Rafael Alba (ALN).- Desde la década de los 90 del pasado siglo, Richard Branson y Donald Trump mantienen un tenso enfrentamiento que, periódicamente, salta a los medios de comunicación globales. El pedigrí progresista de los artistas elegidos para el concierto es contrario a las políticas del presidente de EEUU.
¡Ojalá todos los objetivos que se han marcado los promotores del Concierto por Venezuela (Venezuela Aid Live) se cumplan! En especial el relativo a la entrada de la ayuda humanitaria internacional al territorio de este país, para aliviar la situación de emergencia por la que atraviesa su población. Pero incluso si ese deseo solidario no llegara a materializarse, las 250.000 personas que van a asistir al evento musical no se habrían movilizado en vano. Porque hay algo muy importante que se ha conseguido ya y se logró prácticamente antes de que sonara la primera nota sobre ese escenario: la iniciativa ha desmontado por completo la estructura sobre la que pivotaba la propaganda internacional planteada por Nicolás Maduro en los últimos días que se lo jugaba todo a demostrarle al mundo que el apoyo de las grandes potencias mundiales a Juan Guaidó, a quien muchos países del mundo consideran el presidente legítimo, provenía de una maniobra de Donald Trump, el actual inquilino de la Casa Blanca, para terminar con el socialismo venezolano y tomar el control de la producción petrolera en el país.
La iniciativa ha desmontado por completo la estructura sobre la que pivotaba la propaganda internacional planteada por Maduro en los últimos días que se lo jugaba todo a demostrarle al mundo que el apoyo de las grandes potencias mundiales a Juan Guaidó provenía de una maniobra de Trump
En esa misma línea, Maduro negaba la situación de emergencia objetiva que padece la población venezolana y aseguraba que las caravanas de ayuda humanitaria eran sólo una parte de ese maquiavélico plan urdido por Trump y sus asesores de extrema derecha. Ya saben. La vieja técnica de responsabilizar al criminal imperio y sus injerencias en el patio trasero para justificar cualquier desmán. Un clásico que práctico con éxito durante décadas el castrismo, el régimen cubano cuya evolución decepcionó a casi toda la izquierda latinoamericana, pero que el actual jefe del chavismo no va a poder seguir explotando ya por mucho tiempo. No, desde luego, tras el éxito mediático alcanzado por ese macroconcierto desarrollado en la frontera que, sin manifestar intención política alguna, se ha convertido en una estrategia ganadora para quienes apuestan por el regreso de la democracia al país, aún gobernado por los chavistas residuales y sus boliburgueses asociados.
El primer movimiento ganador de la partida fue situar a Richard Branson al frente de la organización del evento. Branson es mucho más que un simple magnate de los medios, multimillonario rodeado por el glamour que concede el dinero y el poder. Para empezar, mantiene desde hace casi tres décadas un enfrentamiento letal con Donald Trump que se extiende en todos los campos disponibles. Ha criticado sus políticas, le ha llamado patán, ha hecho públicas algunas cartas llenas de insultos que el presidente le había enviado y le ha acusado multitud de veces de carecer de empatía y castigar con sus políticas y su neoliberalismo económico sin rostro a los más desfavorecidos. No es un izquierdista radical. Por supuesto. Pero forma parte de ese grupo de adinerados anglosajones, más cercanos al laborismo o al Partido Demócrata que al republicanismo radical. No es, de ninguna manera, un ultraderechista.
El elenco del concierto por Venezuela
Además, desde luego, algo sabe de música, como les explicaremos luego. Y de las pulsiones que mueven a los artistas. Por eso ha sabido también montar un elenco a la medida de la estrategia que iba a llevar a cabo. Si se fijan en los artistas seleccionados verán con facilidad que, aunque muchos de ellos sean verdaderas bestias negras del antichavismo, como sucede con Alejandro Sanz, no hay entre ellos tampoco ningún sospechoso de comulgar con las políticas neoliberales de Trump y sus muchachos. Más bien al contrario, todos ellos se han enfrentado abiertamente a él, han defendido la necesidad de integrar y no expulsar a los latinos sin papeles que trabajan en EEUU, han firmado manifiestos contra el muro que el presidente quiere construir en México y hasta han financiado a candidatos que se oponían directamente a los republicanos patrocinados por Trump en varias jurisdicciones. No tienen nada que ver con aquella gusanera artística que confraternizaba con el exilio de Miami y exhibía a la vez su anticastrismo radical y sus coqueteos con las ideas de extrema derecha.
Richard Branson es mucho más que un simple magnate de los medios, multimillonario rodeado por el glamour que concede el dinero y el poder. Para empezar, mantiene desde hace casi tres décadas un enfrentamiento letal con Donald Trump que se extiende en todos los campos disponibles
Aquí hay tipos como Miguel Bosé o Juanes que se atrevieron a impulsar un gran concierto por la paz en Cuba, muy similar a este del que hablamos ahora, por cierto. Y lo hicieron desafiando el embargo y las posiciones políticas de la derecha conservadora en este capítulo. Ellos fueron la avanzadilla de las políticas de deshielo que implementó después Barack Obama. Y el resto de los artistas, a su manera, también se han distinguido por apoyar las causas tradicionales del progresismo. Por ejemplo, luchar sin caretas contra los asesinatos de mujeres de Ciudad Juárez. Así que no resulta fácil acusar ni al organizador ni al elenco de ser un ejército musical diseñado a la medida de los deseos de Trump, ni de apoyar un golpe destinado a llevar a cabo un alevoso robo de la riqueza petrolera.
Quizá por eso, al menos hasta el cierre de esta edición, en el concierto que ha organizado Nicolás Maduro para contraprogramar a Branson, ese evento denominado Sacad Vuestras Manos de Venezuela, no hay ningún nombre de relevancia internacional. Ni siquiera izquierdistas clásicos como Silvio Rodríguez u otros miembros de la politizada Nueva Trova cubana que han defendido públicamente a Maduro se han atrevido a criticar el concierto de Branson. Y eso que esta misma semana dos viejos amigos como el propio Rodríguez y Rubén Blades han polemizado en los medios a cuenta de la situación venezolana. Pero sin mencionar el evento ni criticar a las estrellas latinas que van a participar en él. Tampoco han aparecido por allí, hasta el momento, otras figuras clásicas como el cantautor argentino León Gieco. Al final no resulta fácil cantar en contra de que una población necesitada reciba suministros de alimentos y medicinas. Al fin y al cabo, ni siquiera Fidel Castro se atrevió nunca a cerrar las fronteras de Cuba para impedir el paso de este tipo de convoys.
La rivalidad de Roger Waters y Richard Branson
Sólo Roger Waters, otro multimillonario británico progresista, se ha atrevido a hacerlo. Pero sus balas dirigidas a Branson han sido de fogueo. Primero porque con sus declaraciones ha hecho evidente que desconoce el significado real del elenco de primeras figuras latinas que va a cantar en apoyo de la entrada de ayuda humanitaria a Venezuela y luego porque, como los melómanos más veteranos saben bien, entre Waters y Branson hay una rivalidad que viene de lejos. De cuando en plena década de los 70, los artistas de la discográfica de Branson rivalizaban con Pink Floyd en la pelea por el trono del rock psicodélico. Viejas batallas de gran dureza y encono personal, cuyas heridas, probablemente, aún duelen.
Si se fijan en los artistas seleccionados verán con facilidad que, aunque muchos de ellos sean verdaderas bestias negras del antichavismo, como sucede con Alejandro Sanz, no hay entre ellos tampoco ningún sospechoso de comulgar con las políticas neoliberales de Trump y sus muchachos
Por si los lectores más jóvenes no están al tanto convendría hablar aquí un poco del origen de la fortuna del propietario de Virgin. Branson empezó a hacer dinero como propietario de una cadena de tiendas de discos de gran éxito en Gran Bretaña, con una sucursal emblemática en Londres situada en Oxford Street junto a Picadilly Circus, a la que muchos españoles y latinos acudían a adquirir las joyas del pop internacional que no se publicaban en sus países de origen. Ya fuese por impedimentos políticos, aquella venerable censura franquista, o por imperativos comerciales, porque en aquellos tiempos el rock progresivo no era demasiado popular entre las masas adictas de los países castellanoparlantes. Ni en España ni en América. El caso es que además de ser un excelente tendero ilustrado a este ejecutivo de emblemática barbita le gustaba el riesgo. Y la música.
Se la jugó y creo una discográfica, Virgin Records, para publicar una extraña obra de rock sinfónico llamada Tubular Bells que había compuesto y grabado con paciencia de amanuense un músico de sesión llamado Mike Oldfield. Un artista completamente desconocido entonces. La obra había sido rechazada por todas las grandes y pequeñas discográficas de la época. Pero Branson supo ver su potencial y se hizo de oro. Luego creo un imperio, casi una major, que le proporcionó fama y fortuna durante años gracias a su cartera de artistas, siempre de vanguardia, pero con la potencialidad comercial adecuada. Y, luego, justo antes de la hecatombe provocada por internet en la industria, se deshizo de la disquera y montó una aerolínea. Ese es Branson. Un tipo con olfato y capacidad para entender el juego de los medios de comunicación y los resultados que de verdad pueden conseguirse utilizando el poder de la música y los artistas de éxito como palanca de una potente estrategia diplomática. Justo el rival con el que no contaba Nicolás Maduro. Quizá por eso, como decíamos al principio, la estrategia de propaganda internacional del líder chavista ha quedado herida de muerte. Y eso ya es un éxito, pase lo que pase después.