Pedro Benítez (ALN).- No es candidato, pero como si lo fuera. En las elecciones presidenciales ecuatorianas del próximo domingo no interesa tanto quién será el próximo presidente sino la influencia política que tendrá el expresidente Rafael Correa. El personalismo de la política llevado a su (casi) máxima expresión. Correa sí o Correa no, esa es la disputa.
El próximo domingo 7 de febrero está previsto que se efectúe la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Ecuador en las que constitucionalmente se seleccionará al sucesor del primer mandatario de esa nación, Lenín Moreno, pero que más bien lucen como un referéndum sobre el ego del expresidente Rafael Correa.
Hay 16 candidatos en carrera, pero sólo dos se disputan las preferencias. El economista y exministro Andrés Arauz Galarza, de 35 años, es el candidato de Correa, por su Unión por la Esperanza, y el banquero Guillermo Lasso, de 65 años, por el anticorreísmo en su tercer intento.
El que vote por Arauz Galarza lo hará por Rafael Correa. El que vote por Lasso lo hará en contra de Rafael Correa.
De hecho, Arauz hace campaña por todo Ecuador con una imagen de cartón a tamaño natural del expresidente, y una de sus promesas (probablemente la única que pueda cumplir dado el estado de las finanzas públicas) es designarlo como uno de sus principales asesores en caso de ganar.
Además, “espera”, según ha manifestado, que Correa pueda volver a Ecuador y que “un sistema judicial sin presiones políticas” revise las condenas que hay en su contra y decida “a su favor”.
El expresidente Correa fue condenado a ocho años de cárcel y 25 de inhabilitación política por cohecho y creación de una red de corrupción en el caso ‘Sobornos 2012-2016’, lo que le ha obligado a permanecer fuera de Ecuador desde 2017. Por supuesto, no se podía esperar otra cosa, Correa alega que todo se trata de una persecución política en su contra emprendida por su exvicepresidente y sucesor (que él mismo eligió) Lenín Moreno.
Cualquier parecido con otros casos similares por esta parte del mundo no es casual. Este es el remake ecuatoriano del mismo guión cinematográfico que hemos visto en los últimos tres años, pero con diferente producción y reparto; con Fernando Haddad (apoyado por Lula da Silva) contra Jair Bolsonaro en Brasil; con Alberto Fernández (candidato de Cristina Kirchner) contra Mauricio Macri en Argentina; y el más reciente de todos, Luis Arce (el elegido de Evo Morales) en Bolivia.
Estos tres expresidentes (dos con enredos judiciales encima) impedidos de postularse, bien porque no les daban los votos (la señora Kirchner), o porque la justicia no se los permitía (Lula y Evo), han intentado usar su capital político para mantener su influencia y protagonismo por medio de terceros. Y, de paso, resolver con los sufragios populares (hasta ahora sin éxito) lo que no han podido con pruebas y evidencias ante un juez.
Por cierto, que en Colombia al también expresidente Álvaro Uribe se le ha acusado de lo mismo, aunque en su caso, por pertenecer a otro bando político, no cuenta con la misma indulgencia que la opinión pública mundial sí les da a sus colegas.
En 2017 Correa decidió no correr riesgos (lo que sí hizo Evo Morales dos años después) intentando una nueva reelección. Así que postuló como candidato a sucederlo a Lenín Moreno, una personalidad más amable en un momento en el cual la economía ecuatoriana se estaba desacelerando. Y tuvo buen olfato, pues Moreno ganó en segunda vuelta por un margen estrecho (51% a 48%) al opositor Guillermo Lasso.
Pero si Rafael Correa pensó que con el nuevo presidente él seguiría en el poder se equivocó totalmente. También erró en sus cálculos la oposición ecuatoriana que había hecho campaña agitando el miedo a que se repitiera el caso Venezuela.
Para decepción de unos, y sorpresa de otros, Lenín Moreno aplicó la ley de la patada histórica. Una de las reglas no escritas de la política latinoamericana. Se distanció de su anterior jefe y dijo: “Ahora mando yo”.
Eso fue algo que el vanidoso Correa no pudo soportar, con lo que empezó una guerra política que lleva cuatro años. Moreno comenzó criticando a Nicolás Maduro (amigo de Correa) y luego acusó a su antecesor de corrupción y endeudamiento irresponsable. Puso la reacción en marcha. La disputa llegó a su punto máximo en octubre de 2019 cuando una serie de violentas protestas lo obligaron a abandonar Quito por unos días, mientras que desde el exterior Correa animaba abiertamente a su derrocamiento.
Lenín Moreno logró aguantar la embestida, pero en los últimos 14 meses su gobierno ha pasado de una crisis a otra.
Correa sí o Correa no
De cara a esta nueva justa electoral el correísmo ha tenido un inesperado y gran aliado en la pandemia de covid-19. La desaceleración de la economía mundial y la cuarentena han golpeado al dolarizado Ecuador.
Por su parte, el único mérito de Andrés Arauz consiste en haberle sido leal a Rafael Correa. Eso, no obstante, puede ser suficiente para llevarlo a la presidencia. Entre 2015 y 2017 fue su ministro de Conocimiento y Talento Humano, y durante unos meses, ministro de Cultura y Patrimonio. Había otros posibles candidatos con más peso político pero al parecer Correa no quiere otro Lenín Moreno en su camino.
Para que no queden dudas sobre lo que se decide, el expresidente se dedica todos los días, con un esfuerzo digno de mejor causa, a dejar claro que la elección presidencial ecuatoriana es su revancha personal. Con la facilidad de palabra que le caracteriza, aprovecha cuanto medio de comunicación tiene a su alcance para llenar de insultos y proferir amenazas a su sucesor.
“Él sabe que no tendrá dónde esconderse, es de las peores basuras que ha parido nuestra América (…) El corrupto siempre fue él”, ha dicho en una entrevista a la revista Semana de Colombia.
No conforme con eso, en aras de promover la estabilidad y el sosiego de su patria, al mejor estilo chavista Correa le inocula más veneno al ambiente político de su país deslizando la acusación contra Moreno y las autoridades electorales por supuestamente pretender suspender el proceso electoral. Desde su cuenta de Twitter su aliado, el expresidente boliviano Evo Morales repetía la misma versión este fin de semana. Algo que el Consejo Nacional Electoral del Ecuador desmintió de inmediato.
Pero este es el tipo de maniobras políticas usuales que aplica alguien que quiere recordarles a los demás que él está allí. Que el pueblo es él.
Si como indican los sondeos hay segunda vuelta, serán los votos del candidato indígena y ecologista Yaku Pérez, el tercer favorito en liza con alrededor del 13%, el que decida la elección.
Pero aun en este caso la disputa será la misma. Correa sí o Correa no. El personalismo llevado a su casi máxima expresión. Ya el mundo entero ha visto el daño y la división que un líder político puede provocar.