Ysrrael Camero (ALN).- La pérdida de la confianza de la opinión pública en su liderazgo puede arrastrar a los sistemas democráticos, e incrementar la inestabilidad institucional, lo que reduce la capacidad de la región para enfrentar los retos del presente y del futuro. Si América Latina no tiene capacidad para enfrentar y superar la crisis venezolana, restableciendo un gobierno democrático en ese país, ésta puede arrastrar a toda la región a tiempos más oscuros. Ese es el reto para este liderazgo, se encuentre preparado o no.
Henry Kissinger, siendo el principal asesor de la política exterior de Estados Unidos en el gobierno de Richard Nixon, llegó a decir que América Latina seguiría el rumbo y el ritmo que establecieran México y Brasil. De esta manera había un reconocimiento explícito de que existían liderazgos geopolíticos en América Latina, y que se podía hacer un acercamiento al futuro de la región a partir del comportamiento de alguno de los actores, pero, con la crisis actual, ¿podemos seguir hablando en esos términos?
Por demografía y geografía hay grandes países que deberían generar un efecto gravitatorio en la región. México al norte y Brasil al sur parecen destinados por la geopolítica a constituir áreas de influencia que incorporen a otros países más pequeños y menos poblados. Pero la política exterior no siempre ha acompañado los dictados de la estructura, arrastrándose en ocasiones por la secuencia de acontecimientos que separan en lugar de unir.
México al norte y Brasil al sur parecen destinados por la geopolítica a constituir áreas de influencia que incorporen a otros países más pequeños y menos poblados. Pero la política exterior no siempre ha acompañado los dictados de la estructura, arrastrándose en ocasiones por la secuencia de acontecimientos que separan en lugar de unir.
Más allá de la gran diversidad de realidades que se esconden detrás de la categoría de América Latina, hubo períodos en los cuales los actores nacionales hicieron grandes esfuerzos para trabajar con un mínimo de coordinación para presentar un frente unido en determinadas instituciones internacionales. La creación de la Cepal, por ejemplo, en el marco de las Naciones Unidas y no del Sistema Interamericano, fue parte de un esfuerzo de los actores regionales para construir un espacio propio de debate en torno a la búsqueda del desarrollo económico latinoamericano.
Pero esto no ha sido lo regular. En el escenario que se abrió luego del fin de la Guerra Fría fueron más fuertes los incentivos que privilegiaron las políticas particulares de los países frente a los que impulsaban las posiciones regionales, como las políticas de integración. El rechazo al ALCA, iniciativa impulsada por Estados Unidos para crear un área de libre comercio en todo el hemisferio, no derivó en una mayor integración regional, sino en el establecimiento de negociaciones bilaterales donde muchos pretendieron pescar ventajas en el río revuelto de la globalización.
América Latina incrementaba de esta manera su diferenciación geopolítica interna. Unos fortalecieron sus relaciones con la Cuenca del Pacífico, mirando a China y a Japón sin alejarse de Estados Unidos. En el Atlántico se ensayaban otras iniciativas, sin los americanos del Norte, intentaron crear un área de influencia antiestadounidense.
Con el aumento de los precios de los commodities, los principales productos de exportación de la región, se generó un período de bonanza regional, que permitió la aparición de importantes liderazgos latinoamericanos en la comunidad internacional. Incluso, luego de la crisis de 2008, algunos llegaron a ver a América Latina como un modelo a seguir por su respuesta a la crisis.
En la prensa mundial empezó a hablarse de líderes latinoamericanos como referencias para una renovación de la política y la economía. Frente a Hugo Chávez como el protagonista permanente de la confrontación, aparecían liderazgos progresistas más armónicos e integradores, como Lula en Brasil, o incluso Michelle Bachelet en Chile.
Luiz Inácio “Lula” Da Silva, dirigente obrero, como Presidente de un Brasil pujante que se incorporaba con fuerza en la comunidad internacional, era recibido en los foros más diversos como un nuevo gurú de la política. Los empresarios elogiaban su capacidad para combinar la lucha contra la pobreza con la creación de un entorno amigable para los negocios y una nueva inserción en la globalidad.
El ascenso de Álvaro Uribe en Colombia, con su política de “Seguridad democrática”, aparecía como una referencia de línea dura más conservadora, implacable contra la guerrilla, y enemigo acérrimo del chavismo internacional, que lubricaba alianzas con abundantes recursos petroleros.
Era el momento estelar de América Latina… pero ese momento ha pasado. La caída de los precios de los principales productos de exportación volvió a colocar a América Latina en unas dimensiones más modestas. Y la desaparición de la bonanza económica no sólo ha derivado en un giro más conservador del continente, sino que arrastró a su liderazgo político, nación tras nación.
México
México sigue ensimismado. Si con Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto seguían privilegiando su relación económica con Estados Unidos, con Andrés Manuel López Obrador parecen encerrarse en una política que los aísla del continente y del mundo. AMLO parece negado a ejercer cualquier tipo de liderazgo regional.
Argentina
Desde el Sur tampoco parecen emerger liderazgos continentales de relevo. El presidente Mauricio Macri en Argentina parece atrapado dentro de su propia crisis, intentando sobrevivir a los ataques del peronismo, en condiciones económicas hostiles. Su política exterior, más tímida y prudente que la de sus antecesores, nos habla de que su prioridad es la economía interna y no la política regional.
Chile
Quizás por influencia de su geografía a Chile le ha costado jugar un rol activo en la política regional. Un valle central que se abre al Pacífico y está rodeado de grandes accidentes geográficos que lo separan de la región, los Andes a su espalda, un desierto helado al sur y uno reseco al norte, tienden a aislar su vida política, económica y social. Su economía, altamente eficiente, tiene vínculos más poderosos con el resto del mundo que con América Latina. A pesar de la solidaridad activa que Sebastián Piñera ha mostrado con la causa venezolana, como lo ha demostrado con hechos el canciller Roberto Ampuero, no ejerce Piñera un liderazgo sobre otras naciones de la región.
Brasil
El fantasma de Odebrecht recorre el sur de América Latina. El debilitamiento de las élites políticas en Perú y Brasil ha sido su principal consecuencia. El caso Lava Jato ha demolido a los políticos brasileños, de un lado y del otro. La caída de Lula, de Dilma Rousseff y de Michel Temer, son sólo la punta del iceberg. El ascenso a la Presidencia de un personaje como Jair Bolsonaro sólo es comprensible tras entender la manera en que los escándalos de corrupción han destruido la confianza de los ciudadanos en la política y en los políticos. Pero el estilo de política que empieza a desarrollar Bolsonaro genera tensión con la sólida tradición diplomática de Itamaraty. No suma voluntades Bolsonaro a su alrededor, por lo que no tiene capacidad de ejercer un liderazgo regional.
Perú
Caso similar está ocurriendo en el Perú. La sombra de Odebrecht arrastró también a la élite política peruana. Cuando estalló la crisis venezolana parecía que iba a ser Pedro Pablo Kuczynski quien iba a llevar la batuta en Latinoamérica para encauzar algún tipo de solución. La creación del Grupo de Lima en 2017 parecía ser evidencia del nuevo rol que jugaría PPK. Pero el 23 de marzo de 2018 renunció a la Presidencia tocado su entorno por las acusaciones de corrupción relacionadas con la empresa brasileña. Martín Vizcarra, quien asumió la Presidencia tras la renuncia de PPK, tampoco está en capacidad de ser líder regional, cuando ni siquiera lo es de su propio país.
Colombia
En Colombia, la Presidencia de Iván Duque parece encontrarse empantanada. Heredó Duque un proceso de paz en el que no cree, y que parece empezar a naufragar con su propia aquiescencia. La crisis del proceso de paz se vincula no sólo con problemas de diseño del mismo, sino con el impacto negativo de la fragilidad del Estado venezolano, que brinda aliviaderos y apoyos a grupos violentos colombianos. Le ha tocado recibir el impacto migratorio directo derivado del colapso de Venezuela. Duque tiene un problema adicional para desarrollar su propio liderazgo, y no es otro que su incapacidad para romper el cordón umbilical con el expresidente Álvaro Uribe Vélez.
La crisis de Venezuela
Efectivamente, no vive América Latina su mejor momento, ni desde el punto de vista económico, ni desde la perspectiva del peso relativo de su liderazgo político en la comunidad internacional. Esa ausencia ha creado las condiciones para volver a colocar a los Estados Unidos, con el particular liderazgo de Donald Trump, en el centro de la dinámica regional y ha impactado en la efectividad del Grupo de Lima para enfrentar la crisis de la dictadura venezolana, encontrándose en la necesidad de entrar en una política de convergencia con el Grupo de Contacto que impulsa la Unión Europea.
La pérdida de la confianza de la opinión pública en su liderazgo puede arrastrar a los sistemas democráticos, e incrementar la inestabilidad institucional, lo que reduce la capacidad de la región para enfrentar los retos del presente y del futuro. Si América Latina no tiene capacidad para enfrentar y superar la crisis venezolana, restableciendo un gobierno democrático en este país, ésta puede arrastrar a toda la región a tiempos más oscuros. Ese es el reto para este liderazgo, se encuentre preparado o no.