Juan Lozano (ALN).- El miércoles 1º de marzo debió ser un día memorable en Colombia: las FARC tenían que comenzar la entrega de armas. Sin embargo, en las siguientes horas no se verá una inmensa fila de 6.900 guerrilleros en 26 zonas dejando sus armas, ni habrá eventos masivos televisados. El miércoles 1º de marzo debió ser un día memorable y jubiloso en la historia de Colombia: según los acuerdos de paz firmados por el presidente Juan Manuel Santos con las FARC, después de 50 años de lucha guerrillera, ese día tenía que iniciarse una histórica dejación de las armas.
Sin embargo, lejos de provocar una oleada de optimismo y alegría entre los colombianos, en medio de cuestionamientos, polémicas, debates, dificultades logísticas, recriminaciones sobre asuntos operativos, demoras e incumplimientos tempranos, el proceso tuvo un opaco arranque.
Los colombianos, a juzgar por los resultados de las encuestas, confían muy poco en las FARC, y el presidente Juan Manuel Santos ha llegado a uno de los registros más bajos de favorabilidad nacional en décadas de mediciones.
Los colombianos confían muy poco en las FARC y en el presidente Juan Manuel Santos
La última encuesta publicada en El Tiempo el 2 de marzo revela que el 71% de los colombianos, a pesar de su Nobel, desaprueban la labor del presidente Santos, el 62% creen que las FARC no van a cumplir con lo pactado y el 49% consideran que la implementación de los acuerdos va por mal camino.
Sin embargo, en la misma mañana del 2 de marzo el general argentino Javier Pérez Aquino, jefe de observadores internacionales de la Misión de la ONU en Colombia sobre entrega de armas, en entrevistas radiales reiteró que “Naciones Unidas está feliz por el inicio de la entrega de armas” y que los contenedores para el depósito de las armas ya están en suelo colombiano, y estiman que lleguen a las zonas de concentración en los próximos días para iniciar el registro e identificación del armamento.
Pero los colombianos quieren ver las imágenes y no están disponibles. Las FARC advirtieron, desde el inicio del proceso de paz, que no entregarían sus armas al Estado colombiano por cuanto no fueron vencidas. “Aquí -explicaron en su momento- no hubo ni derrota ni rendición militar. Hubo una negociación”. Por esa razón, el término que se acuñó oficialmente fue el de la “dejación” de armas y por eso mismo, las dejan en manos de una entidad neutral en el conflicto para que las inhabilite y para que, según el propio general Pérez Aquino, “dejen de ser armas”.
Juan Manuel Santos ha librado una dura batalla por la paz en Colombia / Flickr: Eugenio Prieto Soto
Dentro de este marco de opinión pública y de limitaciones técnicas se explica que la emotiva jornada del 1º de marzo que muchos habían soñado, nunca se produjera.
Se impone un severo y paciente realismo. En las siguientes horas no se verá una inmensa fila de 6.900 guerrilleros en 26 zonas dejando sus armas, ni habrá eventos masivos televisados. Cada guerrillero irá entregando su arma, uno a uno. El proceso no estará rodeado de espectacularidad mediática. No por ello pierde su importancia. Algo significativo está ocurriendo.
Los desafíos de la paz
Los desafíos para Colombia, colectivamente, consisten, además de lograr la entrega de todas las armas de las FARC, en que otras organizaciones terroristas y narcotraficantes no ocupen los territorios que están abandonando las FARC y que no introduzcan nuevas armas para prolongar el dramático baño de sangre de la última década.
Algunos nubarrones deben ser despejados. Hay disidencias de las FARC que se resisten a desmovilizarse. Hay frentes narcotraficantes cuya infraestructura permanece intacta. Hay grupos armados denominados Bacrim, dedicados al narcotráfico y a la minería ilegal, que mantienen control territorial en algunas zonas. Hay bandas criminales extranjeras procedentes de Brasil, según han reportado en la prensa, que buscan heredar el negocio criminal de las FARC. Hay un enredado e incierto proceso de diálogo con otra sanguinaria guerrilla (ELN).
Sin acuerdo con el ELN, no habrá posibilidades de alcanzar una paz integral.
Pero hay más. El Ministerio de Defensa había confirmado que las FARC tenían varios misiles tierra-aire y no han manifestado su propósito de depositarlos en manos de la ONU. Y más grave aún: las FARC han incumplido sistemáticamente todos los plazos fijados para que devuelvan los menores reclutados de manera que puedan, todos, regresar a sus hogares. Ese, hay que recordarlo, es un crimen de lesa humanidad.
En contraste, tanto el Gobierno de Colombia como la cúpula de las FARC han confirmado su voluntad de seguir adelante con el proceso hasta lograr la desmovilización plena de las FARC, la dejación de todas las armas y la reintegración eficaz de integrantes a la sociedad colombiana.
Sin acuerdo con el ELN, no habrá posibilidades de alcanzar una paz integral
Al término de la jornada, dos episodios contradictorios aumentaron la confusión. Por una parte, el Congreso avanzó veloz en la aprobación de la creación del partido político de las FARC. Pero, por la otra, un complejo proceso de movilización cocalera contra la erradicación de cultivos ilícitos explotó en el sur del país dejando como saldo disturbios severos y bloqueos de vías principalísimas en la región de Nariño.
La síntesis es sencilla. Ni podemos afirmar que llegamos a un paraíso sin armas, ni podemos desconocer que un número muy significativo de armas serán entregadas a Naciones Unidas. Luces y sombras de un proceso que apenas comienza en un país que recorre con sobresaltos un inédito camino con la guerrilla más vieja del mundo.