Rafael Alba (ALN).- Las ciudades con historia y una identidad sonora reconocible que se han mantenido en el tiempo cuentan con una gran ventaja competitiva. La música es una de las cartas que deben jugar los destinos urbanos para atraer a los viajeros que apuestan por el turismo de experiencias, la última moda en el sector.
¿Puede convertirse el circuito de pequeños clubes de música en directo de cualquier ciudad del mundo en una de sus principales fuentes de riqueza? Al parecer sí, según la experta opinión de algunos estrategas del sector turístico que ven necesarios algunos cambios en los parámetros de la oferta habitual en los destinos urbanos de referencia. Sucede que en los tiempos que corren, cuando parece haberse abierto paso el gusto de los turistas por las experiencias singulares, la música, sobre todo esos conciertos cercanos en escenarios pequeños que permiten al público tener un contacto muy directo con los músicos, empieza a cobrar peso en la ecuación. Y ser una localidad con una historia, un pasado y una personalidad sonora reconocible es una ventaja competitiva importante y un cebo atractivo para los viajeros de hoy que, además, no todos los sitios turísticos pueden utilizar. Hay ciudades como Liverpool, Nueva Orleans, Nashville o Viena, que siempre han jugado a la perfección esta carta. Pero en otras, como Londres o París, más de una partida se ha perdido por no tenerla en cuenta.
En los tiempos que corren, cuando parece haberse abierto paso el gusto de los turistas por las experiencias singulares, la música, sobre todo esos conciertos cercanos en escenarios pequeños que permiten al público tener un contacto muy directo con los músicos, empieza a cobrar peso en la ecuación
Por mucho que algunos segmentos importantes de la población urbana no estén de acuerdo. Un grupo de ciudadanos intransigentes que, en el caso de muchas poblaciones españolas, Madrid incluida, parecen capaces de imponer su criterio a los políticos locales, más preocupados por los votos que pueden perder por culpa de los ruidos y el presunto desorden que se genera alrededor de estos supuestos antros de perdición que por impulsar la cultura y rentabilizar el talento. O eso es al menos lo que piensa, por ejemplo, un comentarista de sabiduría contrastada como el periodista y crítico musical Diego A. Manrique. Un hombre con muchos trienios acumulados en el negocio y que tuvo alguna participación, aunque sólo fuera colateral, en el despegue de la capital de España como lugar de referencia musical en Europa en los ya lejanos años 80. Ya saben, los míticos tiempos de la Nueva Ola, la Movida, Nacha Pop, Alaska, Carlos Berlanga, Pedro Almodóvar y demás chicos y chicas del montón.
En aquellos tiempos, a las estrellas internacionales les encantaba tocar en Madrid. Les parecía maravilloso que hubiera locales abiertos toda la noche y barrios, como Malasaña, en los que se podía callejear y fumar a cualquier hora de la madrugada, según cuentan testigos presenciales de más de una noche loca de juerga salvaje. Un ambientazo en toda regla. Fue un lapso de tiempo fugaz, por cierto, de cuyo brillo apenas queda rastro. Quizá porque tras el fallecimiento de don Enrique Tierno Galván, un alcalde socialista adorado por los músicos de la época, se sucedieron unas cuantas mayorías conservadoras en el consistorio capitalino, cuyos responsables se encargaron de desmontar toda la estructura que hizo posible el milagro. Aquí hubo figuras iracundas como Ángel Matanzo, un célebre concejal del PP, responsable del distrito Centro, que dirigió una durísima campaña contra los clubs madrileños de música en directo, una de cuyas víctimas más señaladas fue Elígeme, el local que dirigía el periodista y activista cultural Víctor Claudín, que sostuvo la batalla mientras pudo, aun a sabiendas de que no podía ganar.
La ley del silencio en Valladolid
Aunque para algunos, en especial para los profesionales de la música de Castilla y León, ningún azote del ruido ha estado, ni estará jamás, a la altura de Francisco Javier León de la Riva, un grande entre los grandes. Este miembro destacado de la cofradía de los partidarios de la ley del silencio es un antiguo alcalde de Valladolid que se hizo muy popular en toda España, gracias a sus salidas de tono, sus frases machistas y su estilo campechano de gestión que no era precisamente del gusto de todos. De la Riva fue un representante singular del ala ultraconservadora del PP, un auténtico pionero al que, según algunos rumores publicados por la prensa local, los chicos de Vox ansían fichar ahora, mientras él se deja querer, sin decir ni que sí ni que no, porque les tiene cariño, pero su corazón aún está con los populares. Pero no le hemos citado aquí por nada relacionado con la controvertida actualidad política y sus polémicas preelectorales. Nos referimos a él por otro motivo. Por haber construido un entramado de normas municipales que hizo imposible a los locales de la capital pucelana programar conciertos de música en directo durante casi una década.
Ningún azote del ruido ha estado a la altura de Francisco Javier León de la Riva. Este miembro destacado de la cofradía de los partidarios de la ley del silencio es un antiguo alcalde de Valladolid. Fue un representante singular del ala ultraconservadora del PP
Aquel alcalde prefería que su ciudad fuera conocida en el mundo por la gastronomía, los vinos de la Ribera del Duero y las tapas de cocina de vanguardia. Y es verdad que ese tipo de cebos han funcionado muy bien algunos años. Pero ahora las apuestas similares a la realizada por León de la Riva, basadas en usar la fama internacional del gremio de los cocineros españoles como motor del turismo urbano, parecen empezar a moverse a la baja. Quizá por un cambio en los gustos de los viajeros, esa moda envolvente del turismo de experiencias a la que ya nos hemos referido, o, simplemente, porque existe en la actualidad un exceso de ofertas de este tipo, a veces demasiado homogéneas y poco diferenciadas, que ha empezado a pasar factura a muchas ciudades, especialmente en Europa. Y parece que, por fin, los gurús de la industria turística han empezado a tomar nota y, como les hemos adelantado, se han encontrado con la música como una de las alternativas más viables a las que recurrir para superar los retos del nuevo contexto.
También en España. Acaso por el creciente peso del sector de los festivales de verano que han llevado al negocio de la música en vivo a batir todos los récords históricos que se recuerdan. En 2018, el sector generó unos ingresos de 333,9 millones de euros, tras experimentar un incremento del 24,1% sobre los resultados del ejercicio anterior. Una lluvia de dinero y fama que ha beneficiado a la economía y a la proyección internacional de localidades, antaño completamente desconocidas en el mundo, como Benicàssim, un pueblo de Castellón que se ha convertido en una de las capitales mundiales del indie, gracias a su archifamoso festival. Los festivales también han cimentado el poder de Barcelona como destino turístico, como bien saben los fondos de inversión internacionales que han entrado en el capital de certámenes como Primavera Sound o Sonar, de cuya creciente importancia económica y social ya hemos hablado aquí. Unas citas que han contado, además, siempre con el apoyo de la administración local que, en este caso, sí ha sabido ver su relevancia para la comunidad.
London Night Czar
Pero la pujanza de los festivales puede tener los días contados. Al menos en algunos casos. Hace tiempo que en la prensa especializada se habla de una posible burbuja al borde del estallido que contribuiría a depurar el sector. Y, en cualquier caso, el empuje de estas citas de gran repercusión internacional limita su efecto beneficioso para la generación de ingresos y la economía local a unas fechas muy concretas. Y luego se desvanece. Aunque quizá no tendría que ser así. No, si como piensan muchos estrategas actuales del sector turístico y ya les hemos comentado, las ciudades mantienen en funcionamiento y en perfecto estado de revista una potente red de clubs de música en directo que aporte vitalidad a la vida nocturna y la combinan con circuitos específicos de actividad lúdica en los que se exploren las posibilidades temáticas que ofrece la historia musical de cada núcleo urbano. Algo que saben hacer muy bien en Liverpool, ciudad que lleva años sacando dinero de todo lo relacionado con The Beatles, y que ha permitido la supervivencia de muchos tablaos de flamenco madrileños o de las cuevas del Sacromonte granadino.
El alcalde de Londres, Sadiq Khan, ha nombrado a la conocida humorista y activista LGTBI Amy Lamé como máxima responsable municipal para el control y desarrollo de la economía nocturna. Ella es la zarina de la noche londinense, según la traducción literal de London Night Czar
Y ya hay hasta consultoras especializadas que le han puesto cifras a estas nuevas inquietudes del sector. Por ejemplo, la compañía británica Sound Diplomacy que acaba de publicar un interesante manual destinado a las autoridades locales que les enseña a sacar partido de sus potencialidades en este sentido. Desde aquí recomendamos su lectura que consideramos muy instructiva, por supuesto. Los interesados van a encontrarse en este informe algunos números muy impactantes, aunque fáciles de prever. Por ejemplo, el hecho de que el 70% de los visitantes extranjeros y nacionales que llegan a la ciudad estadounidense de Memphis viajan hasta allí en busca de experiencias relacionadas con el rock de los 50 y con el gran Elvis Presley. O que los porcentajes son similares en el caso de Jamaica, que cuenta con el reggae y con Bob Marley como ventaja competitiva fundamental con respecto al resto de las islas del Caribe. O que Medellín ha regenerado casi por completo su imagen internacional en los últimos años y vuelve a atraer al turismo gracias a J. Balvin y el bendito reggaetón que parece a punto de borrar la mala reputación que esta ciudad tuvo en el pasado por culpa de su relación histórica con los capos del narcotráfico colombiano.
El reggaetón convierte a Medellín en la nueva capital de la música hispana
Sin embargo, el cultivo de todas esas fortalezas latentes requiere un cuidado minucioso y un entorno amigable para propiciar su total desarrollo. Los circuitos de clubs y la vida nocturna, que deben ser compatibles, desde luego, con el descanso de la población, sufren muchas amenazas en los tiempos actuales. Desde la que supone la subida de los precios de los alquileres en el centro de las grandes ciudades a los efectos de la precariedad laboral generalizada con la que deben lidiar los músicos en su vida cotidiana. Pero ya hay quien predica con el ejemplo. En Londres, una de las grandes capitales musicales del mundo, han decidido pasar a la acción y recuperar el terreno perdido en este campo para que los pequeños locales de música en directo refuercen una oferta ahora basada, sobre todo, en los musicales del West End y en las visitas guiadas a Abbey Road, el mítico estudio donde The Beatles grabaron sus discos. El alcalde, Sadiq Khan, ha nombrado a la conocida humorista y activista LGTBI Amy Lamé como máxima responsable municipal para el control y desarrollo de la economía nocturna. Ella es la zarina de la noche londinense, según la traducción literal de London Night Czar, el nombre que tiene su nuevo cargo en inglés. Y ya se ha puesto manos a la obra, no sin polémica, por supuesto, para recuperar el antiguo fulgor de la que fuera la gran capital de la música europea hasta hace nada. ¿Se atreverá el próximo alcalde o alcaldesa de Madrid a hacer algo parecido? No estaría mal, desde luego. ¿No les parece?