Rafael Alba (ALN).- El año pasado, los ingresos derivados de la venta de música grabada en España apenas aumentaron 2,4%, casi cinco veces menos que el incremento global. El impacto de la crisis provocada por las descargas gratuitas de internet ha reducido el tamaño del mercado hispano en más de 50% en lo que va de siglo.
Admítanlo de una vez: a los españoles les cuesta un montón rascarse el bolsillo. O por lo menos, son bastante poco proclives a gastar el dinero para adquirir productos culturales. Una tendencia que se acentúa aún más en el caso de la música grabada. No siempre fue así, por cierto. En los albores del siglo XXI, la industria discográfica hispana vivió un momento espectacular. En 2001, el último año glorioso del negocio, las ventas de discos sumaron 700 millones de euros, según las cifras oficiales de Promusicae, la patronal del sector. Entonces, quién lo diría, reinaban los CD y parecía asegurada la desaparición de los vinilos y el mercado español llegó a ocupar el séptimo puesto mundial gracias a su volumen creciente. Los vientos parecían ser favorables. Pero, por supuesto, no lo eran. Al contrario. Los buenos observadores ya vislumbraban en el horizonte la irrupción de la enfermedad que iba a encargarse de poner fin a aquella edad de oro. El malvado virus de la piratería, de las descargas gratuitas propiciadas por internet.
A los españoles les cuesta decidirse a pagar por la música que oyen. Una vez que se acostumbraron a escucharlo todo gratis gracias al espectacular auge que experimentó la piratería en este país, ahora no parece fácil que quieran realizar el camino de vuelta. ¿Para qué hacerlo, si aún existen posibilidades de seguir explotando la maravillosa fórmula del gratis total?
En los siguientes 13 años las cifras cayeron en picado. En España y en todo el mundo. Hasta que, por fortuna, se consolidaron las plataformas de streaming como Spotify y, en paralelo con la generalización del uso de los teléfonos móviles inteligentes, apareció una nueva masa de consumidores globales que permitió al sector empezar la remontada allá por 2014, tras haber tocado fondo en el ejercicio anterior, el peor que se recuerda, según los datos de las series históricas. A partir de ese momento, y gracias a un gigantesco ajuste de los precios, el negocio remontó hasta tal punto que los grandes capitales globales representados por los gestores de fondos y la gran banca de inversión de Wall Street volvieron a confiar en él. Una tendencia que se ha extendido por casi todo el universo conocido y que viene acompañada, además, de uno de los mejores momentos históricos conseguidos por la música latina y las canciones cantadas en castellano, del que les hemos hablado aquí varias veces. Parece estupendo, ¿verdad?
Pues tranquilos que todavía no ha llegado la hora de descorchar las botellas de champán. Antes de iniciar el brindis correspondiente, conviene recordar que sí, que también en este asunto, parece que va a ser verdad aquello de que España es diferente. O eso parecen indicar los datos que les explicaremos luego. Sin embargo, hay algunas similitudes entre este país y el resto, a pesar de todo. Por ejemplo, el repunte de las ventas de música grabada que se ha producido en los últimos cuatro ejercicios. Hasta el punto de que sólo en el último lustro, el aumento de los ingresos acumulados en el mercado español ha sumado un 49%. Aunque eso sea así porque partimos de las raquíticas cifras de 2013, el momento en el que el sector tocó fondo y cuando la cifra de venta total de música grabada sólo sumo 150,7 millones de euros. Y también en España, el consumo de música en streaming se ha convertido en la modalidad más extendida. Igual, por cierto, que en el resto del mundo. Con la única excepción de Japón, el segundo mercado mundial por volumen, donde todavía se prefieren los formatos físicos.
Las plataformas gratuitas de streaming
Sin embargo, hay una notable diferencia en los ritmos de crecimiento que puede apreciarse año tras año entre España y el resto de los mercados musicales comparables por población e ingresos. Sin ir más lejos, en 2018, el último ejercicio completo computado por la Federación Internacional de la Industria Fonográfica (IFPI, por sus siglas en inglés), la cifra global se situó en 19.100 millones de dólares (16.83,6 millones de euros), lo que supuso un 9,7% de aumento con respecto a 2017, En cambio, en España, el incremento fue sólo del 2,4%. Desde 231,7 millones de euros a 237,2 millones de euros. Unas cuatro veces menos. Además, este guarismo, mucho más pequeño de lo que le correspondería al mercado hispano en función de su población y su renta media, sitúa a España en el puesto número 13 de la clasificación mundial. Muy lejos del resto de los grandes países europeos, como Alemania, Francia o Reino Unido, y a años luz de EEUU, el gran e incontestable líder global.
El servicio gratuito de YouTube es la plataforma favorita de los aficionados españoles que, por supuesto, también han dejado de comprar discos a velocidad de crucero. Y no hay que engañarse con detalles pintorescos como la tan promocionada recuperación de las ventas de vinilos
¿Extraño? En absoluto. Los profesionales del negocio musical lo tienen claro. A pesar de que suscribirse a un servicio premium de streaming musical cuesta apenas nueve euros (1,34 euros menos que la cuota mensual de Netflix, por ejemplo, y casi un euro menos del precio medio en el que se han situado los CD en los últimos años), a los españoles les cuesta decidirse a pagar por la música que oyen. Una vez que se acostumbraron a escucharlo todo gratis gracias al espectacular auge que experimentó la piratería en este país, alentado, tal vez, por algunos intereses políticos y empresariales concretos, ahora no parece fácil que quieran realizar el camino de vuelta. ¿Para qué hacerlo, si aún existen posibilidades de seguir explotando la maravillosa fórmula del gratis total? Por años, los españoles se han acostumbrado a escuchar la música gratis, convencidos de que al pagar por la conexión de internet ya abonaban todo lo que tenían que abonar. Y ahora resulta más que complicado derrumbar ese argumentario interesado que empobreció a los artistas y enriqueció, sobre todo, a las grandes tecnológicas estadounidenses.
Quizá por eso el servicio gratuito de YouTube es la plataforma favorita de los aficionados españoles que, por supuesto, también han dejado de comprar discos a velocidad de crucero. Y no hay que engañarse con detalles pintorescos como la tan promocionada recuperación de las ventas de vinilos. Se ha producido, como explicaremos más adelante, pero, por ahora, su impacto supone poco más que una anécdota en cuanto al volumen de negocio real que representan. Los ingresos conseguidos el pasado año por la industria gracias a la venta de formatos físicos fueron sólo un 28,8% del total (68,2 millones de euros), cifra que pone de manifiesto que continúa el proceso de caída acelerada que se inició a principios de este controvertido siglo XXI. En 2018, los españoles adquirieron todavía 6,5 millones de CD, por un valor total de 53,8 millones de euros, un 20% menos que el año anterior, cuando el guarismo se situó en 66,9 millones de euros. Y eso sólo se consiguió gracias a que los artistas aún venden sus compactos a pie de obra, en los puestos de merchandising de sus conciertos en directo. Pero hasta esta modalidad parece tener los días contados hoy por hoy. Sobre todo porque en el equipamiento de los nuevos automóviles no suele incluirse ya el lector de CD.
Las ventas de vinilos siguen en aumento
Pero, cualquiera sabe, porque las modas vienen y van. Como decíamos en el párrafo anterior, las ventas de los renacidos LP mantuvieron su tendencia alcista el pasado año, hasta el punto de que ya representan un 17% del total de la facturación del comercio de los formatos físicos. En ese periodo, los ingresos procedentes de este capítulo remontaron un 19% hasta llegar a sumar 11,7 millones de euros, casi dos más que los 9,9 millones de euros del ejercicio anterior. Así que ya ven. Como les decíamos se trata de unos números interesantes, pero poco decisivos, en realidad. Lo cierto es que también en España, los melómanos han apostado por el consumo digital de sus productos favoritos. El pasado año, en este país, de los 237,2 millones de euros de ingresos obtenidos por la industria discográfica de los que les hablábamos antes, un 71,2% (169 millones de euros) se consiguió a través del streaming. Y, aunque el aumento porcentual sea raquítico, de sólo un 2,4% como explicábamos al principio, en el sector se respira un cierto optimismo, más bien moderado, porque, a pesar de que el cambio se produce muy poco a poco, parecen apreciarse algunos signos que indican que los aficionados españoles muestran cierta disposición a abrir de par en par la cartera.
Las ventas de los renacidos LP mantuvieron su tendencia alcista el pasado año, hasta el punto de que ya representan un 17% del total de la facturación del comercio de los formatos físicos. En ese periodo, los ingresos procedentes de este capítulo remontaron un 19% hasta llegar a sumar 11,7 millones de euros
O por lo menos, ya han empezado a plantearse la posibilidad de pagar algún servicio premium de los muchos que tienen a su disposición en este momento. Como consecuencia de ese lento, pero, al parecer, consolidado cambio de mentalidad, en 2018 las suscripciones a los canales de pago de Amazon, Apple Music, Deezer, Spotify, YouTube Music o Tidal, aumentaron un 37%. Otra de las cifras que alientan el optimismo indica que ya hay 2,3 millones de melómanos en España que abonan una cuota mensual por oír música en su plataforma favorita y que el número de usuarios de estos mismos servicios que optan por la versión gratuita, o financiada con ingresos publicitarios, según la nomenclatura especializada, desciende, por lo que los ingresos derivados de este canal han disminuido un 43% en los últimos 365 días. Desde 29,9 millones de euros a 17 millones de euros. Así que, en este momento, en España, los ingresos conseguidos por el sector procedentes de los clientes de pago del streaming de audio suman 115,3 millones, y se han convertido en el rubro principal. En la verdadera gasolina que mantiene la máquina en marcha.
El punto negro en este luminoso cuadro sigue siendo la música escuchada a través del streaming de vídeo, es decir por medio de YouTube, fundamentalmente. Al parecer las cifras de usuarios de esta vía alternativa, muy perjudicial para las tarifas de telefonía móvil de la juventud por la cantidad de datos que consume su uso, se estancan un poco. Pero no descienden. Y puede que hasta crezca un poco el consumo, a tenor del aumento experimentado por el número de visualizaciones que registran los grandes éxitos globales cantados en castellano. Aun así, los ingresos se mantienen de un ejercicio a otro en unos magros 24 millones de euros. ¿Muy poco? Para algunos sí. Esta es la famosa brecha de valor (value gap en inglés), que denuncia la industria y que espera solucionar, en parte, con el endurecimiento de las leyes de derechos de autor de la Unión Europea (UE) que se ha aprobado en el Parlamento Europeo recientemente, tras una dura batalla entre los lobbies de las discográficas y las sociedades de gestión de derechos de autor y el de las tecnológicas estadounidenses.
Las nuevas estrellas de la música latina derriban los muros del mercado anglosajón
Lo que no parece tener vuelta atrás es el final del pago asociado a las descargas digitales, una de las posibles vías de salvación de la industria que se apuntaban en ese pasado no tan lejano, en el que apenas si se distinguía la luz a la salida del túnel. Y que no sirvió de mucho. En 2018, los ingresos derivados de esta modalidad de consumo digital ascendieron tan sólo a 7,9 millones, un 22,5% menos que el año anterior y 3,8 millones de euros menos de facturación que los conseguidos por los simpáticos vinilos. Así que, en realidad, al menos en España, la industria de la música grabada sigue lejos de haber encontrado un modelo de negocio estable que le asegure la supervivencia del sector a medio plazo. Sobre todo, porque en este caso específico no sólo es necesario superar los retos globales que afectan al negocio en todo el mundo, también toca inventar nuevas fórmulas efectivas de que el consumidor de música, que tanto disfruta con un producto cuyo uso sigue en aumento, vuelva a admitir que debe pagar por ella. Y esté dispuesto a hacerlo. Ya les anticipamos que va a ser bastante difícil, porque el personal se ha acostumbrado a lo contrario. Pero no hay que perder nunca la esperanza. ¿No les parece? Pues eso.