Pedro Benítez (ALN).- La mayoría de los gobiernos en Latinoamérica se autodenominan de izquierda y a partir del próximo 1ero de enero 2023 eso incluirá los cinco países más poblados de la región. Desde la elección en México de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), como presidente de ese país en julio de 2018, la mayoría de las elecciones generales latinoamericanas las han ganado coaliciones o partidos identificados con ese signo político, con lo cual parece estar volviendo al mismo ciclo electoral de la primera década de esta centuria.
En aquella época los ex presidentes Luis Ignacio Lula da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez crearon una estrecha y potente alianza regional, favorecida por el auge de las materias primas, a las que se fueron sumando Rafael Correa, Evo Morales, José Pepé Mujica y Fernando Lugo. La ex mandataria chilena Michel Bachelet fue cercana a ese selecto grupo, aunque nunca se le consideró parte del mismo. Por algún momento se pensó que el peruano Ollanta Humala se uniría al club, pero sus pasos fueron por otro destino. Sólo México (por muy poco en 2006) y Colombia (bajó el fuerte liderazgo de Álvaro Uribe) se resistieron a aquella ola que algunos observadores bautizaron como socialismo del siglo XXI.
En términos prácticos el núcleo duro de esa alianza operó como un sindicato de presidentes muy comprometidos en apoyarse mutuamente, tanto en el terreno de la opinión pública, en negocios claros y opacos, así como para presentar un frente común ante los Estados Unidos y sus aliados.
A partir de 2014, con el debilitamiento de los precios internacionales del petróleo y de la soja, vino un cambio del ciclo político regional. Comenzaron a ganar elecciones políticos provenientes de la empresa privada, Sebastián Piñera, Mauricio Macri y Pedro Pablo Kuczynski.
No obstante, esa etapa ha sido, al parecer, un paréntesis (aunque esta historia está en desarrollo) porque la izquierda latinoamericana regresa por los votos al poder (en aquellos países donde hay elecciones libres) demostrando una renovada competitividad electoral. ¿A qué se debe este desempeño? Sin descartar otras podemos considerar cuatro razones.
1) La pobreza y la exclusión social
El conocido periodista argentino Jorge Lanata suele repetir que mientras en su país haya pobres el peronismo tendrá votos. Esa sentencia puede aplicarse al resto de la región. Pese a los indudables avances que muchos países han tenido en la materia, millones de latinoamericanos siguen hundidos en la pobreza y el hambre. A esto hay que sumar la corrupción en el manejo de los fondos públicos, la violencia criminal en las calles y los abusivos privilegios de los que tienen acceso a las influencias del poder político. Todo eso combinado es un caldo de cultivo perfecto para que tenga gancho electoral el discurso de los políticos de izquierda que se presentan a sí mismos como los defensores (cuando no redentores) de los desposeídos y agraviados. La izquierda suele enjuiciar con dureza a la riqueza, a las empresas privadas y cuestionar la eficacia de la economía de mercado.
Distribuir “mejor” la riqueza es la invariable solución que ofrece a la pobreza y la desigualdad. En términos concretos consiste en más Estado, más impuestos, más regulaciones, que por experiencia una y otra vez repetida sabemos que como remedios sólo han empeorado la enfermedad. Sin embargo, en cualquier sitio donde en medio de la pobreza generalizada existan signos de riqueza privada que sean frutos evidentes de las conexiones políticas, y no de la libre competencia, la promesa de repartir para saciar el hambre siempre será bien recibida.
La izquierda latinoamericana tiene el monopolio de ese discurso y de esa esperanza que cada tanto va renovando.
2) El victimismo latinoamericano
Como destacó Carlos Rangel en su clásico libro de 1976, un aspecto central de la formación cultural latinoamericana parte de la premisa según la cual la causa de nuestro subdesarrollado y de todos nuestros fracasos nacionales se debe a que durante 500 años hemos sido víctimas del imperialismo, primero europeo y luego estadounidense.
Es una creencia falaz pero muy potente porque es una explicación simple. Curiosamente no es una idea originalmente latinoamericana sino europea, pero que ha sido repetida constantemente durante dos siglos de vida independiente de las distintas repúblicas en la construcción de la historiografía patria.
La interferencia de los Estados Unidos en distintos países a lo largo del siglo pasado (un hecho real) alimentó esa retórica victimista y conspiranoica que como excusa es muy útil al transferir las responsabilidades de las elites nacionales al exterior, pero que al mismo tiempo es tremendamente paralizante. Para el que crea que esas son ideas olvidadas y pasadas de moda puede prestar atención a la ruedas de prensa que todas mañana ofrece López Obrador cual predicador. Latinoamérica sigue siendo una región del mundo profundamente insatisfecha consigo misma, en la cual la prédica del fracaso se ha convertido en un círculo vicioso pero políticamente efectivo pues toca una fibra sensible de las respectivas identidades nacionales.
3) La izquierda sabe hacer política
Por su propia concepción, los partidos y movimientos que se declaran de izquierda tienen una vocación por lo público que los ha llevado de manera natural a ser más efectivos que sus competidores en el terreno político-electoral. Mientras sus adversarios (a los que llaman la derecha) suelen desconfiar de la política y de los políticos, la izquierda reivindica ese oficio. Eso le da una ventaja muy grande.
Luego de finalizada la Guerra Fría, con el fin de las dictaduras militares en la región y abandonando su sueño de la lucha armada, las izquierdas latinoamericanas han ido aprendiendo, no sin tropiezos, a manejarse en la dinámica de la democracia. Muchos de sus líderes no han abandonado nunca la aspiración de conseguir el poder supremo para “hacer la revolución”, y algunos lo han conseguido (léase Venezuela y Nicaragua). Pero ante las realidades, la mayoría de ellos han comprendido los límites del poder. Son los que se han resignado a ser la izquierda vegetariana (Teodoro Petkoff dixit). Los que coronaron sus carreras políticas ingresando al Palacio de Gobierno culminando muchos años de intentos frustrados, fracasos y resistencias de los factores reales de poder. Son los casos de Lula, AMLO, Pepe Mujica y ahora Gustavo Petro. Estos tienen muy presente el trágico desenlace del malogrado Salvador Allende.
Y también han comprendido, al parecer, una máxima de Paulo Freire que durante la finalizada campaña electoral en Brasil se recordó varias veces: “Unir a los divergentes, para vencer a los antagónicos”.
Eso se expresa, concretamente, en buscar aliados más allá de la propia izquierda; moverse hacia el centro que es donde, a fin de cuentas, se ganan elecciones y se gobierna en democracia. Fue lo que hizo, luego de tres intentos fallidos, Lula en 2002. Calmar a los empresarios y a la clase media, renunciar a su anterior estilo radical y vestirse de moderado. Aliarse con políticos del centro fue lo que le abrió el camino a la Presidencia. Esa táctica la acaba de repetir.
La diferencia en votos con la que Lula derrotó a Bolsonaro se la dio el centrista MDB. El partido de Michel Temer que puso sus votos en el Congreso para sacar a Dilma Rousseff del poder en 2016. También sumó a sus antiguos contrincantes de la socialdemocracia Fernando Henrique Cardoso, José Serra y su actual vicepresidente Geraldo Alckmin. Tampoco dudó en reconciliarse con la ex candidata presidencial y ex ministra de Ambiente, Marina Silva, que en su día lo desafió en la izquierda, así como solicitar el voto evangélico comprometiéndose a no apoyar la liberación del aborto ni de las drogas.
En Colombia la estrategia de Petro ha sido básicamente la misma. Se alió al santismo que buscaba revancha contra el uribismo; se mantuvo cerca del Partido Liberal del ex presidente Cesar Gaviria y tiene como ministro de Exteriores a un político conservador de la vieja escuela, que fue ministro de Belisario Betancourt cuando ocurrió la toma del Palacio de Justicia por parte del M-19 en 1986. Con Petro la izquierda colombiana consiguió por los votos lo que nunca obtuvo por las armas, quitándole el centro político a sus rivales.
En México AMLO finalmente llegó a la Presidencia en su tercer intento, y está edificando una nueva hegemonía, con los restos del viejo PRI, cambiando todo para que nada cambie.
Y al final de cuentas fue lo que pasó con Pedro Castillo y Gabriel Boric en Perú y Chile respectivamente.
Por supuesto, está, como cualquier estrategia, implica sus riesgos. En las cuatro elecciones presidenciales recientes en Suramérica los ganadores se impusieron en segunda vuelta con votos prestados. Gente que les votó como el mal menor para derrotar a una nueva derecha, José Antonio Kast y Jair Bolsonaro, y a otra no tan nueva, Keiko Fujimori, que ha demostrado una sorprendente tracción electoral. Una derecha que no le acompleja ni pide perdón por ser de derecha y que está imponiendo sus temas en el debate público obligando al adversario (lo acabamos de ver en Brasil con las concesiones de Lula) a ceder. Una señal de que en América Latina, como en Europa y Estados Unidos, el eje ideológico se ha movido unos grados hacia la diestra.
4) Los malos gobiernos
Sin los fracasos de los gobiernos del PAN (2000-2012) y el decepcionante retorno del PRI (2012-2018) en México no se explica el triunfo López Obrador, ni su actual nivel de aceptación pese a su mediocre gestión. Se suele olvidar que en dos ocasiones la mayoría del electorado mexicano (aunque él siempre alegó fraude) le negó el acceso a la Presidencia bajo el temor de que fuera un Chávez mexicano. Pero ese argumento fue derrotado por el fracaso de los gobiernos anteriores en controlar la violencia del narco y por la evidente corrupción del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Hoy es bastante claro que la irresponsable gestión de la pandemia por parte de Bolsonaro fue la causa de que se le escapara la Presidencia de Brasil y sea el primer mandatario de ese país desde el retorno de la democracia que no consigue su reelección. Alberto Fernández y el retorno del kirchnerismo en Argentina no se explican sin el fracaso económico del gobierno de Maurico Macri. Así como Pedro Castillo se fue gestando en las interminables disputas de la clase política peruana.
Por tanto, este retorno al poder político por parte de la izquierda latinoamericana tiene su lógica, y al ver el proceso de cerca queda en evidencia que sus triunfos de hoy no son definitivos, así como sus derrotas de ayer no fueron permanentes.