Ysrrael Camero (ALN).- El abrazo entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, certificando el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos, marcó apenas el inicio de las negociaciones para conformar gobierno tras las elecciones generales del domingo, pero el escenario es mucho más hostil con este nuevo Parlamento.
Si no fue posible tener la mayoría necesaria con el Congreso electo en abril, mucho más difícil será consolidar un gobierno con un Parlamento tan disperso como el que los españoles eligieron en esta ocasión.
Los grandes partidos están atrapados en los dilemas generados por su propia estrategia política y por la amenaza de sus competidores internos. A la alianza entre PSOE y UP le faltan 21 diputados para alcanzar los 176 necesarios que permitan investir a Pedro Sánchez en una primera votación, pero incluso tendrán grandes dificultades para lograr la mayoría simple necesaria en la segunda votación.
Se puede dar por descontado el apoyo del Partido Nacionalista Vasco, espantado por el deslizamiento radical del Partido Popular y el ascenso de Vox, que llegó a plantear la ilegalización de los partidos nacionalistas. Esto implicaría el voto a favor de Bildu. Deberían sumar, sin mucha dificultad, al Bloque Nacionalista Galego, de izquierdas, así como al Partido Regionalista de Cantabria de Miguel Ángel Revilla. Podrán sumar algún escaño pero están lejos de los necesarios.
Finalmente, tendrán que establecer algún tipo de acuerdo, o bien con sectores del nacionalismo catalán o con el Partido Popular. Pero no es una posición sencilla, ya que ambos están siendo presionados por su propio electorado o por competidores que los siguen de cerca.
El crecimiento del voto independentista en Cataluña, sin alcanzar a ser la mayoría absoluta, estuvo marcado por la radicalización de posturas posterior a la sentencia del procés, y vinculado con las manifestaciones públicas realizadas como protesta. La entrada de la CUP en el Congreso es expresión de este cambio en las bases, metiendo presión sobre Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en el independentismo y sobre los sectores más radicales de Podemos, a los que la CUP considera parte del sistema.
Esta radicalización elevó el costo, y por ende las exigencias, de una ERC que había hecho varios gestos de conciliación con Sánchez. La estrategia de dividir al independentismo catalán atrayendo a ERC a una agenda centrada en la defensa del Estado de Bienestar y las políticas sociales contra la derecha se percibe excéntrica en un debate político marcado por la crispación territorial.
La convulsión en las derechas también eleva los costos para el Partido Popular. La pulverización de Ciudadanos y el ascenso de Vox presentan una amenaza para los populares, como señalamos en un artículo anterior. A Pablo Casado se le presenta una dramática encrucijada, aunque unas nuevas elecciones generales beneficiarían en bloque a los conservadores el hartazgo de la ciudadanía sería combustible para el crecimiento de Vox, como partido antisistema, lo que podría derivar en un sorpasso en las derechas.
Es un riesgo demasiado alto para el PP, que preferiría crecer desde la oposición con sus 89 diputados contra un gobierno inestable y cargado de contradicciones. Esto genera incentivos para una abstención del PP en una segunda votación, aunque la alianza del PSOE con UP tampoco se la pone fácil. En cualquier caso, el camino parece abierto para que los radicales antisistema de Vox ataquen sin piedad la decisión de los populares.
La alianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no ha dejado de generar tensiones en el mismo PSOE, donde muchos sectores desconfían del radicalismo podemita, tanto por el chantaje con que se relacionan al pragmatismo socialista como por las aprehensiones que generan en los sectores empresariales y financieros, a quienes preferirían no molestar a las puertas de una desaceleración económica global, europea y española.
Finalmente, incluso aunque Pedro Sánchez logre investirse en una segunda votación, será un gobierno endeble, presionado por sectores a su izquierda que exigirán más, presionado por Bruselas que exigirá recortes, presionado por los independentistas catalanes que exigirán autodeterminación, y sometido a los ataques de una derecha dispuesta a ir “a por ellos”. Todo esto en un ambiente donde los grandes inversionistas desconfían de todo y de todos, porque el sector empresarial, claramente conservador en un mundo que se torna más difícil, no se fía de nadie. No está fácil.