Rafael Alba (ALN).- La incertidumbre sobre el resultado de los próximos comicios en España, tanto en las generales como en las autonómicas y locales, afecta las programaciones culturales públicas de los próximos meses. Muchos artistas se han visto obligados a planear sus espectáculos en función de las necesidades de los partidos que ocupaban el poder en los ayuntamientos y las autonomías.
Aunque no existe la unanimidad total, en los últimos tiempos la mayor parte de los estudiosos del ramo suele señalar al PSOE y su utilización de los presupuestos estatales, generales y autonómicos como una poderosa herramienta con la que diseñar en cada momento una cultura a su medida. Según estas versiones, de las que ya hemos hablado aquí alguna vez, los socialistas regaron con cuantiosas subvenciones a los grupos de La Movida en la década de los 80, terminaron con los cantautores y el rock urbano y castigaron, y vetaron, a todos aquellos artistas que, de una otra forma, se mostraron críticos con el giro hacia el centro de aquel partido de izquierdas al que Felipe González convirtió en otra cosa poco tiempo después de llegar al poder. Ante la necesidad de hacer políticas desde el pragmatismo y olvidar algunas de sus promesas más polémicas, dicen que el político sevillano fue implacable con los artistas que no quisieron comulgar con sus ruedas de molino. Y también muy generoso con quienes le bailaron el agua.
Probablemente no existe nada peor para los sufridos artistas españoles de clase media que un calendario electoral como el que tienen ahora por delante. Porque si las cosas ya estaban bastante complicadas ante el precario equilibrio de fuerzas parlamentarias que mantenían con respiración asistida al gobierno de Pedro Sánchez, ahora todavía pueden ponerse peor
Algunos historiadores, y muchos testigos presenciales, sitúan en 1986, el año del referéndum de la OTAN, el punto culminante de una estrategia de traición a los principios, que terminaría por enfrentar a los del puño y la rosa con muchos de sus viejos aliados y a crear una especie de brigada cultural sociata, formada por unos cuantos directores de cine, liderados por un Pedro Almodóvar en su mejor época, pintores, escultores y muchos, muchos músicos, dispuestos a dejarse querer y aprovechar un momento en que la crisis que traería internet a la industria discográfica y los recortes presupuestarios que adelgazarían sustancialmente el dinero disponible para apoyar la cultura ni siquiera se intuían en el venturoso horizonte. Una pujanza espectacular que coincidió, por otra parte, con un momento de gran vitalidad creativa en el pop hispano. Cierto que no todo fue tan brillante como se dijo, pero tampoco tan lamentable como algún cronista se empeña en contar ahora.
Y, en fin, sea cierta o sea falsa tal afirmación, algo parece contrastado. La entrada de los ayuntamientos y las comunidades autónomas como parte fundamental de la estructura de contrataciones del mercado de la música en directo, lo distorsionó todo. O casi todo. Sirvió, por ejemplo, para destruir el tejido empresarial privado que existía en España en las décadas anteriores y que aseguraba a muchas bandas la posibilidad de realizar actuaciones todo el año y ganarse dignamente la vida sin necesidad de tener acreditada una filiación política concreta ni una cartera mínima de contactos partidistas en las consejerías y los distritos para acceder a los ansiados bolos. Y lo cierto es que en el actual ecosistema ambos requisitos son vitales para la supervivencia de muchos músicos y artistas que se ven obligados a preparar sus espectáculos en función de las necesidades de esta inesperada casta de señoritos, de izquierdas y derechas, y de las necesidades concretas de sus aparatos de propaganda.
La histórica derrota del PSOE en Andalucía
En ese contexto endiablado, probablemente no existe nada peor para los sufridos artistas españoles de clase media que un calendario electoral de resultado como el que tienen ahora por delante. Porque si las cosas ya estaban bastante complicadas ante el precario equilibrio de fuerzas parlamentarias que mantenían con respiración asistida al Gobierno de Pedro Sánchez, ahora todavía pueden ponerse peor. Sin contar con que para muchos músicos y la mayor parte de las compañías profesionales que trabajan en la mayor parte del territorio español, ya había fijada anteriormente una cita clave: las elecciones autonómicas y municipales previstas para el próximo mes de mayo. Sobre todo, porque, después de lo sucedido en Andalucía, la posibilidad de que soplen vientos de cambio cobra fuerza en muchos lugares clave y, por lo mismo, hoy casi nadie tiene asegurado mínimamente el futuro.
Con la excepción de los presupuestos reservados a los grandes festivales, generalmente organizados por empresas privadas que cuentan ya con alguna subvención prevista, todo lo demás está ahora en el aire. Y la suerte de unos y otros va a depender bastante de los ocupantes finales de los despachos que ahora están en juego
Hay decisiones clave de contratación que afectan a las fiestas veraniegas o la programación de otoño que no corresponden ya a los actuales responsables de los departamentos autonómicos y locales de cultura y espectáculos. Y casi nadie tiene, además, asegurada la continuidad. De hecho, los últimos contratos cerrados se relacionan con la oferta de primavera, un territorio que en los últimos años ha quedado casi reservado en las instancias públicas a las propuestas realizadas por mujeres artistas, gracias al éxito cosechado por las movilizaciones feministas que se realizan en paralelo con la fecha del 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora. Pero, con la excepción de los presupuestos reservados a los grandes festivales, generalmente organizados por empresas privadas que cuentan ya con alguna subvención prevista, todo lo demás está ahora en el aire. Y la suerte de unos y otros va a depender bastante de los ocupantes finales de los despachos que ahora están en juego.
La incertidumbre y las dudas se extienden en un sufrido colectivo que, hace sólo cuatro años, tuvo que adaptarse a toda velocidad a los cambios provocados por la llegada al poder de la izquierda en muchos enclaves importantes que tradicionalmente había dominado la derecha en las grandes ciudades como Madrid y Barcelona, por ejemplo, y en comunidades autónomas como Valencia, Castilla-La Mancha y Aragón. Y resulta que en los próximos meses puede suceder lo contrario. Y por mucho que siempre hayan existido voces en el sector que pidan a los partidos que se tomen la cultura como un elemento fundamental para el desarrollo social que debe quedar fuera de las luchas políticas del día a día, lo cierto es que nunca se ha conseguido el consenso necesario para que sea así. Cada consejero y cada asesor de cultura que llega nuevo al puesto lo hace con sus correspondientes compromisos adquiridos, sus filias, sus fobias y también en muchos casos con su equipo de comisionistas asociados. O eso es lo que afirman las malas lenguas, esas que nunca aportan prueba alguna de la veracidad de sus afirmaciones, pero que no por ello dejan de hablar mal de los demás.
El maná de las contrataciones públicas
Y si alguna vez, hace mucho tiempo, hubo algún atisbo de coordinación en las políticas culturales de los distintos partidos, ahora parece suceder justamente lo contrario. La polarización y la división entre bloques que afecta todo ha sembrado también su correspondiente semilla de división y discordia en el sector. Y hasta hay quien se atreve a decir que “el sectarismo cultural que afecta a las contrataciones no había llegado nunca a tanto”. La politización del sector del espectáculo ha llegado incluso a áreas que por años estuvieron siempre a salvo de esos movimientos tectónicos, como la música y los espectáculos infantiles o esos maravillosos y transversales espectáculos de variedades pensados para el público, más bien entradito en años, que acude a los centros culturales de las barriadas de las grandes ciudades. Todo por culpa de la radicalización de las posturas del nuevo puritanismo que nos invade, según explican los afectados.
La incertidumbre y las dudas se extienden en un sufrido colectivo que, hace sólo cuatro años, tuvo que adaptarse a toda velocidad a los cambios provocados por la llegada al poder de la izquierda en muchos enclaves importantes que tradicionalmente había dominado la derecha. Y resulta que en los próximos meses puede suceder lo contrario
Aunque quizá no toda la culpa sea de los partidos políticos y sus deseos irrefrenables de controlar por completo cualquier atisbo de actividad desarrollada por la sociedad civil. Hay quien asegura también que muchos artistas se han acostumbrado a vivir de la subvención y el enchufe. O incluso a buscarse la vida dentro de las propias formaciones políticas para asegurarse un sueldo mensual ejerciendo de asesor plenipotenciario. Los hay que se han limitado a buscar cobijo, dicen, porque fuera de los paraguas y los refugios ideológicos disponibles, a veces hace mucho frío y llueve con demasiada frecuencia y, a veces, es mejor asegurarse una buena retribución sin tener que estar expuesto a los caprichos de ese público cruel que llena o no llena las salas, según le apetece. Por eso es mejor ponerse a salvo de cualquier eventualidad.
Como habrían hecho en Cataluña, por ejemplo, muchos independentistas de última generación siempre dispuestos a arrimarse a la subvención que más calienta. Pero por mucho que haya pistoleros profesionales de la cultura que vivan a costa del erario público, la actual precariedad que afecta a los trabajadores del sector es tan acusada que muchos artistas de clase media no podrían vivir sin el maná de las contrataciones públicas. Y mientras se encuentran fórmulas que permitan desligar el apoyo institucional a la cultura de los intereses electorales de los partidos, a casi todos no les queda más remedio que cruzar los dedos y poner al día las agendas de contactos de los teléfonos móviles. Toca esperar a que hablen las urnas y prepararse para llamar a toda velocidad a las puertas que correspondan, según lo que la suerte y los electores hayan dictaminado. Eso sí. Sin olvidarse de los que están ahora en el cargo. Por si repiten. O por si las aritméticas resultantes son tan endiabladas que hay que repetir los comicios y estos patos cojos de ahora terminan por ser los responsables de contratar las actuaciones de las fiestas de verano. Cosas más raras se han visto. Sobre todo últimamente.