuerzas y candidaturas opositoras se plantean el problema de la llamada Unidad. Es decir, la necesidad de presentar un frente común que, en teoría, sería la única oportunidad de batir a la candidatura oficial, que seguramente contará y abusará (nuevamente) de todos los recursos que les dan su control del poder.
Así pues, la oposición, o las oposiciones, regresan al único terreno en el cual tienen algún chance frente al oficialismo y cargan en la espalda con los resultados de las pasadas elecciones regionales y municipales de noviembre 2021, donde, pese a superar en el voto nacional a las candidaturas del Partido/Gobierno, perdieron en importantes entidades por las conocidas disputas, peleas y rencillas internas.
Para enfrentar ese reto, que como se podrá apreciar tiene más que ver con los problemas propios de la oposición venezolana que con los abusos reiterados del régimen político imperante en el país (esa es la verdad), se vuelve a presentar la supuesta fórmula mágica de convocar, por parte de la ahora rebautizada Plataforma Unitaria, unas primarias en las se que elija al candidato o candidata presidencial que represente a ese sector político en la disputa comicial del 2024.
El resto de este año veremos interminables discusiones y cotilleos en torno a las condiciones en las cuales esa elección se realizaría. Si será una primaria cerrada donde sus promotores se reservan el derecho de admisión, o si por el contrario se tratará de una consulta abierta sin las exclusiones y facturas por cobrar que se han acumulado entre los adversarios del chavismo.
¿El CNE en las primarias?
También se discutirá si ese proceso se efectuará con o sin el apoyo técnico del Consejo Nacional Electoral (CNE), tal como se hizo con la consulta primaria de 2012, cuando el órgano electoral era presidido por Tibisay Lucena; quién y cómo se organiza; cómo incorporar a los potenciales votantes que están en esa segunda Venezuela que es la diáspora; así como la participación o no de los dirigentes políticos inhabilitados.
Las anteriores son solo algunas de las cuestiones a responder que, probablemente, los dirigentes de la Plataforma, que no son otros sino a los que las cuestionadas autoridades electorales entregaron el año pasado la tarjeta la MUD, intentarán ir resolviendo en el marco de los diálogos de México como parte de sus demandas por mejores condiciones electorales.
Pero hay una cuestión previa a responder que es mucho más importante que las anteriormente planteadas ¿Cuál es la política?
Qué política va a representar el candidato o candidata que eventualmente se elija o la suya será un cheque en blanco y después veremos ¿Esas primarias son para qué?
Determinar esto debería ser fundamental; para los decidan participar en ese proceso, pero por encima de todo para el país.
Que cada quien sepa a qué atenerse es importantísimo, porque la oposición venezolana ha estado dividida desde hace muchos años entre dos concepciones, visiones y tendencias que son irreconciliables. El intento de mantener unida una con la otra explica mucho de los fracasos y frustraciones acumulados.
Dos visiones enfrentadas en las primarias
Un grupo parte de la premisa según la cual Maduro y compañía nunca abandonaran el poder. Al menos no pacíficamente. Ese sector no cree en salidas electorales. Reniega de ellas y además considera que cualquier diálogo o acercamiento con el “régimen” no sólo es inútil, sino que es inmoral. “No son políticos”, se ha repetido infinidad de veces, y por lo tanto no hay que tratarlos como tal.
La solución que plantean es la de la “máxima presión interna y externa”. En ese sentido las sanciones estadounidenses son parte y complemento de su visión. Por eso las defienden con ardor. No se puede ceder en eso hasta que el chavismo acepte efectuar elecciones pulcras, y luego se entregue para despachar a sus jerarcas a la Corte Penal Internacional (CPI).
Digamos que esta es la estrategia rupturista.
Del otro lado está el sector que tradicionalmente reivindica el voto como instrumento de cambio, sostiene que nunca hay que desistir de cualquier acercamiento o diálogo con el régimen, siempre buscando influir en su conducta y decisiones. Este grupo ha ido estructurando su propia teoría de la transición política.
Esta vendría siendo la estrategia de transición suave.
La contradicción de la oposición
Como se puede ver, son dos visiones totalmente contrapuestas. Una es incompatible con la otra. Y, sin embargo, han estado conviviendo en el seno de la oposición venezolana por muchos años. En 2014, en ocasión de la denominada “Salida”, ese matrimonio mal avenido hizo crisis y casi termina en ruptura. En aquella oportunidad, en la MUD se planteó la posibilidad del deslinde de posiciones, opción que finalmente sus dirigentes no tomaron.
Sin embargo, con esa insalvable contradicción ganaron la elección parlamentaria. Esa fue una de las razones (hubo otras) por las que luego no acordaron una estrategia ante el desconocimiento que el chavismo gobernante hizo de la Asamblea Nacional (AN) elegida en 2015.
Esa también ha sido la incoherencia básica del Interinato y fuente de la permanente ambigüedad en su discurso. No suena muy lógico aceptar sentarse a negociar con quien llamamos narco tiranía y aseguramos que terminará en la CPI ¿Qué se va a negociar allí?
Eso no luce como un incentivo que permita llegar a un acuerdo razonable entre las partes.
Esa es la contradicción existencial que desgarra a la oposición venezolana. Antes que cualquier otra cosa, los promotores o aspirantes a participar en la consulta deberían, por su propio bien, aclarar eso.
¿Profundizar la división?
A menos que se pretenda “legitimar” por el voto una de las dos posturas. Que una derrote a la otra. En ese caso, no importa que tan amplia y democrática sea, esa primaria o consulta abierta irá directamente al fracaso. Solo servirá para profundizar la división, pues el grupo que pierda no aceptará la política del otro. Sencillamente porque no puede.
¿Usted se imagina a un candidato opositor recorriendo el país con la advertencia de que si no gana vendrán más sanciones? ¿Ofreciendo despachar al derrotado a una corte internacional de justicia? Evidentemente que no. Ese aspirante se tendrá que mover dentro de los estrechos límites que imponga Maduro (que es el que manda); mientras que desde su propio campo no faltará quien lo acuse de colaboracionista.
En sentido, que las primarias en cuestión sea realizada por el mismo grupo sectario, excluyente, culpable de derrotas recienas, que no rtes y pasadinde cuentas, es lo menos trascendente. La cuestión es determinar para dónde se va una vez elegida esa candidatura. ¿Primarias para qué?