Caleb Zuleta (ALN).- “Los golpes militares no solamente afectan a las instituciones democráticas en el corto plazo, sino que también tienen efectos de largo plazo que las hacen más débiles y generan por ello incentivos para volver a recaer en la intervención de las Fuerzas Armadas”.
Conclusión contundente de dos analistas, María Victoria Murillo y Esteban Levitsky, quienes han publicado en la revista Nueva Sociedad el ensayo La tentación militar en América Latina. Pensando en el largo plazo, los autores proponen no sucumbir y en cambio resistir a la tentación de los golpes militares, ya que la resistencia “ayuda a la construcción de instituciones más estables, incluso en contextos marcados por crisis recurrentes”.
No hay que olvidarlo, dicen, desde la guerra de independencia y hasta finales del siglo XX, la inestabilidad política era característica de los países de América Latina. Por lo que la “intervención” o la amenaza de intervención era habitual o una “potente arma disuasiva para los actores políticos”.
“En la mayoría de los países de la región, las Fuerzas Armadas eran árbitros de los conflictos que dividían a sus sociedades”.
Así que “las intervenciones militares no solamente interrumpían los procesos democráticos, sino que también reducían los incentivos para invertir en la construcción de instituciones políticas, ya que el recurso a los cuarteles aparecía a menudo como una mejor opción para modificar el equilibrio de poder político”.
María Victoria Murillo es profesora titular de Ciencia Política y Estudios Internacionales y directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Columbia. Steven Levitsky es profesor en la Universidad de Harvard. Son ellos los que afirman que “los golpes militares no solamente afectan a las instituciones democráticas en el corto plazo, sino que también tienen efectos de largo plazo que las hacen más débiles y generan por ello incentivos para volver a recaer en la intervención de las Fuerzas Armadas”.
Sucumbir o no sucumbir. He allí el dilema. Pero este no existiría si se parte del principio de que “el proceso de consolidación de la democracia implica la subordinación del poder militar al civil y conlleva tanto modificaciones legales como culturales”.
El problema sube de tono cuando “la ciudadanía confía más en las Fuerzas Armadas que en los legisladores”. Si ello ocurre, “los incentivos para acudir” a los militares “son más fuertes”. Agregan que “si la ciudadanía percibe dificultades para sostener el orden público, las fuerzas de seguridad que prometen «orden» se vuelven más atractivas a sus ojos”.
Por otro lado, “si ante la polarización los políticos sucumben a la tentación militar, es más difícil construir instituciones democráticas”.
Sucumbir o no sucumbir. He allí el dilema. Pero este no existiría si se parte del principio de que “el proceso de consolidación de la democracia implica la subordinación del poder militar al civil y conlleva tanto modificaciones legales como culturales”.
Escriben que “este es un momento crucial para la región”. Que “las democracias latinoamericanas no son ya tan jóvenes y ante el proceso de desaceleración económica han demostrado claras limitaciones para dar las respuestas que pretende la ciudadanía. Con una opinión pública descontenta con la élite política, a la que en muchos casos respeta menos que al Ejército, y en un contexto de protestas crecientes y dificultad para mantener el orden, la tentación militar pareciera aumentar y, con ella, los riesgos para la estabilidad democrática en la región”.
Por ello es crucial, “en este marco”, “no sucumbir a la tentación militar y recurrir a las instituciones políticas, incluso con creatividad, para sostener los procesos democráticos”.
Agregan que “sin la opción militar, los políticos carecen de atajos y se ven obligados a negociar con los instrumentos que les da el sistema político. Si bien la ausencia de la opción militar no evita las crisis, sirve para generar incentivos que ayuden a encontrar soluciones negociadas”.
Concluyen que “la tentación militar abre posibilidades que generan mayor inestabilidad institucional”. Pero, en cambio, “al cerrarse esta alternativa, el sistema político se fortalece porque sus protagonistas se ven obligados a aprender cómo canalizar soluciones para los conflictos sociales por medio de la negociación y el compromiso democrático, incluso cuando estos se agudizan, como está ocurriendo ahora en la región”.