Pedro Benítez (ALN).- A Alberto Fernández no le va a quedar otra opción que aplicar el ajuste que Macri ha evadido en los últimos meses, tendrá que negociar otro acuerdo con el FMI y aplicar muchas de las políticas económicas que el kirchnerismo tanto ha criticado. No hacer eso implicaría profundizar la crisis y seguir los pasos de la Venezuela chavista.
Se cae un mito en todo el continente americano: ser un empresario exitoso no es suficiente para ser un buen presidente. Ni siquiera haber ganado una o varias elecciones. Para gobernar hay que hacer política. Es lo que Mauricio Macri ha aprendido transformando lo que se preveía como una amarga derrota en una dulce derrota.
A medida que pasan las horas se pueden apreciar con más claridad las implicaciones políticas de los resultados de las elecciones presidenciales en Argentina, que son otra demostración de cómo en la política las derrotas nunca son definitivas, ni las victorias eternas.
En la imagen de la reunión, que tanto él como Fernández difundieron por sus respectivas cuentas de Twitter, se observa a un Macri relajado, tranquilo e incluso satisfecho. Por su parte, a Alberto Fernández (un experimentado operador del poder peronista) se le ve ansioso y preocupado. Un hombre que es consciente del calvario económico, social y político que le aguarda.
La foto del encuentro que sostuvieron la mañana del lunes en la Casa Rosada el presidente saliente Mauricio Macri y el presidente electo Alberto Fernández es bastante reveladora de una situación paradójica. Macri, que es el primer presidente argentino no peronista que pierde su intento de reelección, parece el ganador.
El tono de sus palabras de reconocimiento al triunfo de su adversario al final de la jornada electoral era de satisfacción contenida, lo que, según fuentes del periodismo argentino, notó el alto mando del peronismo y fue la razón del duro discurso del gobernador electo de la provincia de Buenos Aires y vocero del ala izquierdista del kirchnerismo Axel Kicillof, muy distinto al pausado estilo de Alberto Fernández.
Con una sobria elegancia política que recuerda al expresidente Raúl Alfonsín, el aún titular de la Presidencia argentina invitó al ganador a un desayuno en la sede de gobierno para organizar una transición ordenada del poder. Muy distinto, por cierto, a la actitud de Cristina Fernández de Kirchner que ni siquiera se presentó al Congreso al traspaso de mando de Macri.
En la imagen de la reunión, que tanto él como Fernández difundieron por sus respectivas cuentas de Twitter, se observa a un Macri relajado, tranquilo e incluso satisfecho. Por su parte, a Alberto Fernández (un experimentado operador del poder peronista) se le ve ansioso y preocupado. Un hombre que es consciente del calvario económico, social y político que le aguarda.
La imagen no es para menos. Desde las primarias obligatorias (las PASO) de agosto, todas las encuestas y analistas preveían una aplastante derrota para Macri entre 15 y 20 puntos de diferencia. El resultado profundizó el desbarajuste económico argentino y se llegó a plantear una entrega adelantada del poder.
Pero en los últimos dos meses el empresario presidente le dio un vuelco a los números en una campaña épica, con la tormenta económica en contra. Probablemente siguiendo el consejo de la veterana diputada Elisa Carrió que transformó una derrota electoral en una victoria política.
No sólo recortó a siete puntos la diferencia con su contendor, quedando cerca de pasar a la segunda vuelta, sino que además superó en 1.800.000 votos su propio resultado de la primera vuelta de 2015 y en más de dos millones los resultados de agosto. Ganó en cinco de los cuatro principales distritos electorales del país, imponiéndose nuevamente en su bastión de la ciudad de Buenos Aires, y volteó el resultado en las provincias de Mendoza y Santa Fe que había perdido en las primarias obligatorias de agosto.
¿Cómo será un gobierno del peronista Alberto Fernández en Argentina?
Este ha resultado ser un giro inesperado de los acontecimientos. Hace cuatro años, muy en la tradición de gobernar del peronismo, la expresidenta Cristina Kirchner le dejó a su sucesor una bomba de tiempo económica, que Macri (pese al apoyo del FMI) no supo desactivar.
Desde el inicio de la década, con Cristina Kirchner como mandataria, la economía argentina se estancó, aumentó la inflación, la deuda externa y la pobreza. Nada de esto lo pudo revertir Macri. Su estrategia gradualista iniciada en diciembre de 2016 sólo consiguió aliviar en los dos primeros años de su gestión esas tendencias, para que a partir de 2018 se empezara a gestar la actual crisis que traspasa a Alberto Fernández.
En la tradición política argentina los gobiernos peronistas solían dejar una pesada herencia a sus sucesores de signo político distinto, a quienes hacia pagar los platos rotos. Era previsible (y es lo que calculó inicialmente Cristina Kirchner) que esa historia se repitiera con Mauricio Macri. Pero no ha sido así en esta ocasión.
Macri se retira con dos victorias en el bolsillo. En términos históricos está a punto ser el primer presidente no peronista desde 1928 en terminar todo su mandato constitucional. Durante el convulsionado siglo XX argentino a todos los demás los derrocaron golpes militares, uno (Alfonsín) adelantó la entrega del mando y otro (Fernando de la Rúa) se vio obligado a renunciar en medio de una convulsión social.
Pero además, en términos políticos del presente y del futuro Macri se va a la oposición con un capital muy importante de más de 10 millones de votos. Con un bloque social y electoral antikirchnerista que hasta hace pocos años no existía en Argentina. En este sentido la nueva vicepresidenta ha sido una aliada valiosa.
Paradójicamente lo que a Macri corresponde ahora es seguir los pasos políticos de ella en los últimos años: mantener unida a su coalición y hacerla crecer, para capitalizar el desgaste que sin duda tendrá la nueva Administración.
A Alberto Fernández no le va a quedar otra opción que aplicar el ajuste que Macri ha evadido en los últimos meses, tendrá que negociar otro acuerdo con el FMI y aplicar muchas de las políticas económicas que el kirchnerismo tanto ha criticado. No hacer eso implicaría profundizar la crisis y seguir los pasos de la Venezuela chavista.
Va a tener que demostrar toda su habilidad política en una América Latina donde la izquierda siente que pasa a la ofensiva y no dispondrá del auge de las materias primas del que gozó la pareja presidencial Kirchner. La principal oposición no le vendrá del macrismo sino del propio kirchnerismo o de una parte de este.
En ese sentido tiene la ventaja tradicional del peronismo que se ha caracterizado por cambiar de posición sin ningún recato o pudor dependiendo de las circunstancias. Eso hizo el fundador del movimiento, Juan Domingo Perón; eso hicieron Carlos Menem y Néstor Kirchner.
Este es pues el cuadro de una Argentina polarizada, un país que se ha resistido (incluyendo una parte del peronismo) a que el kirchnerismo le imponga su ley.