Pedro Benítez (ALN).- En 1995, año en el cual el extinto Congreso Nacional aprobó la denominada Apertura Petrolera, que permitió el retorno del capital privado a la industria de los hidrocarburos venezolanos por primera vez desde 1975, nadie se hubiera imaginado que solo tres años después el ex teniente/coronel golpista Hugo Chávez iba a ser elegido presidente por la clara mayoría del electorado y que, a continuación, todos los críticos históricos de la PDVSA meritocrática y de la citada Apertura, de su mano tendrían suficiente poder o influencia como para poner en práctica sus ideas. Francisco Mieres, Domingo Maza Zavala, Gastón Parra, Carlos Mendoza Potellá, Bernard Mommer y Ali Rodríguez Araque, los más connotados.
Los aludidos argumentaron en foros, columnas e intervenciones públicas de la época, que las trasnacionales petroleras sacarían el mayor beneficio con la Apertura, que para el país sería un retroceso y que significaría la pérdida de autonomía de PDVSA, “además del agotamiento de los recursos petroleros”.
Chevron, heredera de la mítica Standard Oil
Tampoco era posible sospechar entonces que les tocaría a ellos, o a sus discipulados (Chávez y Rafael Ramírez), gestionar el sector en medio del mayor y más largo auge de precios del crudo de la historia (2003-2014), y que fuera justamente en esos años cuando PDVSA perdiera 1.7 millones de barriles por día (b/d) de producción, caída solo compensada por los denostados proyectos de la Apertura Petrolera todavía en marcha, mientras que en el mismo lapso de tiempo la producción de oro negro en Estados Unidos (el principal cliente) se incrementó en 60%, la de Rusia se duplicó, y creció mucho la de Arabia Saudita e Irak (los tres competidores de Venezuela).
A esos proyectos también, de manera bastante estúpida, los fueron arruinando.
Todavía más increíble hubiera sido pensar que los herederos del régimen socio-político instaurado por Chávez (bolivariano, zamorano, y antiimperialista) terminarían defendiendo apasionadamente en 2025, junto con sus aláteres, la licencia que la Oficina de Control Activos (Ofac) del Departamento del Tesoro de Estados Unidos le concedió a Chevron, heredera a su vez de la mítica Standard Oil, a fin de que recuperara los miles de millones de dólares en deudas pendientes contraídas por PDVSA con ella, importando petróleo o sus productos derivados de las cuatro empresas conjuntas que bombean y procesan crudo en el país: Petropiar, Petroboscán, Petroindependencia y Petroindependiente. Esto en el marco de las sanciones coercitivas y unilaterales impuestas por Donald Trump en 2019 como parte de su estrategia de “máxima presión”.
Deuda a Chevron
Licencia que sirvió de marco a los acuerdos suscritos, por cierto, entre el hoy defenestrado ex ministro de Petróleo, Tareck El Aissami, y el presidente de la mencionada compañía en Venezuela, Javier La Rosa, en los primeros días de diciembre de 2022, de cuyos detalles nos hemos enterado por vías no oficiales, dado que el contenido de los mismos nunca ha sido debatido y mucho menos aprobado por la actual Asamblea Nacional. En resumidas cuentas, a Chevron se le concedió controlar todo el proceso de explotación y exportación para cobrarse lo que le debían (o le siguen debiendo).
Valga acotar aquí que esta práctica, de pagar (o cobrar) deudas con producción, tuvo su antecedente en el convenio suscrito con los socios chinos en el Fondo homónimo. Una sabia previsión derivada de la experiencia propia, puesto que todos los socios saben que la PDVSA “roja, rojita” no paga.
¡Oh pecado mortal! se hubiera clamado, si a alguien se le hubiera ocurrido hacer algo parecido durante los gobiernos del régimen de la democracia representativa.
De hecho, una tormenta de críticas cayó sobre la primera administración de Carlos Andrés Pérez cuando en septiembre de 1975, en la Ley Orgánica que Reserva al Estado la Industria y el Comercio de los Hidrocarburos, conocida como Ley de Nacionalización Petrolera, se introdujo el famoso título 5to que permitía el eventual regreso de la inversión privada en la industria y que, 20 años después, se usó para aprobar la Apertura Petrolera.
“Nacionalización chucuta”
Se consiguió sancionar en el parlamento con los votos del partido de gobierno de ese entonces, y en particular a que Rómulo Betancourt, en una de sus escasas intervenciones como senador vitalicio, abogó en favor del mismo como “un por si acaso”.
Sin embargo, por ese artículo, los cultores del nacionalismo criollo y adversarios de la plusvalía capitalista pusieron el grito en el cielo afirmando que aquella era una “nacionalización chucuta”. La frase quedó para las páginas de la historia patria y como parte del relato del que se apropió convenientemente el ex comandante/presidente un cuarto de siglo después, para luego hacer él su “verdadera nacionalización”. Y aquí estamos.
En cuestión de dos años Chevron consiguió revertir la tendencia declinante de la producción petrolera nacional, porque vamos a estar claros, esta dramática caída no ha sido consecuencia de las sanciones (que todo venezolano prudente rechaza). Los países más sancionados del mundo, tanto por Estados Unidos como por la Unión Europea, son Rusia e Irán, con 10.7 millones y 4 millones de producción de b/d respectivamente en diciembre de 2024, según cifras de la Agencia Internacional de Energía.
Venezuela pasó de alrededor de 3 millones de b/p promedio en 2001, a 2,3 en 2013 y un millón a inicios de 2019, justo antes de las sanciones comerciales. Cuando san Chevron regresó a operar estaba por 553 mil b/d, cifras de la Opep.
Chevron ayuda a la estabilización de Venezuela
Superando las expectativas más optimistas que pronosticaron que la compañía conseguiría aumentar la producción en unos 50 mil a 70 mil b/d a corto plazo, y en unos 150 mil a 200 mil b/d 24 meses, logró 250 mil; y los otros socios europeos (la italiana Eni y la española Repsol) beneficiados de la citada licencia que, supone uno operan en condiciones similares, aportaron otros 50 mil. 300 mil en total para este mes de marzo del año de nuestro Señor que corre.
Un alivio, sin duda, para la aporreada economía venezolana víctima de dos décadas de improvisaciones y experimentos con aquello de que “inventamos o erramos”.
El economista Asdrúbal Oliveros ha destacado, refiriéndose a esos dos últimos años, que “la actividad de Chevron ha introducido un elemento crucial para la estabilización macroeconómica del país”, pues “ha dinamizado la economía al sumar empleos y nuevos contratos de servicios, para la recuperación de pozos, y por la venta de divisas al mercado interno”. Observación que resume bastante bien la realidad de la Venezuela chavista. Esa compañía tiene en el país de hoy el mismo papel que tuvo PDVSA en otra época. Tomando en cuenta los antecedentes con los socios rusos, chinos e iraníes, se puede afirmar que Chevron es irremplazable hoy.
Venezuela se abre a las inversiones
Consciente de ello, el actual ocupante de Miraflores ha manifestado esta semana que “Venezuela está y estará (…) abierta a todas las inversiones internacionales en petróleo, gas, petroquímica y refinación. Tenemos las puertas abiertas de par en par para que venga el mundo entero a producir, a ganar”.
Por supuesto, una cosa es decirlo (no es la primera vez que lanza la oferta) y otra hacerlo realidad. Este es un país muy distinto al de 1995/1996 donde, en las instituciones del tan vituperado régimen puntofijista, había un Gobierno, un Congreso y una Corte de Justicia respetados por los gobiernos y empresas extranjeras, con una Constitución y unas leyes, una opinión pública donde se debatían los intereses colectivos y se denunciaba con o sin base las corrupción real o aparente en el manejo de las finanzas públicas. Un país donde unos señores demandaron judicialmente la citada Apertura y que luego dieron su bendición y colaboraron en la ruinosa política petrolera Chávez/Alí Rodríguez/Ramírez, para de ahí pasar a ponerse las manos en la cabeza por el monstruo que contribuyeron a crear.
Así pues, un ciclo en la historia del petróleo en Venezuela se está cerrando ante nuestros ojos. Ha durado exactamente 50 años. En este medio siglo el Estado venezolano manejó como un monopolio la industria petrolera nacional, entre muy bien, bien y regular (los gobiernos del régimen de la democracia representativa) y de peor a desastre (por el chavismo).
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