Rafael Alba (ALN).- La incertidumbre sobre la rentabilidad real de la plataforma de streaming audiovisual de Google ha lastrado el valor de las acciones de Alphabet, su matriz, en Wall Street. La música aún domina el ranking de visualizaciones de YouTube, a pesar del crecimiento experimentado últimamente por los videojuegos.
Dicen los que saben que, hoy por hoy, tal vez sea más sencillo, y más probable, ganar en la regia ruleta del Casino de Montecarlo que conseguir unos ingresos recurrentes potables en esa otra gran casa de apuestas conocida con el nombre de Wall Street. Sobre todo desde que las innovaciones financieras y los avances tecnológicos han convertido en ilegibles e indescifrables la cuentas de resultados de las compañías cotizadas. Esa sucesión ordenada de números y epígrafes que en el pasado proporcionaban toda la información necesaria para que los inversores intuyeran el futuro de las firmas en las que iban a confiar para hacer fortuna. Pero hace mucho que eso ya no es así y las actuales circunstancias convierten casi en un acto de fe el sano ejercicio profesional de realizar la inversión nuestra de cada día. O esa es la opinión que parece desprenderse de los comentarios de algunos brokers veteranos que, amarrados ahora a las pantallas de sus ordenadores y sus teléfonos móviles, echan mucho de menos las botas de suelas desgastadas con las que sacaron brillo a los parqués de medio mundo.
Y, por lo visto, si hay una compañía cuyo sistema de consolidación contable puede ser considerado casi como una obra de arte a la hora de proporcionar periódicamente grandes cantidades de información financiera que apenas informan de nada esa sería Alphabet (la matriz de Google), siempre según la opinión de estos avezados navajeros bursátiles de colmillo retorcido. De hecho, la empresa presenta sólo sus números globales sin dar demasiados detalles sobre la evolución individual de sus negocios, por lo que, cuando se producen caídas en los ratios de crecimiento de grandes magnitudes como los beneficios o los ingresos y los guarismos quedan por debajo de las expectativas y las previsiones de los analistas, el fluir de los mensajes de texto plagados de sobreentendidos y rumorología variada se convierte en la verdadera hoja de ruta de la negociación. Y ahora, el runrún del mercado indica que el motivo subyacente de la caída del 10,44% que ha experimentado el precio de las acciones de esta compañía está directamente relacionado con los problemas sin resolver que complican el modelo de negocio de YouTube, la gran plataforma de streaming de vídeos.
Es cierto que los tambores de guerra comercial y la partida de póker que el presidente de EEUU, Donald Trump, juega con China, con Huawei y el futuro del 5G sobre el tapete, también han pesado lo suyo sobre la mala evolución bursátil de Alphabet. Lo mismo que ha perjudicado, en general, a todo el sector tecnológico estadounidense sobre el que el sentimiento del mercado es ahora algo más pesimista que antes. Pero, los descensos han sido mucho menores y más puntuales en la cotización de las otras compañías afectadas por las hostilidades económicas globales. Prueba de ello es que en este mismo periodo de tres meses, el índice Dow Jones, en el que ponderan todas las grandes rivales de la matriz cotizada de Google, sólo se ha dejado un 0,56%, un punto porcentual menos que Apple. Y hasta hay empresas como Microsoft, de nuevo la gran estrella del sector, que ha sabido navegar con destreza en medio de todas estas turbulencias trimestrales y ha conseguido anotarse una subida del 10,45%, nada menos, en este tormentoso periodo.
YouTube provoca pérdidas a Alphabet y Google
De modo que Alphabet y Google tienen problemas propios. Provengan o no provengan de posibles complicaciones en YouTube y sean éstas puntuales o no. La propia compañía tuvo que salir al paso de los rumores del mercado, el pasado 30 de abril, tras una súbita caída del 8% en el precio de las acciones, que provocó la evaporación de 70.000 millones de dólares (62.019 millones de euros) de capitalización bursátil en una sesión de sólo ocho horas. La desbandada de los inversores y el aluvión de órdenes de venta que presionaron la cotización a la baja se produjeron después de una decepcionante presentación de resultados en la que se conoció que el crecimiento de la cifra de ingresos publicitarios del grupo en el trimestre reflejaba con claridad una tendencia a la desaceleración contraria a las expectativas de los analistas. De hecho, sólo había aumentado un 15% entre enero y marzo de este año, guarismo en el que se refleja una caída de 9 puntos porcentuales con respecto al 24% de aumento conseguido por el grupo en el mismo periodo del año anterior.
La encargada de dar la cara a los medios de comunicación tras el desastre fue Ruth Porat, la chispeante directora financiera de la firma. Una veterana profesional de 62 años, curtida en el banco de inversión Morgan Stanley, cuyo nombre figura siempre en las listas anuales de las mujeres con más poder en el mundo que elaboran las publicaciones clave del sector financiero como Forbes y Fortune. Porat admitió que YouTube tenía un problema, pero lo achacó a los cambios introducidos en el algoritmo para bloquear y eliminar de la plataforma los canales de vídeo detectados como suministradores de noticias falsas y alentadores del odio, la homofobia y las teorías de la conspiración. Estamos perdiendo negocio por ser buenos, vino a decir. Pero sus explicaciones no han servido de mucho. Entre otros motivos, porque poco después, un portavoz de Google se veía obligado a reconocer ante las preguntas de la cadena CNBC, el canal televisivo de cabecera de los pobladores de Wall Street, que el 99% del contenido eliminado en esta operación limpieza, que ya tiene un año de antigüedad, corresponde a canales cuyos promotores difícilmente aportan a los ingresos de la empresa más de 100 dólares al año.
Así que lo mismo no es eso. Pero algo hay. Y una vez levantada la liebre, los cazadores no piensan dejarla escapar. Para muchos, lo que puede estar en juego es el propio modelo de negocio de YouTube, sobre todo porque hasta ahora, hasta los recientes cambios en la Ley Europea de Derechos de Autor, la plataforma no tenía que preocuparse demasiado ni de los contenidos que se alojaban en ella, ni de abonar las correspondientes cuotas a los legítimos creadores de los vídeos que más números de clicks, visualizaciones e ingresos recolectaban. Y eso ha cambiado sustancialmente ahora, gracias a la presión de una industria de la música global cuyos distintos estamentos, desde los compositores, las majors discográficas, pasando por las sociedades de gestión, han sido capaces de unirse, quizá por primera y única vez, y de enfrentarse de la mano con un terrible enemigo al que acusan de haber creado en su beneficio, gracias a la falta de control de la propiedad de los contenidos, una impresionante brecha de valor que les permitía pagar a los creadores y titulares de los derechos menos de un dólar por usuario y año. Cifra que contrasta fuertemente con los 20 dólares que abonan otras plataformas con menos clientela, como la mismísima Spotify.
YouTube, vídeos y visualizaciones
Pero, ¿de verdad es la música tan importante para mantener a flote el modelo de negocio de YouTube? Pues al parecer sí. Aunque con algún matiz. Desde hace un par de años, los gamers son los usuarios más activos de la plataforma, con lo que el crecimiento de estos contenidos es casi exponencial. Además, los vídeos musicales, muy en contra de la impresión que, a veces, uno tiene sobre las características de las piezas audiovisuales de la plataforma, suponen sólo el 5% del total de los 5.200 millones de vídeos que se alojaban en YouTube al 31 de diciembre de 2018, según los datos de la consultora especializada Pex.com. Una cifra, por cierto, ya ampliamente superada si tenemos en cuenta que en este mismo informe se explica que cada segundo que pasa, los 1,3 billones de usuarios que acumula esta plataforma en el mundo suben más de 10 horas de vídeos nuevos. El caso es que con ese 5% del total, al que nos hemos referido antes, les basta a los contenidos musicales para conseguir el 20% de las visualizaciones y un porcentaje similar de los ingresos recaudados.
No sólo eso. Los vídeos musicales son también más rentables, porque son más cortos, unos seis minutos de promedio, y consiguen unas 2.411 visualizaciones cada 60 segundos. Más del doble que el resto de los contenidos de la plataforma. Y también son los únicos que los usuarios son capaces de ver una y otra vez sin que su antigüedad en la plaza provoque inmediatamente una caída proporcional del interés que despiertan. Gracias a esas singulares características, la presencia de la música entre los vídeos con menos de 1.000 visualizaciones apenas llega a suponer el 10% del total. Pero el peso sube según aumenta el número de visitas. Más del 60% de los vídeos que superan los 100 millones de visitas y más del 85% del conjunto de las piezas audiovisuales milmillonarias por las que se puede navegar actualmente en YouTube, son vídeos musicales. Por cierto que hoy sigue de líder indiscutible el sin par Despacito de Luis Fonsi y Daddy Yankee que en sus cinco años de existencia ha logrado sumar casi 5.600 millones de clicks. Y sigue subiendo.
Claro que el próximo giro de la ruleta quizá vuelva a perjudicar a los más débiles. A esos creadores de contenidos que de verdad creyeron alguna vez que YouTube era una especie de organización altruista dedicada a fomentar la comunicación y la igualdad de oportunidades en el mundo. Ya hay voces persistentes de analistas, como el consejero delegado de Pex, Rusty Turek, que señalan que la actual operación limpieza en curso debería afectar al 99,36% de los vídeos, porque el coste derivado de su alojamiento supera con mucho su aportación a los ingresos. De hecho, el 81,6% del dinero que gana la plataforma de streaming audiovisual proviene, según sus cálculos, del 0,64% de los vídeos que almacena. Justo aquellos que han conseguido superar los 100.000 clicks. Así que cuidadito, chaval, porque si tu canción no consigue pasar pronto esa cifra de corte, lo mismo llega el pérfido algoritmo y te la corta. O lo mismo no. Quizá haya una idea aún mejor cocinándose en el cerebro de alguno de esos genios de las finanzas que se crían por docenas en Wall Street. Tal vez no puedan cobrarte nada por usar sus servicios para ver vídeos. Ni tampoco obligarte a usar alguno de sus servicios premium. Pero lo mismo sí que aceptas rascarte mensualmente el bolsillo para mantener vivo tu canal, tener almacenados tus vídeos y listos para compartir. Ya sabes cómo va esto. Una pequeña cantidad al principio y un buen hachazo después. Por lo que pueda pasar, empieza a cruzar los dedos. O a poner las barbas a remojar, que viene a ser lo mismo.