Por Juan Carlos Zapata (ALN).- A un amigo le gusta este libro. Lo recomienda. Contra el Fanatismo no es un libro de cabecera pero hace las veces de guía de sencilla –no por ellos menos profundo- para entender el problema de los extremos y cómo enfrentar la lucha contra el fanatismo. ¿Venezuela sufre la tragedia de los extremos? ¿Fue el movimiento La Salida una posición extrema? ¿Quiénes se oponen al diálogo son extremistas? ¿Los que están dispuestos a marchar al Palacio de Miraflores y los dispuestos a defenderlo en contraofensiva al costo que sea son fanáticos?
Amos Oz –novelista judío, soldado de la Guerra de Seis Días de 1967, hijo de padres expulsados de Europa- toma como punto de partida el ataque del 11 de septiembre a los Estados Unidos y el conflicto palestino israelí con el fin de abordar el fanatismo y de allí aproximar propuestas de solución.
Lo primero que dice es que “la clave” del ataque a Estados Unidos “no solo hay que buscarla en el enfrentamiento entre pobres y ricos”. La frase remite a la Venezuela gobernada por el chavismo. Partiendo de esta línea, el autor señala que “es una batalla entre fanáticos que creen que el fin, cualquier fin, justifica los medios”. Una bomba. Un golpe de Estado. Francotiradores. Infiltrar policías en una manifestación pacífica y matar inclusive a uno de los compañeros de causa para luego acusar al líder político que ha convocado la protesta y así justificar la represión posterior. Identificar al de la acera de enfrente no como adversario sino como enemigo político. El uso de los medios públicos y privados para sembrar odio, divisiones, desconfianza entre hermanos, mediante campañas y propaganda sistemática, discursos y declaraciones encendidas, agresivas, insultantes como que al “enemigo” hay que desaparecerlo de la faz de la tierra, convertirlo en polvo cósmico, arrasarlo. ¿Eso es ser fanático?
Amos Oz murió hace un año, el 28 de diciembre de 2018. La madre se suicidó cuando Amos Oz contaba 12 años. En sus memorias, Una historia de amor y oscuridad, es posible indagar sobre el dolor producido por alguien que te deja sin ninguna explicación, y ya no puede volver. No está allí. Se ha ido. Hay reclamo. Hay duda. Hay justificaciones, inclusive. Hay furia por la pérdida. Y hay soledad y mucho dolor. Sombras. Gritos. Oscuridad. Miedo. En un niño que era excepcional de un hogar también excepcional. El padre y él jamás hablaron de lo ocurrido. La madre se suicidó con una sobredosis de sedantes en 1952.
En Contra el Fanatismo, Amos Oz dice: “Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos”.
¿Importa la vida en Venezuela? ¿Importa para el sistema? ¿Es prioritaria para el modelo? ¿Y es prioritaria para los extremos? Preguntas, todas, formuladas desde que Hugo Chávez llegó al poder. Las fuerzas políticas llevaban medio siglo conviviendo en paz. En 1958 había sido derrocada la última dictadura, y comenzando los años 70’, se logró la pacificación de los movimientos alzados en armas inspirados y apoyados por Fidel Castro y Cuba. Con el chavismo aparecieron los Círculos Bolivarianos que rondaban empresas, medios y urbanizaciones sembrando el miedo, la zozobra. Más tarde aparecieron los colectivos, grupos paramilitares que se hicieron de zonas urbanas, imponiendo reglas, su propia ley, y a los que se les brinda recursos y cuotas de poder, llegando a “tumbar” a un ministro de Interior. El poder se ha inventado una fuerza de aniquilación policial. El poder tortura y mata, aniquila. El poder lanza al vacío a un dirigente que considera enemigo. Traidor a la patria. El poder no retrocede.
Amos Oz aproxima esta explicación: “Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo. Entre fanatismo y pluralismo. Entre fanatismo y tolerancia”. El ataque a los Estados Unidos “tiene que ver con la típica reivindicación fanática: si pienso que algo es malo, lo aniquilo junto a todo lo que lo rodea”.
“El fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”. El fanatismo se contagia. Su discurso prende. No de otra manera se comprende que en Venezuela, factores políticos, económicos y militares –inclusive sectores de la iglesia católica y evangélicos- se hayan inclinado a respaldar lo que de manera evidente resultaba ser un modelo extremo, autoritario, dominante, cuyos dirigentes se expresan como si siempre tuvieran la razón, y se comportan –dice Amos oz- “con ínfulas de superioridad moral”, y aquel que no los acompaña pasa a formar parte del ejército de “traidores” al proyecto, al proceso, al líder y a la Patria.
En Venezuela se mezclan los intereses de Gobierno y Estado. Partido, Gobierno y Estado. En consecuencia, a los poderes públicos se les arrebata la autonomía de lo cual surge el ventajismo electoral, la justicia parcializada, el Parlamento que ni controla ni legisla y el Ejecutivo que hace y deshace por lo que termina imponiéndose un concepto hegemónico del poder. El discurso que emana de ese centro de poder es que todo lo anterior fue malo, fue perjudicial para la República, fue “oprobioso” y por tanto hay que desaparecer la memoria histórica, hay que cambiarla, hay que trocarla, hay que maquillarla, hay que comenzarla de nuevo y en cuanto ese es el objetivo, también habría que borrar a los actores responsables del desaguisado: los partidos, la dirigencia, los medios, la iglesia, las empresas y los empresarios, la burguesía, la oligarquía y, peor seña, a las universidades y a todo aquel que no se pliegue a los designios del régimen y del líder mesiánico quien acuñaba que había que barrer a las “cúpulas podridas” de la IV República, que así bautizó al periodo de la democracia representativa, vigente por medio siglo.
“El fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera”. El fanatismo se contagia. Su discurso prende. No de otra manera se comprende que en Venezuela, factores políticos, económicos y militares –inclusive sectores de la iglesia católica y evangélicos- se hayan inclinado a respaldar lo que de manera evidente resultaba ser un modelo extremo, autoritario, dominante, cuyos dirigentes se expresan como si siempre tuvieran la razón, y se comportan –dice Amos oz- “con ínfulas de superioridad moral”, y aquel que no los acompaña pasa a formar parte del ejército de “traidores” al proyecto, al proceso, al líder y a la Patria.
¿Pero qué es un traidor? Amos Oz ofrece una definición que calza en la realidad venezolana: “Traidor –creo- es quien cambia a ojos de aquellos que no pueden cambiar y no cambiarán, aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieren cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia”. En uno de sus últimos artículos, Amos Oz escribió que los traidores terminan reivindicados por la historia. Los acusados de traidores son casi siempre aquellos que han roto el silencio con la denuncia, o los que han actuado contracorriente. “Casi cualquier afirmación nueva y desafiante es una forma de romper el silencio”, apuntó.
En el libro señala que la “superioridad moral” limita el cambio en la persona y peor, acuna “la semilla del fanatismo”, la cual le impide “llegar a un acuerdo”. El fanático quiere que el otro cambie pero siguiendo su esquema. “La esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar”. Si no cambian, están confundidos. Hugo Chávez se quejaba de los empleados que defendían al Grupo de Empresas Polar, en el cual laboraban; y criticaba a los periodistas que no le seguían sus propuestas, y les decía que se dejaban manipular por los dueños de los medios. De quienes se oponen a la llamada Revolución Bolivariana han dicho que la burguesía les ha lavado el cerebro y les ha sembrado odio, convirtiéndolos en amargados mientras que el chavista es feliz, dueño de la risa, del amor y la paz. No ser chavista es ser traidor a la Patria. Así, el sistema se propone cambiar, convencer a ese confundido, a ese amargado; hay que trabajarlo, explicarle las bondades de la revolución.
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Encaja esta disposición con lo que Amos Oz señala de que el fanático es “generoso”, que “a menudo está más interesado en los demás que en sí mismo. Quiere tu alma, quiere redimirte. Liberarte del pecado, del error…liberarte de tu fe o de tu carencia de fe…De una forma u otra, el fanático está más interesado en el otro que en sí mismo por la sencilla razón de que tiene un sí mismo bastante exiguo o ningún sí mismo en absoluto. El señor Bin Laden y la gente de su calaña no sólo odian a Occidente. No es tan sencillo. Más bien creo que quieren salvar nuestras almas, quieren liberarnos de nuestros aciagos valores: del materialismo, de la democracia, de la libertad de opinión, de la liberación femenina”.
¿Quién justificó en Venezuela el ataque a los Estados Unidos? Hugo Chávez. ¿Y quién quería salvar a los venezolanos del egoísmo capitalista? ¿Del consumismo? ¿Quién cerró medios? ¿Quién solía exponer la vida personal del dirigente opositor en programas de TV? ¿Quién propuso la democracia participativa como contrapropuesta a la democracia representativa plural? ¿Quién secuestró la autonomía de los poderes? ¿Quién impuso el control social? ¿Y quiénes han propuesto salvar a la humanidad? ¿Salvar al medio ambiente?
Todo comenzó con dos intentos de golpe de Estado en 1992. La democracia representativa –podrida, asesina, represora, destructora del país, según la opinión de los golpistas- les brindó el perdón a los golpistas y la oportunidad de alcanzar el poder mediante elecciones limpias y una vez tomado el control, la línea de acción consistió en el desmontaje de la institucionalidad sobre la base del lenguaje al que siempre recurren los populistas y los populismos: La mentira como política de Estado, el maniqueísmo de lo bueno y lo malo, el insulto, el miedo, el líder imprescindible, fundacional. Chávez decía que no había otro en condiciones de perseverar la paz del país y de hacer de Venezuela una potencia. Cabello y Maduro han seguido el libreto: Sólo la revolución puede está en capacidad de hacer el milagro de salvar al país de la catástrofe porque los opositores no están preparados para gobernar, y nada más les interesa el poder por el poder.
Se podría afirmar que la vía más directa para llegar al fanatismo es el populismo. De esta manera, la dirigencia afirma interpretar la voz del pueblo, del soberano; voz que es sagrada ya que la voz del pueblo es la voz de Dios, y en tanto esa voz se expresaba en mayoría a favor de la revolución, la minoría no contaba tratándose de que componían un grupo de “escuálidos”, contrarrevolucionarios, apátridas, golpistas y vendidos a los intereses imperiales. Estas son acusaciones muy serias. Porque, dice Amos Oz, el fanático es sarcástico –lo era Chávez cuanto y más- pero no tiene humor. “Jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor”. Chávez la emprendió con el mayor humorista de todos los tiempos: Pedro León Zapata, y también contra otro, Laureano Márquez.
El fanatismo chavista impuso una línea, un credo: Los viejos partidos, y los nuevos partidos, en síntesis: la oposición no volverá al poder, “ni con votos ni con balas”, decía Maduro. Ni por las buenas ni por las malas, reafirma Cabello. El “No volverán…No volverán”, se hizo consigna en los mejores tiempos de los precios altos del petróleo y cuando Petróleos de Venezuela producía petróleo. Y en ese mismo tiempo, los insultos recorrían el continente americano y Europa. Se insultaba a los presidentes de Estados Unidos, de México, de Colombia; se insultaba a ex presidentes de España; se insultaba a altos funcionarios de organismos internacionales. Se asistía a las cumbres de jefe de Estado o a reuniones multilaterales no a proponer sino a insultar y a intentar destruir. Chávez llegó inclusive a insultar a Barack Obama quien, sin embargo, optó por una fórmula muy propia de desarmarlo: estrecharle la mano. Lo explicaba Obama en entrevista publicada en la revista XL Semanal del diario ABC de España del domingo 12 de noviembre de 2016. Decía que a Chávez le estrechó la mano en la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago en 2009, como se la estrecharía también a Raúl Castro en los funerales de Nelson Mandela: El gesto hacia Castro contribuyó al deshielo con La Habana. Al saludo, Chávez le correspondió con el libro Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano y Obama aplicó lo que traduce un dicho popular: Lo cortés no quita lo valiente. Pero, estaba seguro, dice en la entrevista, que “en el fondo sirvió para desarmar a Chávez de una forma que facilitó mucho nuestra relación con los cubanos, con los mexicanos, los brasileños, los chilenos y con otros que tratan de cabalgar por encima de la tradicional separación latinoamericana entre izquierda y derecha”. ¿Cuál es la conclusión de Obama? “El tiempo confirmó lo que ya sospechaba: que a Chávez le encantaba ser percibido como un enemigo furibundo de Estados Unidos. Y que si lo tratabas como quien era, el mandatario autoritario de un país que no funcionaba económica o políticamente, un hombre que no podía apelar a mucho más que la retórica y que no suponía una verdadera amenaza para Estados Unidos, terminaría por encogerse”. La estrategia, según Obama, le funcionó, y deja espacio para pensar que Chávez era el obstáculo para el diálogo con Cuba, con Brasil, etc. De hecho, las conversaciones con La Habana se hacen públicas es después de la muerte de Chávez, y ese anuncio sorprende al propio gobierno de Maduro. Deja espacio para pensar que los llamados a diálogo por parte de Chávez, primero, y Maduro después, no han tenido otro propósito que el de confundir, y también dividir a la oposición; llamados tan falsos como los discursos en los que rebozan las palabras paz y amor.
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Y este es el terreno al que llega Amos Oz. Al del diálogo. El encuentro. ¿Cómo dirimir la controversia? ¿El conflicto? Y lo primero es plantearse lo que determina el problema. En el caso palestino-israelí ¿es la religión? ¿Es la ideología? ¿Es la tierra? La tierra. Propone una solución: El reparto como en un divorcio doloroso. En lo que concierne a Venezuela. ¿Qué defiende el chavismo? ¿Una ideología? ¿Un proyecto de país? Nada de esto. Lo que defiende es el poder por el poder. Un poder repartido en grupos de civiles y militares. Con altos intereses. Negocios evidentes. Lo que menos posee el chavismo es ideología. Hay que tomar nota de que Chávez era un agitador y defendía su propio liderazgo y toda la estrategia de Gobierno y Estado se montó en función de consolidar la imagen de un líder mesiánico, religioso. De modo que muerto el líder, el esquema entró en crisis, sin dejar legado, y entiéndase legado el de un país en crecimiento, o un modelo generador de riqueza, de soluciones, de oportunidades. Cerraron las vías de conjurar la crisis, síntoma del extremo, del fanático, con “ínfulas” de saberlo todo.
El diálogo lo entendieron a duras penas, sin pensar en el otro, sin “imaginarse” al otro, tal cual señala Amos Oz; o como lo decía el expresidente José Rodríguez Zapatero, sin “reconocer” al otro. En lo imposible de “imaginar al otro”, de preguntarse como dice Amos Oz, “¿Qué pasaría si yo fuera ella? ¿Qué pasaría si yo fuera él?”, se les dificulta el diálogo como ruta para solucionar la crisis. Porque piensan que el poder no puede ser compartido. El poder es un monopolio. El poder si se ha conquistado jamás se puede perder, y menos traspasar mediante concesiones. La única vez, abril de 2014, que figuras del Gobierno –incluyendo a Maduro- y de la oposición se sentaron frente a frente a debatir ante el país -fue transmitido por TV-, el país vio que los Maduro y sus representantes quedaron a la defensiva, sin propuestas, acorralados, y los que más, Diosdado Cabello y Jorge Rodríguez. Para que pueda ser, el diálogo, visto desde el chavismo tiene que estar controlado.
Amos Oz señala que “toda cruzada que no se compromete a llegar a un acuerdo, toda forma de fanatismo termina, tarde o temprano, en tragedia o en comedia”. En estos diálogos, ha privado el cálculo por parte del Gobierno en el afán de ganar tiempo, pero también hay un aterrizaje en la realidad de algunos dirigentes. O dialogamos o nos matamos, llegó a formularse. El 11 de noviembre de 2016, a la jornada que se prolongaba del día anterior en el Hotel Meliá Caracas, el presidente Maduro envía a la mesa de diálogo un documento para explicar la intolerancia y el odio de parte de la oposición, plagado de mentiras y medias verdades. Allí dice que “Este proceso, que mantiene el respaldo entusiasta de las más amplias mayorías del país, y que ha logrado, de manera vertiginosa, la corrección de las más profundas diferencias sociales, la inclusión económica y política de millones de venezolanos y la recuperación de nuestro ser histórico y nuestra propia noción de Patria libre y soberana, recibió, casi de inmediato y de manera furibunda, la más intransigente oposición de las élites que habían ostentado el poder por más de 100 años y que sin dar cuartel, instalaron un proceso brutal de erradicación de la Revolución Chavista en Venezuela. Estos sectores no se detuvieron en mientes para respetar, ni la legalidad, ni la Constitución (primera Constitución en la historia de Venezuela que es aprobada por el voto del pueblo en 1999), ni la verdad, ni la paz. Bastará decir que para derrocar al Presidente Chávez la derecha venezolana protagonizó un golpe de Estado en 2002 e instauró, con una saña que aún no cesa, un expediente de guerra psicológica y mediática que ha generado afecciones en la salud mental de un sector de la población y el intento de desprestigiar y vilipendiar a nuestro país, a nuestra democracia, a nuestra historia, recurriendo incluso en sus estrategias a categorías de racismo, misoginia, delitos de odio y violencia verbal y física. Frente a la arremetida, el llamado de nuestro Comandante Chávez fue siempre al diálogo con los sectores opositores; la misma madrugada del 14 de Abril de 2002 cuando fue repuesto en el poder constitucional y derrotado el Golpe de Estado por la conjunción de la unidad cívico militar, nuestro Comandante, empuñando un crucifijo, convocó a un diálogo y pidió el cese a la violencia”.
Esta es la manera de Maduro de observar al otro. De “imaginar” al otro, pese a sus llamados de paz y amor. La última campaña de Hugo Chávez llevaba el slogan “Corazón de mi patria” y la primera de Maduro, “Desde mi corazón” (de Chávez, muerto pero que le había solicitado a sus partidarios que hicieran a Maduro mandatario). Este sentimentalismo no convence a Amos Oz. Porque, explica el fanático es sentimental, pero de tal forma que se va al extremo de lo falso en ejemplos como el que dice amar a América Latina, o dice amar al mundo, o salvar al planeta, o salvar a la humanidad, que era mucho de lo que solía decir Chávez y repite Maduro, cuando, señala Amos Oz, habría que comenzar por lo cotidiano de “imaginar” al otro. “No creo que el amor sea la virtud a través de lo cual se resuelven los problemas internacionales”. Y tampoco los nacionales por más que se explote la propaganda de que Chávez te ama, y el pueblo ama a Chávez, y no hay amor más grande que el de comandante. No. Amos Oz apunta que las soluciones requieren “sentido de la justicia, pero también sentido común, imaginación, habilidad extrema para imaginar al otro, para ponernos a veces en la piel del otro. Se requiere la capacidad racional de comprometernos y, a veces, de hacer sacrificios y concesiones. Pero no se requiere que nos suicidemos en favor de la paz”.
Y esto último es lo último. En estos años era usual escuchar a Chávez decir que entregaría hasta los huesos, el último aliento, en su causa; o a Maduro expresar que entregará la vida por el pueblo, la revolución, el legado y la memoria de Chávez. Pero no. El asunto es más sencillo. Hay que dialogar. “imaginar” al otro. Reconocer al otro. Ceder. No agredir. Llegar a un acuerdo.
Dice Amos Oz: “Para mí la expresión ‘llegar a un acuerdo’ significa vida. Y lo contrario de llegar a un acuerdo no es idealismo ni devoción. Lo contrario es fanatismo y muerte”. Y llegar a un acuerdo no es capitular, que es lo que dice a menudo Diosdado Cabello.