Pedro Benítez (ALN).- Si alguien puede desbarrancar la reelección presidencial de Donald Trump es su colega mexicano Andrés Manuel López Obrador. Pero no lo hace. En cambio, ha aceptado ser su policía de migración.
Siguiendo los pasos de los líderes populistas de esta época, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha emprendido una cruzada contra la prensa mexicana crítica a su gestión. Es ella lo que tiene a la mano para demostrar el poder de su liderazgo en México. Pero su actitud hacia Donald Trump es muy distinta.
El presidente estadounidense le está enviando un mensaje a sus electores: yo sí me ocupo del problema de la inmigración. Esa es la táctica. AMLO ha cedido ante la presión y tanto Trump como el secretario de Estado, Mike Pompeo, han celebrado públicamente la victoria.
De cara a la campaña de reelección del próximo año, el inquilino de la Casa Blanca ha comenzado (como en 2016) a explotar los prejuicios xenófobos de parte de su base electoral que asocia México con la inmigración ilegal, pese a que los datos indican que el flujo migratorio entre los dos países se ha revertido en la última década. De hecho, desde 2010 son más los mexicanos o ciudadanos americanos que se van a residenciar a México, que los mexicanos cruzando la frontera hacia el norte.
Lo que sí hay hoy (en parte por el efecto llamada del propio gobierno de López Obrador) es una presión de decenas de miles de migrantes centroamericanos y de otras partes del mundo que están usando a México como paso para llegar a Estados Unidos. Por su parte, y sin haber podido cumplir la amenaza de construir su famoso muro, el presidente Trump ha optado por amenazar con imponer aranceles del 5% (o más) a las importaciones provenientes de México si este país no toma medidas para detener a esos migrantes.
Con esto, el presidente estadounidense le está enviando un mensaje a sus electores: yo sí me ocupo del problema de la inmigración. Esa es la táctica. AMLO ha cedido ante la presión y tanto Trump como el secretario de Estado, Mike Pompeo, han celebrado públicamente la victoria.
A la cabeza de la primera potencia del mundo, con una economía que tiene 10 veces el tamaño de la mexicana, Trump le puede hacer mucho daño a su vecino del sur al subir los aranceles a sus productos. Pero si se revisan otros datos se concluye que México también le puede hacer mucho daño a las aspiraciones reeleccionistas de Donald Trump.
Porque ocurre que México es el segundo destino de todas las exportaciones de Estados Unidos al resto del mundo, sólo por detrás de Canadá y por delante de China, Japón, Alemania y Reino Unido.
Por supuesto, esto es parte de la cadena de valor existente entre los dos países, donde por cada dólar que México exporta al norte de su frontera, 40 centavos tienen componentes fabricados o procesados en Estados Unidos. Buena parte de la competitividad de muchas industrias de Estados Unidos depende de su relación comercial con México.
Pero además, México es el primer mercado de 28 estados de la Unión americana, en su mayoría agrícolas y republicanos. Este último dato es clave, pues son estados con los que cuenta Trump para asegurarse los votos en el colegio electoral de 2020, en una elección que será tan cerrada como la de 2016.
Es decir, López Obrador puede anunciar mañana aranceles, sin hacer efectiva la amenaza (tal como hace Trump), a las uvas, las manzanas, el trigo, el maíz o la soya de varios de esos estados y favorecer a Chile o Argentina.
Es decir, pegarle a Trump en su propia lógica electoral con aranceles de retaliación (o compensatorios). Esto no es inventar la rueda. Fue precisamente lo que hicieron en sus respectivos sexenios los expresidentes Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto cada vez que tuvieron una disputa comercial con Washington.
El resultado en los tres casos fue mover a los senadores de los estados agrícolas a defender su acceso al mercado mexicano. Paradójicamente los republicanos del Senado se hicieron los mejores amigos de México.
Eso sin mencionar que el gobierno de México, o empresarios de cada lado de la frontera, pueden recurrir a tribunales en Estados Unidos a fin de que se les garantice la seguridad jurídica que el tratado de libre comercio entre los dos países otorgaba.
La crisis continuará
En cambio, AMLO no hecho uso de esas armas. Ha aceptado que México cumpla el papel del tercer país seguro en el tema migratorio. Es decir, lidiar (como hace Turquía con Europa) con la corriente que quiere ingresar a Estados Unidos. De modo que en vez de Trump cerrarle el paso a los migrantes en la frontera norte, López Obrador intentaría hacerlo en la frontera con Guatemala moviendo a las fuerzas militares y policiales.
López Obrador puede anunciar mañana aranceles, sin hacer efectiva la amenaza (tal como hace Trump), a las uvas, las manzanas, el trigo, el maíz o la soya de varios de esos estados y favorecer a Chile o Argentina.
Esto es algo que su predecesor, el tan criticado Enrique Peña Nieto, no aceptó en su momento. Y además, por donde se lo vea es una solución impráctica. Los altos salarios de la economía de Estados Unidos seguirán siendo el imán de los trabajadores centroamericanos y de otros países pobres, que continuarán entrando de una u otra manera a ese país.
Adversario por sus prejuicios ideológicos del capital y el libre comercio, AMLO no ha entendido la naturaleza del problema (aún) y desperdicia las armas que tiene a la mano.
Mientras tanto, los grandes perdedores de este acuerdo temporal entre México y Estados Unidos son los centroamericanos, puesto que el acuerdo no va a mitigar las causas del éxodo.
Esa crisis continuará, Trump seguirá en los próximos meses atacando a México por razones electorales con el mismo tema, perjudicando a los migrantes y al libre comercio.