Ysrrael Camero (ALN).- Una política global de promoción y defensa de la democracia, desde Europa y desde España, es la más coherente respuesta coordinada a las amenazas globales que el proyecto democrático está viviendo. Esto pasa por enfrentar esa tríada formada por Cuba, Nicaragua y Venezuela, con inteligencia y decisión. Ante una amenaza global a la democracia, global tiene que ser la respuesta.
Estupefacción general produjo el violento asalto que grupos de ultraderecha hicieron al Congreso de Estados Unidos para impedir la proclamación de Joe Biden como presidente. No debería sorprender, muchos especialistas han alertado sobre las amenazas que enfrenta hoy la democracia. Su promoción y defensa implica privilegiar el tema democrático en la política exterior, europea y española, especialmente en lo que se refiere al hemisferio americano.
La democracia española, parlamentaria y europea, y la mayor parte de las democracias latinoamericanas, presidencialistas, comparten una historia común. Con la transición española se inició una ola democrática extendida por América Latina entre 1979 y 1990.
La percepción de que el triunfo de la democracia era un camino sin retorno marcó la conciencia política a fines del siglo XX. Cuando una democracia alcanzaba su consolidación, como Estados Unidos y España, era inmune a la inestabilidad que parecía caracterizar a sus pares “menos avanzadas”. Con lo ocurrido durante los últimos años, el avance de los populismos en Europa y Estados Unidos, que amenazan la institucionalidad liberal que permite el funcionamiento de la democracia, las alarmas han vuelto a encenderse.
El reconocimiento de que la democracia se encuentra bajo una amenaza global, debe llevar a un cambio en la política exterior. La lucha contra las amenazas autoritarias internas ha de proyectarse en una política de promoción y defensa de la democracia mucho más activa.
Esto es muy relevante para las relaciones entre España y América Latina, que es uno de los frentes privilegiados de acción de la política exterior española. La Unión Europea (UE) tiende a seguir la pauta que fija la Cancillería hispana en lo que se refiere a las relaciones con estos países.
Colocar en el centro de la política exterior española hacia América Latina la promoción y defensa de la democracia es una de las maneras más coherentes para defender el sistema democrático dentro de sus propias fronteras, así como fortalecer los mecanismos de cooperación entre las democracias.
Presionar al triángulo autoritario de las Américas
Las transiciones a la democracia en Latinoamérica se iniciaron en Ecuador y Perú en 1978, y culminaron con el ascenso al gobierno de Violeta Barrios de Chamorro en Nicaragua en abril de 1990. Pero la ola democratizadora se detuvo ante el malecón de La Habana.
A pesar de las iniciativas diplomáticas realizadas por los presidentes Carlos Andrés Pérez, de Venezuela, y Felipe González, de España, para que Fidel Castro realizara una perestroika, el dictador antillano prefirió sumergir a los cubanos en la escasez del “período especial” que realizar una apertura y una democratización.
El sistema autoritario cubano ha sido particularmente activo en la expansión de su influencia sobre la región, empleando la manipulación, tanto de una imagen mítica de la Revolución Cubana, como de la excusa del embargo de Estados Unidos.
La influencia del régimen cubano ha sido clave para comprender la deriva autoritaria de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, desde 1999, y de Daniel Ortega en Nicaragua, desde 2007. La influencia cubana no sólo ampara estos autoritarismos sino que debilita la respuesta coordinada de las democracias.
En medio de la pandemia esta tríada autoritaria se ha consolidado. En Venezuela el régimen de Nicolás Maduro impuso, a través de unas elecciones no competitivas, una Asamblea Nacional hegemónica, ilegalizando o secuestrando a partidos políticos opositores. En los primeros días de enero de 2021, un ataque contra los escasos medios de comunicación independientes anunció una nueva ola represiva.
En Nicaragua el gobierno autoritario de Daniel Ortega aprovechó las navidades de 2020 para aprobar una legislación restringiendo las escasas libertades de los nicaragüenses. Con una nueva ley prohibió la postulación a cargos de elección popular a quienes hubieran recibido financiamiento externo o hubieran defendido las sanciones contra su gobierno. Para 2021 Ortega pretende asegurar una nueva reelección, bloqueando la posibilidad de que la oposición pueda postular candidatos.
En el vértice de este triángulo se encuentra Cuba. Tras la muerte de Fidel Castro la sucesión ha pasado, primero a su hermano, Raúl Castro, y luego a un funcionario cercano, Miguel Díaz-Canel, quien ejerce la presidencia desde octubre de 2019. En noviembre de 2020 el disidente Movimiento San Isidro (MSI), formado por artistas e intelectuales cubanos para rechazar las restricciones a la creación del Decreto Nº 249 de 2018, fue objeto de hostigamiento por parte de las autoridades.
La retórica autoritaria en los tres casos es similar, así como su perfil ideológico, empleando la apelación a la soberanía nacional por encima de los derechos humanos y de la democracia. El nacionalismo ha sido la gran bandera empleada para evadir las críticas que, desde la comunidad internacional, han recibido sus prácticas antidemocráticas y la violación de los derechos humanos que los caracteriza.
Pero la verdadera autodeterminación de los pueblos sólo puede darse plenamente en democracia, por lo que el uso que los regímenes autoritarios hacen de los argumentos soberanistas o nacionalistas para amparar la destrucción de las libertades de sus ciudadanos no debería ser admitido por los demócratas.
La proyección de España en América Latina
La relación privilegiada de España con América Latina, que se nutre de una cultura y una historia común, así como de la presencia de muchos latinoamericanos en España, y de españoles en los países latinoamericanos, marca la proyección regional de la Unión Europea.
España ha visto en Cuba no sólo un destino para las inversiones de sus empresarios, sino también un puente de proyección hacia América Latina. Esto ha sido un error. La política hacia una América Latina mayoritariamente democrática no puede colocarse en el mismo carril que aquella definida frente a regímenes autoritarios como los de Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Pretender separar la política de estímulo a las inversiones de la defensa de los derechos humanos y de las libertades democráticas, no sólo ha perjudicado a los ciudadanos cubanos, sino que ha funcionado como un blanqueamiento de este autoritarismo.
La continuidad y profundización del proyecto democrático global requieren del fortalecimiento de la cooperación entre demócratas. Colocar a la democracia en el centro de la política exterior española implica fortalecer aún más la relación política tanto con los regímenes democráticos de la región, como con los demócratas perseguidos por estas autocracias. También requiere una mayor coordinación de la presión para detener y revertir la autocratización.
Una política global de promoción y defensa de la democracia, desde Europa y desde España, es la más coherente respuesta coordinada a las amenazas globales que el proyecto democrático está viviendo. Esto pasa por enfrentar esa tríada formada por Cuba, Nicaragua y Venezuela, con inteligencia y decisión. Ante una amenaza global a la democracia, global tiene que ser la respuesta.