Rafael Alba (ALN).- Andrés Suárez y Sony han utilizado el formato de los micros abiertos para combinar la promoción de la última gira del cantautor con el apoyo a los proyectos emergentes. La convocatoria de castings multitudinarios, habitual de los concursos televisivos, se generaliza como gancho para captar público.
Desde hace un tiempo, en los territorios virtuales por los que transitan los millennials hispanos, y también en algunos medios de comunicación tradicionales, proliferan los mensajes cargados de preguntas parecidas a las que transcribo a continuación: “¿Te gustaría ser el telonero de tu ídolo cuando su gira pase por tu ciudad? ¿Eres un fan de la canción de autor y crees que en tu pueblo hay un artista desconocido que merece una oportunidad para acercarse al gran público? ¿Has recorrido -con más o menos éxito- el circuito de los pequeños locales de Madrid y te gustaría cantar tus canciones ante una audiencia formada por un par de miles de personas que te escucharán con cariño? ¿Cantas y bailas como nadie y esperas una oportunidad para formar parte del elenco de una gran producción musical? ¿Eres jovencita -o jovencito- tocas el piano y bailas bien el reggaetón y sueñas con los públicos millonarios que proporcionan los concursos de talentos televisivos que se emiten en prime time? En definitiva, y por resumir el significado común a todas estas apelaciones a la gloria futura, la pregunta subyacente en toda esta retahíla de interrogaciones sería poco más o menos algo así: ¿Te gustaría encontrar la lámpara de Aladino y pedirle tres deseos al genio que habita en su interior?
Con independencia de lo que pueda pasar luego y de la suerte que corra cada cual cuando decide entrar en el juego, la proliferación de esta clase de certámenes ha terminado por despertar algunas suspicacias
Y, aunque no disponemos de una bola de cristal infalible ni de ningún otro instrumento que nos permita adivinar el futuro, estamos dispuestos a jugarnos “macetas contra fincas de regadío”, como dirían los castizos, a que un contundente sí, y además sin paliativos, sería la respuesta que darían a esta pregunta los componentes del nutridísimo ejército de aspirantes a estrella que habitan en las ciudades, los pueblos y las aldeas de todo el territorio español. Y, por supuesto, la gran industria audiovisual, siempre a la caza de nuevas vías para hacer negocio, está dispuesta a facilitarles el camino. La tecnología ayuda mucho, porque nunca fue tan fácil comprarse el billete hacia las estrellas. Basta con grabar un vídeo y subirlo a la red con un hashtag predeterminado. Pero, tengan ojo señoras y señores, porque lo mismo más de uno -y de una- en lugar de encontrar la gran oportunidad por la que suspira y que, en teoría, le permitirá convertir en realidad sus bellos sueños de grandeza, termina sumergido en su peor pesadilla y despierta dentro de la auténtica guarida de los 40 ladrones a quienes desvalijo Alí Babá.
Pero no adelantemos acontecimientos, ni hagamos spoilers. Con independencia de lo que pueda pasar luego y de la suerte que corra cada cual cuando decide entrar en el juego, la proliferación de esta clase de certámenes ha terminado por despertar algunas suspicacias. Por lo menos, en los foros mejor informados, donde algunos aguafiestas, y mucho diletante que no tiene nada mejor que hacer que lanzar sombras de sospecha sobre las lícitas iniciativas de los demás, han empezado a argumentar que detrás del supuesto altruismo de algunos promotores de este tipo de proyectos sólo se esconde el egoísmo interesado de un grupo de fariseos que pretende en realidad explotar los sueños de grandeza de muchos, para conseguir mucha y buena publicidad de bajo costo, incluso geolocalizada, que es como mejor funciona ahora. Y aprovecharse de esos ríos revueltos de las redes sociales, donde los posts compartidos, los comentarios, y los concursos en forma de votación con varios candidatos en juego, son la gasolina perfecta para un milagro similar a la multiplicación de los panes y los peces.
Sobredosis de castings en streaming
Una de las últimas iniciativas de este tipo, que ha suscitado un cierto debate en la red y que avanza con éxito a pesar de las críticas, parece formar parte del diseño de lanzamiento de la última gira del cantautor gallego Andrés Suárez, cuyos conciertos en España y Latinoamérica se agrupan bajo el título genérico de Desde una ventana tour. El equipo del artista, en colaboración con Sony -su discográfica-, La Noche en Vivo -asociación de los locales de música en directo de Madrid- y Wegow, una plataforma de venta de entradas por internet, han convocado un concurso titulado 6 Noches de Micro Abierto. El premio consiste en convertirse en telonero del artista en uno de los tres conciertos de la gira que tendrán lugar en la sala But de Madrid el próximo mes de diciembre. Para conseguirlo, los interesados han tenido que participar en un concurso que se ha desarrollado en un puñado de salas pequeñas de la capital (Libertad 8, Búho Real, Costello Club, Contraclub y El Intruso), bien conocidas por la afición, y en las oficinas de la empresa de tickets (Wegow Live).
Una de las últimas iniciativas de este tipo, que ha suscitado un cierto debate en la red y que avanza con éxito a pesar de las críticas, parece formar parte del diseño de lanzamiento de la última gira del cantautor gallego Andrés Suárez
De esta forma el artista culmina por todo lo alto su proyecto #AbriendoVentanas, vigente desde el inicio de la gira, en el que a través de vídeos y votaciones online ha seleccionado a sus teloneros en todas las ciudades por las que ha pasado. Pero las tres noches de Madrid tenían que ser especiales y por eso el hashtag correspondiente a este proyecto singular es #AbriendoVentanas Fin de Gira. Como decíamos antes, a pesar del entusiasmo de sus afines, y del hecho innegable de que Suárez, guste o no guste, ha creado escuela y existe una auténtica legión de clones de este artista, abonados al romanticismo con guitarra, hay quien cree que esta vez se ha traspasado una línea roja. Y que no es demasiado elegante hacerse promoción a costa de los sueños de los demás. Nada que ver con la idea que intentan comunicar desde el equipo de un cantante que ha llegado a la cima tras subirse muchas noches a esos pequeños escenarios donde ahora se desenvuelven los que aspiran a telonearle.
Suárez forma parte de una generación de francotiradores armados con guitarras, por el momento, los últimos en llegar, que tomaron el relevo de la fértil cosecha de cantautores de éxito recolectada por la industria discográfica en los años 90. Aquel ramillete de estrellas del que formaban parte Roxana, Ismael Serrano, Javier Álvarez o Pedro Guerra, todos ellos aún en activo y que también fueron acunados por el seno maternal del eterno Libertad 8. Junto al gallego llegaron otros como Marwan o Luis Ramiro. De aliento romántico, inspiración pop, con buen manejo de las posibilidades de internet y capaces de sortear la crisis gracias a su capacidad para enganchar a las fans. Los fans, en este caso, eran menos relevantes, tanto en número como en calidad. Que nadie les quite mérito, sin embargo, apelando a unos evanescentes estándares de calidad musical o literaria. Estos artistas llenaron muchas salas y recorrieron muchas veces el territorio español antes de que en los despachos de las multinacionales que ahora les amparan tuvieran la más mínima noticia de su existencia. Seguro que, en aquellos tiempos duros, al cantautor gallego de Sony le hubiera encantado tener una posibilidad como la que él ahora va a brindar a quien esté dispuesto a aprovecharla.
Encuentro de creadores
Tal vez sea cierto, en este caso. O tal vez no. Pero empieza a llover sobre mojado. Hasta el más ingenuo de los soñadores y el creyente más pertinaz en la veracidad de la leyenda de los Reyes Magos de Oriente, empieza a estar inquieto con la sobredosis de castings a la que empezamos a estar expuestos. Productoras de musicales, programas de televisión con jurados famosos y hasta concursos de barrio, escenifican y difunden los mejores momentos de esos interrogatorios de tercer grado en los que supuestamente, o en realidad, se elige a los mejores tras haberle dado una oportunidad a todo aquel que la solicitó y pasó unas mínimas exigencia de corte. A veces, hasta parecería que los castings son más interesantes que el concurso. Hay pruebas de esta índole en escuelas públicas y privadas y hasta empieza a ser frecuente que uno de los protagonistas forme parte de la Corte Suprema que emitirá el veredicto final. Y, curiosamente, el grupo de ganadores habitual de todas esas pruebas suele estar formado por unas cuantas caras conocidas que se repiten una y otra vez. O eso aseguran las malas lenguas pertinaces que a todo le tienen que sacar punta sin mostrar prueba alguna que confirme sus afirmaciones viperinas.
Desde otro punto de vista, un poco menos crítico, pero también algo escéptico, hay quien recuerda que el objetivo real de las sesiones de micro abierto nunca fue la competición entre artistas. En el caso de los cantautores, por ejemplo, los promotores de estos eventos, cuyo ejemplo más emblemático es el Micro Abierto de Libertad 8, que dirige Andrés Sudón desde hace algo más de siete años, concebían estas sesiones como encuentros de compositores. Un oasis semanal para los aficionados al género en el que los buenos catadores pueden detectar las tendencias que vienen y los artistas trascender de la soledad de su cuarto y exhibir sus creaciones ante un público formado por sus iguales. Otra cosa es que, en ocasiones, estos conciertos semanales colectivos hayan facilitado la llegada posterior a la cima de artistas como Rozalén, quizá el nombre más conocido de esta cantera inagotable. Pero ese no es el propósito que animó su creación. En absoluto. Por eso nadie debería corromper el formato y convertirlo en algo que ni ha sido ni debería ser.
El problema tal vez sea que en España, a diferencia de otros países, no parece existir un público específico para este tipo de atracciones. Y, sin embargo, sí hay una larga tradición de concursos de talentos, incluso locales, que se remontan a la década de los 50 del siglo XX y cuyo rastro puede encontrarse en las biografías y los currículums de muchos divos del flamenco y de la copla. Y también existieron los viejos festivales de la canción ligera ahora en desuso, donde dieron sus primeros pasos cantautores tan diferentes como Raimon, el compositor de Al vent, símbolo de la lucha antifranquista, o Julio Iglesias. Pero la sombra de la sospecha y otras lindezas del mismo palo siempre ha rodeado el resultado final de estas competiciones que, según las leyendas negras más extendidas, solían resolverse en los despachos adyacentes con el correspondiente duelo de talonarios. Y, desde luego, los creadores de estos eventos, que combinaban la promoción turística con el ocio y la difusión de imágenes paradisíacas con que atraer a los turistas, ni soñaron con que un día los propios participantes hicieran publicidad gratuita del espectáculo gracias a ese maravilloso invento que son las redes sociales. Lástima, desde luego. Lo que hubieran hecho aquellos cracks con esta tecnología prodigiosa. Auténticas maravillas, compadres. O eso me parece a mí.