Leopoldo Martínez Nucete (ALN).- La crisis de Venezuela cobra fuerza en el debate político electoral de los EEUU. Ya no es sólo un asunto de política exterior. La presencia de los venezolanos en Florida y otros estados lo ha convertido en política electoral; y cuando ello sucede, se aplica la máxima de que toda política exterior es en el fondo política interior.
Según el más reciente estudio demográfico del prestigioso instituto PEW Research Center, basado en el último censo de 2010 y proyecciones del propio instituto, en 2013 residían en los EEUU 248.000 venezolanos. El 69%, en el sur de los EEUU (mayormente, Florida y Texas), concentrándose el 42% del total en Florida (con las ciudades de Doral y Weston como principales centros de concentración, seguidas por otros lugares en el sureste del estado, entre Orlando y Tampa, para luego destacar la ciudad de Katy, en Texas). De ese universo, en 2013 (una relación que se mantiene), el 39% son ciudadanos americanos. Partiendo de la estimación de 2013, eso representa 96.720 ciudadanos, de los cuales 40.622 están en Florida. Sin duda, el número de venezolanos en los EEUU casi se ha duplicado de 2013 a la fecha.
Faltan estudios para precisar cifras, pero un informe del propio PEW Center en 2016 señaló que los venezolanos encabezaban la lista de solicitantes de asilo al ritmo de 10.000 solicitudes por año (un incremento del 168%). Por lo cual, se estiman más de 40.000 solicitudes pendientes de venezolanos ante las autoridades migratorias. Sólo 1.112 casos fueron resueltos afirmativamente entre 2014 y 2016. Pero, si bien la cifra de venezolanos en EEUU ha crecido considerablemente, podemos asumir que la de ciudadanos permanece relativamente estable, con un incremento relacionado al ritmo de crecimiento poblacional promedio en los EEUU.
Según el más reciente estudio demográfico del PEW Research Center, basado en el último censo de 2010 y proyecciones del propio instituto, en 2013 residían en EEUU 248.000 venezolanos
Un cálculo apunta a que hay entre 100.000 y 120.000 ciudadanos venezolano-americanos, pero elegibles para votar pueden ser entre 55.000 y 66.000. Cuántos están registrados para votar y qué porcentaje efectivamente vota, es una incógnita. Pero asumiendo que el comportamiento sea similar al del voto latino o hispano en general, deben votar en todos los EEUU unos 30.000 venezolanos, la mitad de los cuales están en la Florida. Esto implica que, en un estado de comportamiento electoral pendular con resultados muy cerrados, tener una estrategia que movilice y capitalice esos 15.000 votos puede ser muy importante para dirimir una contienda. Caso típico para una comunicación segmentada en torno a un tema que genere entusiasmo e identidad, utilizando medios locales o de audiencia local, redes sociales y otras formas de mercadeo político directo.
Sólo el 30% de los ciudadanos venezolano-americanos son nacidos en EEUU y el 23% ha vivido en EEUU más de 20 años. Es decir, para un importante sector de ese potencial caudal electoral se aplica la caracterización de que constituyen un “voto Venezuela”, más que un un voto “venezolano-americano”: que su comportamiento electoral es todavía típicamente el de una “diáspora”, para la cual el destino y la política exterior de los EEUU con respecto a Venezuela son un elemento crítico. En eso se parece mucho al comportamiento electoral del voto cubano-americano, para el cual a mayor edad las posturas firmes contra el castrismo definen su comportamiento electoral. Y estando el régimen de La Habana conectado intrínsecamente al de Caracas, es lógico que ambos colectivos han terminado muy estrechamente relacionados.
Sin embargo, los electores venezolano-americanos votaron en 2008 y 2012 mayoritariamente, igual que todo el colectivo hispano, por Barack Obama. En 2016 también lo hicieron por Hillary Clinton. No obstante, existe mucha simpatía hacia el senador de origen cubano Marco Rubio, exponente muy visible en sus duras críticas e iniciativas contra el eje La Habana-Caracas. Por tanto, puede decirse que el Partido Republicano ha construido una forma muy tangible de vinculación orgánica con el “voto Venezuela” de la Florida.
Desde muy temprano, el senador Rubio tejió una alianza estratégica con el también republicano y gobernador del estado, Rick Scott, para posicionarlo en la agenda del “voto Venezuela”, centrándose ambos en sus duras críticas al régimen y prescribiendo políticas y posturas que calcan al carbón las liderizadas por el Partido Republicano en los últimos 50 años contra el régimen de los Castro.
En síntesis, conscientes de que el voto venezolano se alinea más con la agenda de inclusión socioeconómica que moviliza a los latinos en general y que capitaliza el Partido Demócrata, los lideres republicanos han apelado a algo tremendamente emocional para capturar y construir un vínculo con esos 15.000 electores, apelando a las mejores técnicas de mercadeo directo, el “voto Venezuela” como paralelismo del “voto Cuba”.
En este momento, estamos entrando en el cierre de las campañas electorales de mitad de período presidencial. Sólo uno de los dos senadores del estado de Florida está expuesto a reelección: el demócrata Bill Nelson (a Rubio le tocó reelegirse en 2016 hasta el 2022). También están en la boleta electoral las contiendas en dos distritos de población mayoritaria o significativamente hispana en Miami, y la lucha por la gobernación. En uno de los distritos electorales se enfrentan dos latinos, el diputado Carlos Curbelo (aliado muy próximo a Rubio) contra la fuerte candidata demócrata, de origen ecuatoriano, Debbie Mucarsel; y el otro distrito se lo disputan la veterana demócrata Donna Shalala (quien fue, entre otras cosas, ministra del gobierno de Bill Clinton y presidenta de la Universidad de Miami) y la periodista de origen cubano María Elvira Salazar, muy conocida por su show de opinión en español en la televisión local.
Un cálculo apunta a que hay entre 100.000 y 120.000 ciudadanos venezolano-americanos, pero elegibles para votar pueden ser entre 55.000 y 66.000
Ambas se enfrentan por el que fue el escaño de la legendaria y apreciada republicana Ileana Ros-Lehtinen (quien se retiró de la política luego de 29 años imbatible en ese espacio). Es importante destacar que en ambos distritos electorales, signados bajo los números 26 y 27 de la Florida, en las últimas elecciones presidenciales han ganado los demócratas Obama y Clinton con ventaja de hasta dos dígitos. Sin embargo, en elecciones parlamentarias, donde la participación electoral baja, han ganado los republicanos. Y el caso de Ileana Ros-Lehtinen, quien nunca perdió ese distrito por su sabia agenda, que incluye posturas progresistas en lo social, con ideas fiscalmente conservadoras y mucha dureza contra el castrismo en Cuba y, por supuesto, contra el chavismo en Venezuela.
La lucha electoral se ha hecho estrecha en un contexto donde el candidato a gobernador demócrata es el joven, carismático y popular exalcalde de Tallahassee, Andrew Gillum, quien además del voto duro demócrata movilizará segmentos muy importantes, como el voto de los millennials; los puertorriqueños en el corredor central de la Florida; y, por supuesto, los electores afroamericanos.
La candidatura de Gillum ha revitalizado las opciones del Partido Demócrata, que enfrenta al republicano Ron DeSantis, quien ha optado por calcar la retórica xenófoba de Donald Trump. Es decir, por un lado DeSantis repite el discurso antiimmigrantes de Trump, y por el otro, Rubio y Scott intentan motivar el voto cubano-venezolano con la retórica de firmeza hasta el extremo más radical contra el régimen castro-chavista. Ambos, además, operando en espacios compartamentalizados desde el punto de vista mediático.
Los votos y el dinero
Pero hay dos cuestiones adicionales que considerar. Primero, no son solamente los votos los que cuentan. También cuenta el dinero en la política de los EEUU, porque el financiamiento electoral y la compra de tiempo en radio y televisión son asuntos críticos. Y en ese sentido, hay mucho dinero de cubanos y venezolanos alineado a la agenda radical contra los regímenes de Cuba y Venezuela, percibidos como un solo enemigo.
Por otra parte, como toda política exterior es en el fondo política local, entonces, sin mayor valoración analítica o crítica, ese radicalismo y “mensaje estratégico” en lo electoral se agudizan en un momento en el que la lucha por esos escaños del Senado y las diputaciones se hace crítica; y se encuentran en luchas cerradas que pueden ser, particularmente en el caso del Senado, vitales para que Trump y los republicanos mantengan el control de la Cámara Alta del Congreso.
Desde esa perspectiva, se explican muchas cosas que tienen tan entusiasmados a algunos venezolanos por la cobertura en medios que reciben esas voces que han endurecido su discurso como respuesta al marcado y dramático deterioro que se vive en Venezuela, hasta asomar la peligrosa idea de una intervención militar en ese país.
Esta semana entró al Senado una propuesta liderada por el senador demócrata Bob Menendez, acompañado por el senador Bill Nelson, de Florida, enfocada en codificar el asunto de las sanciones y todas las propuestas sobre ayuda humanitaria; así como eventuales mecanismos de apoyo de los EEUU a una potencial transición a la democracia y de apoyo a las reformas económicas que se necesitan en Venezuela. En esta propuesta, por supuesto, es coautor el senador Rubio.
Sin embargo, cabe destacar que Menendez y Nelson han sido vocales en la promoción de otro tema que no parece entusiasmar tanto a los legisladores republicanos en esta era Trump, caracterizada por un tono xenófobo y contrario a la inmigración hispana: el alivio migratorio para miles de venezolanos en los Estados Unidos, quienes son parte de ese éxodo registrado ante el drama que vive Venezuela y cuya estadía necesaria por razones humanitarias pende de una solicitud de asilo no resuelta, una visa por vencerse sin esperanzas de renovación y, en muchos casos, una situación de indocumentación migratoria que incluye a jóvenes soñadores o “dreamers”.
Hay mucho dinero de cubanos y venezolanos alineado a la agenda radical contra los regímenes de Cuba y Venezuela, percibidos como un solo enemigo
Es un numeroso contingente de venezolanos que vive el mismo drama que el resto de los 12 millones de latinos indocumentados en EEUU y se expone a las crueles políticas de deportación que ejecuta la Administración Trump, o que incluso podrían ser víctimas de separación familiar como ha ocurrido con los inhumanos y brutales tratos recibidos por más de 2.000 familias provenientes de Centroamérica en busca de asilo en los Estados Unidos.
Falta, entonces, una pieza legislativa clave más allá de toda esta diatriba política, una de gran importancia: el alivio migratorio en la forma de “Protección Migratoria Temporal” (conocida por sus siglas en inglés como TPS) para los venezolanos. Esto sería lo coherente y consistente con el reconocimiento de que Venezuela atraviesa una crisis humanitaria por encontrarse en manos de un régimen autoritario y que no respeta los derechos humanos.
Trump y sus apoyos parlamentarios han sido enemigos acérrimos de toda forma de TPS, pero se muestran muy severos contra Venezuela. Lo peor que puede suceder es que la política exterior frente a Venezuela se cubanice por los dos extremos, con La Habana dirigiendo al régimen de Caracas, y sectores de Miami influyendo sobre la estrategia opositora.
El ejemplo de lo que puede suceder, en ese escenario, es la propia Cuba, que pasó de 50 años de hegemonía de los Castro a las manos de Miguel Díaz-Canel, a pesar de la terrible miseria y sufrimiento del pueblo cubano. La solución para Venezuela requiere no repetir errores, y necesita apoyo del hemisferio, pero será inédita, propia de una sociedad que está clamando por libertad y democracia.