Pedro Benítez (ALN).- Peleas a golpes a plena luz del día entre funcionarios de distintos cuerpos policiales. Disputas, rivalidades y conflictos entre los distintos organismos de seguridad. Balaceras en la vía pública ante la atónita mirada de los transeúntes. Deserción de oficiales militares. No son hechos aislados sino recurrentes que indican un patrón y tienen una causa de fondo. Son una señal alarmante de descomposición.
Primero fue un enfrentamiento a golpes a plena luz del día en la Autopista del Este en Caracas entre funcionarios de las Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional Bolivariana (FAES) y de la División Antiextorsión y Secuestros de la policía de investigación, Cicpc. El extraño incidente ocurrido el miércoles 19 de febrero no llegó a mayores porque los grupos involucrados no hicieron uso de las armas de fuego que portaban ante la mirada atónita de los conductores.
Segundo incidente: Esta vez termina en un enfrentamiento armado en otro punto de la autopista, también a plena luz del día y también están involucrados funcionarios de las FAES en una situación de posible secuestro, que no es tarea de este cuerpo sino del Cicpc.
Los dos hechos ocurrieron en una semana y fueron grabados y difundidos en videos por los teléfonos de los transeúntes.
Estos no son hechos aislados. En 2018 en otro suceso parecido en la avenida Sucre de Catia, al oeste de Caracas, resultó detenido un oficial jefe de las FAES por parte del Cicpc. Y el 21 de febrero pasado, en la ciudad de Barquisimeto, dos escoltas de un concejal chavista, presuntos agentes de las FAES, fueron detenidos también por la policía de investigaciones luego de robar a un estudiante.
El informe Bachelet le explica al mundo cómo funciona la maquinaria represiva de Maduro
Las denuncias de graves violaciones a los derechos humanos perpetradas por las FAES, incluyendo ejecuciones de sospechosos bajo la excusa de “resistencia a la autoridad”, son numerosas por parte de las organizaciones venezolanas dedicadas a este tema y están documentadas en informes emitidos tanto por la Oficina de la Alta Comisionada para los DDHH de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, como por Human Rights Watch. Pero como si lo anterior fuera poco, se suman ahora los conflictos con otros cuerpos policiales.
Aquí se puede observar un patrón que no se limita a las FAES. En octubre de 2018 el director de la policía política (Sebin), general Gustavo González López, fue destituido por un incidente nunca aclarado que involucró a un grupo de funcionarios de ese cuerpo con la caravana presidencial de Nicolás Maduro. A raíz de la deserción el 30 de abril de su reemplazo en el cargo, el también general Manuel Ricardo Cristopher Figuera, González López fue repuesto en el cargo.
Esta sucesión de caóticos incidentes no es casual. Indica un patrón, tiene una causa de fondo y es una señal del nivel de descomposición interna de las fuerzas de seguridad al servicio de Maduro.
A lo largo de los años el régimen chavista ha creado la que con toda probabilidad sea la red policial y parapolicial más compleja de Latinoamérica. Dispone de una muy activa policía militar (el DGCIM), una policía política (el Sebin), la tradicional policía de investigaciones (Cicpc) y la Policía Nacional Bolivariana (PNB) con un cuerpo especial adscrito que tiene mucho apoyo personal por parte de Maduro: las FAES. A eso súmese la Guardia Nacional (GNB).
Todos estos organismos tienen un mismo propósito: mantener bajo control a los venezolanos. Bien sea por medio del espionaje o la represión.
Y aun cuando han sido creados o restructurados con la asesoría cubana, no han escapado a ese estilo de hacer las cosas propio del chavismo que consiste siempre en un profundo desprecio por los méritos profesionales, las normas y las jerarquías. Exactamente como ha ocurrido dentro de la Fuerza Armada Nacional (FAN).
A esto hay que agregar las deserciones de funcionarios por razones políticas (los menos) y por razones económicas (la mayoría) en el contexto de la masiva migración venezolana. Esa red policial y represora tampoco ha escapado a la debacle nacional. Este dato no hay que dejarlo de tomar en cuenta nunca.
Por lo tanto, la respuesta de Maduro ha sido rellenar esos organismos, en particular las FAES, con numerosos individuos sin la más mínima capacitación y reclutados entre sus grupos de activistas chavistas más violentos (los colectivos) e incluso de delincuentes comunes.
Muchas de las modalidades de delincuencia en Venezuela (como secuestros y extorsiones) se originan en las propias policías. Esto no es nuevo; la alianza no escrita entre los distintos grupos criminales y el chavismo es de larga data y fue el origen del insólito aumento del crimen y los homicidios desde hace más de una década en el país.
Pero ante la agudización de la crisis generalizada la penetración de estos grupos dentro de los cuerpos policiales y militares parece que se ha incrementado. El resultado no podía ser otro.
Esa tupida red policial tiene evidentes signos de descomposición, al igual que ocurre en el Ejército venezolano (donde los oficiales desertan y no hay rancho suficiente para la tropa) y como ha pasado con la vital industria petrolera que se ha venido abajo.
Ese es el estilo caótico de mandar (que no gobernar) de Nicolás Maduro que se refleja a todos los niveles. Hasta ahora le ha servido para mantenerse en el poder. Y como ha sido exitoso en ese propósito tal vez la ciencia política tenga que inventarse una nueva categoría para esta forma de Estado.
Maduro cabalga sobre el tigre del caos con la confianza de que este nunca se volteará a devorarlo.