Ysrrael Camero (ALN).- En 2020 habrá un proceso electoral en Venezuela. Si estas elecciones son libres y nos conducen a la democracia, o se convierten en otra alcabala de nuestra dilatada autocratización, depende de que se pueda construir una negociación a la que hay que empujar a Nicolás Maduro con los incentivos correctos, la movilización masiva en la calle, la presión diplomática y una oferta que no pueda (ni quiera) rechazar.
El mínimo común denominador de la gran mayoría de los actores, internos y externos, sobre la resolución de la crisis venezolana es que ha de pasar, al principio, en el medio, o al final, por la realización de unas elecciones libres.
En el mantra que, correctamente, el presidente Juan Guaidó colocó en la opinión pública, la realización de unas elecciones libres tiene el carácter de cierre terminal de la transición a la democracia. Lo que también se encuentra en el Estatuto de Transición aprobado por la Asamblea Nacional en febrero de 2019.
Las elecciones de 2020 podrían ser recordadas como un paso trascendental en la recuperación de la democracia en Venezuela, pero también podrían significar el último paso de un tránsito hacia un régimen aún más autoritario.
Esto lo tiene claro la dirigencia de la oposición democrática, que se encuentra desplegando y consolidando a sus organizaciones para estar preparados para hacer frente a esa coyuntura. Se recorre el país poniendo a tono a la maquinaria política, revisando el padrón, contactando a voluntarios, dirigentes y militantes.
Pero no sólo la oposición pugna por la realización de unas elecciones en 2020. También esto se encuentra en la agenda autoritaria. Las elecciones de 2020 podrían ser recordadas como un paso trascendental en la recuperación de la democracia en Venezuela, pero también podrían significar el último paso de un tránsito hacia un régimen aún más autoritario.
A la democracia por elecciones
La oposición democrática exige unas elecciones presidenciales libres, limpias y abiertas para transitar a la democracia. Lo tienen claro los negociadores de las fuerzas democráticas que se han reunido, con el apoyo de los noruegos, tanto en Oslo como en Barbados, para luchar en la mesa para que el pueblo venezolano recupere el control de su destino a través de un proceso electoral verdaderamente competitivo.
La comunidad internacional también lo tiene claro. La realización de unas elecciones libres es el punto de contacto entre los diversos actores internacionales que han apoyado a Juan Guaidó desde que tomó posesión de su cargo como Presidente encargado. La Unión Europea junto con el Grupo de Contacto que impulsó, pasando por el Grupo de Lima, hasta el gobierno de Estados Unidos, coinciden en que la salida de la crisis venezolana ha de pasar por estas elecciones libres, limpias y abiertas.
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Porque todos saben el poder que tienen los votos. La Asamblea Nacional actual es producto de las últimas elecciones medianamente competitivas que hubo en Venezuela, en diciembre de 2015. El triunfo de la oposición tuvo tal contundencia, alcanzando la mayoría calificada del Poder Legislativo, que llevó a Nicolás Maduro a una decisión trascendental y equivocada, terminar de cerrar el régimen político para desembocar en una brutal dictadura.
La destrucción de la confianza en el voto como institución ha sido el gran éxito del bloque autoritario. Restituir esa confianza y el sistema de garantías que la hace posible es uno de los retos fundamentales para llegar a unas elecciones que democraticen el régimen. Acá se encuentra una parte importante de la presión que se da en el terreno simbólico: las elecciones no sólo deben ser democráticas, también deben parecerlo.
Una elección para autocratizar
El bloque de poder que rodea y cubre a Maduro ha tomado nota respecto a la importancia del consenso sobre la legitimidad electoral. La ruta que escogieron en 2016 los ha conducido a una ilegitimidad que debilita tanto a Nicolás Maduro como a la espuria Asamblea Constituyente que preside Diosdado Cabello. Saben bien que las solas bayonetas sirven para muchas cosas, excepto para sentarse en ellas. Por ende, también manejan su cronograma electoral paralelo.
Para esta pequeña élite autoritaria las próximas elecciones son las parlamentarias, y podrían adelantarse. Con esto pretenden sacarse de encima a una Asamblea Nacional opositora que no reconocen. Jorge Rodríguez tiene el control operativo del Consejo Nacional Electoral. Sabe además que la continuidad de Tibisay Lucena a la cabeza del Poder Electoral genera tal desconfianza en los opositores que podría hacerlos susceptibles a una campaña abstencionista.
Efectivamente, porque la hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, bajo los regímenes autoritarios actuales ocurren elecciones, pero estas no son libres, ni abiertas, ni pulcras. A los autoritarismos los procesos electorales les son útiles, primero, para incrementar su legitimidad frente a propios y extraños, para gestionar internamente a su propia élite, y para consolidar sus redes clientelares. Sin embargo, el autoritarismo no quiere arriesgarse, los niveles de incertidumbre electoral deben ser mínimos: no hay lugar para sorpresas, es decir, bloquean las posibilidades de un triunfo opositor.
¿Cómo se desenreda esta madeja?
En las presentes condiciones a una elección democratizadora se llega por negociaciones. Eso lo tienen claro los representantes de las fuerzas democráticas y lo tienen claro los noruegos. Pero lo que se logra en la mesa se construye colectivamente fuera de ella y, fundamentalmente, dentro de Venezuela.
No se puede desbrozar el camino sin contar con la colaboración, activa y pasiva, de los sectores que tienen el control efectivo, fáctico, de los instrumentos de poder. En síntesis, de esto no se puede salir sin el chavismo, al menos sin un sector poderoso del mismo.
Pero no debemos olvidar que, finalmente, el problema se ha de resolver en casa. Sólo para los venezolanos Venezuela es el primer y principal punto de agenda. De resto, incluso para las decisiones de leales aliados y amigos, somos parte de una lista larga de intereses nacionales y de coyunturas locales.
Dado que tienen control de los resortes de poder es necesario construir un horizonte común donde sus niveles de incertidumbre se mantengan bajos, y donde los niveles de competitividad de la oposición democrática sean efectivos en la práctica. No hay un horizonte posible donde el chavismo desaparece, eso es política-ficción.
Si acaso se pretende imponer unas elecciones presidenciales para “acabar con el chavismo” y desterrarlo, entonces el nudo gordiano permanecerá inmutable y nos conducirán, en contra de nuestros deseos, a unas elecciones parlamentarias que consolidarán la autocratización.
Pero al bloque de poder chavista hay que incomodarlo, hay que incrementar el costo que tienen que pagar para permanecer en el poder. Es acá donde han de coincidir la presión interna y la externa. La primera, bien sea bajo la forma de las movilizaciones masivas, del despliegue del repertorio de acciones colectivas de protesta, y de las iniciativas políticas de la Asamblea Nacional. La segunda, por medio de la presión diplomática internacional, como la hemos visto desarrollarse durante todo el 2019, desde el reconocimiento a Guaidó hasta la activación del TIAR.
Todo esto desembocará, en el mejor de los casos, en la negociación entre partes adversarias que se reconocen entre sí, y que necesitan sentarse porque solas no pueden salir adelante. La experiencia facilitada por Noruega ha sido saludada por una parte importante de la comunidad internacional, porque sabe que una salida pactada es menos costosa, más viable y más estable que la escalada violenta del conflicto.
Lo que se resuelve en una mesa de negociación se relaciona con las fuerzas que se mueven a su alrededor, por debajo y por encima, pero sin la mesa no se resuelve. Si el objetivo es llegar a unas elecciones libres, limpias y abiertas que sirvan para democratizar a Venezuela y que el pueblo venezolano vuelva a retomar la ruta de la modernidad en paz, esto debe pasar porque las negociaciones se realicen con incentivos que faciliten el cambio, no que lo obstaculicen.
Al final, esto se resolverá en casa
Al final, la realización de unas elecciones libres dependerá fundamentalmente de lo que los actores internos sean capaces de construir. La dependencia respecto a actores externos puede llegar a ser suicida. Esto no se resolverá con un despliegue militar sobre Venezuela sino con un proceso electoral plural que le dé la palabra a la ciudadanía venezolana.
La resolución terminal de este proceso, el punto en el cual coincide la presión internacional con la presión interna, donde se combinan unos altos costos de represión con unos bajos costos de tolerancia y salida, se definirá a partir de los actores internos y en un proceso interno.
La excesiva dependencia de los actores externos es una muy mala señal. No se pueden olvidar algunas malas experiencias. Los cubanos en el exilio estaban convencidos, como bien nos recordó en un artículo previo Pedro Benítez, de que Estados Unidos resolvería el problema de Fidel Castro. Tras seis décadas la dictadura cubana sigue instalada a pocas millas de Miami.
Tampoco puede olvidarse la experiencia de los republicanos españoles y de su gobierno en el exilio, convencidos de que a la derrota de Adolf Hitler y Benito Mussolini le seguiría la salida de Francisco Franco del poder gracias a la intervención de los aliados. Franco murió en su cama en 1975. Y la transición a la democracia se realizó desde las estructuras de poder instaladas bajo el franquismo.
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Polonia también tuvo un gobierno en el exilio, que se inició durante la ocupación nazi y siguió existiendo bajo el letargo comunista. Pero la transición a la democracia se hizo efectiva con la movilización de los obreros polacos y tras unas mesas de negociación con los líderes comunistas y la oposición interna.
Varios hechos nos hablan de la gran vulnerabilidad a la que estamos sometidos si pretendemos hacer descansar nuestro destino en la volatilidad de la geopolítica global.
La caída de John Bolton de las alturas del poder en Washington, el resultado esperado de unas próximas elecciones en Argentina, los cambios de la coalición que gobierna la República italiana. Todo parece afectarnos de manera determinante.
Pero no debemos olvidar que, finalmente, el problema se ha de resolver en casa. Sólo para los venezolanos Venezuela es el primer y principal punto de agenda. De resto, incluso para las decisiones de leales aliados y amigos, somos parte de una lista larga de intereses nacionales y de coyunturas locales.