Ysrrael Camero (ALN).- Estamos en la recta final para unas nuevas elecciones catalanas, prueba de fuego para la política que ha desarrollado Pedro Sánchez desde Moncloa. El retorno de Salvador Illa, ahora como cabeza de lista del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC), pretende romper con la dinámica identitaria que tanto daño ha causado a la convivencia democrática española.
La deriva independentista del catalanismo político trastornó el funcionamiento de la democracia española, tanto en Cataluña, donde dispersó el espacio que convivía dentro de Convergencia i Unió (CiU) y debilitó al Partido de los Socialistas Catalanes (PSC), como en toda España, donde fortaleció a dos organizaciones que disputan el espacio de derechas, Ciudadanos (Cs), desde una perspectiva liberal, y Vox, tradicionalista y conservador.
La respuesta política y judicial que desarrolló el gobierno de Mariano Rajoy terminó siendo un factor de fortalecimiento del independentismo. La aplicación del artículo 155 y los juicios posteriores, así como la salida de Carles Puigdemont, fueron factores que incrementaron la polarización en la sociedad catalana.
De igual manera, el Partido Popular (PP) tuvo dificultades para enfrentar la escalada del discurso identitario de los nacionalismos periféricos, lo que implicó que redujera su peso político, no solo en Cataluña, sino también en el País Vasco. Por esa razón disputa con Vox los últimos puestos en el Parlamento catalán.
El debilitamiento del PSC, sometido su electorado a una fuerte tensión entre el catalanismo y el socialismo, impactó negativamente en el PSOE, fortaleciendo a Esquerra Republicana de Catalunya (ERC).
La polarización entre catalanismo independentista y españolismo ha perjudicado la vida de los catalanes más allá del desquiciamiento de su sistema político. El domingo 14 de febrero se abre la posibilidad de que la deriva identitaria que ha caracterizado el proceso independentista catalán retroceda de manera significativa, y esa es la apuesta de Pedro Sánchez y de Salvador Illa.
Se abre la posibilidad de cambiar de rumbo
Las últimas encuestas señalan que el nuevo Parlamento catalán podría estar incluso más fragmentado que el actual. A pesar de que el PSC, encabezado por Illa, podría ser el más votado, resulta difícil la formación de un gobierno sin una política de alianzas que cruce transversalmente las fronteras que ha trazado el independentismo.
El bloque independentista se debate entre los conservadores de Junts per Catalunya (Junts) y ERC. Junts, cuya lista está encabezada por Laura Borrás, pero dirigida por Puigdemont desde Bélgica, ha incrementado su apoyo en las encuestas hasta encontrarse en empate técnico con los republicanos.
Esquerra se encuentra en una difícil encrucijada. Es Pere Aragonés, el actual presidente del gobierno catalán, la cabeza de lista, teniendo a Oriol Junqueras, preso, como líder de referencia. Su rol en Madrid, con el diputado Gabriel Rufián, ha sido clave para darle gobernabilidad a la coalición PSOE-Unidas Podemos, a cambio del establecimiento de una mesa de negociación con Moncloa. Pero esa política de acercamiento al nuevo Ejecutivo español le ha traído críticas.
Aragonés ha realizado una campaña desmintiendo la posibilidad de un pacto con PSC y los Comunes, para formar un tripartito de izquierdas, lo que rompería el bloque independentista. Esto lo ha hecho como respuesta a Junts, que acusa a Aragonés de estar dispuesto a renunciar a la independencia para gobernar con el apoyo de Illa. Para recalcar su diferencia, el líder de ERC ha acusado al PSC de pretender instalar en la Generalitat una sucursal de Moncloa.
El sondeo más reciente, realizado por Sociométrica para el 8 de febrero, le otorga 21% de los votos al PSC, casi en empate técnico con Junts, con 20,4% y ERC con 19,1%. Todas las encuestadoras otorgan el primer lugar en votación al PSC, aunque esto no sea directamente trasladable al número de escaños, dado que el voto urbano, por ejemplo, de Barcelona y Tarragona, donde los socialistas tienen mayor fuerza, pesa menos que el voto del interior, donde el independentismo es más fuerte.
En el PSC saben que no es suficiente ser la organización más votada, ni la primera fracción en el Parlamento, cosa que ya obtuvo Inés Arrimadas con Ciudadanos en 2017, sino que se necesita capacidad para pactar. Salvador Illa ha sido claro al respecto, su campaña se ha centrado en dejar atrás el proceso independentista, retornar al Estatut y atender los problemas de los catalanes, abriendo paso a un Ejecutivo progresista que avance sobre un programa común. Esta estrategia pretende, primero, asegurar el voto socialista; segundo, captar votantes de ERC y de los Comunes; y en tercer lugar, captar la mayor parte de los votantes que obtuvo Cs en 2017.
La disputa por la relevancia política
El derrumbe de Ciudadanos será la otra gran noticia de estas elecciones. Luego de obtener más de un millón de votos y 36 escaños, el partido naranja no tuvo capacidad de formar gobierno. Cuatro años después parece avecinarse un desplome electoral por debajo del 10% de los votos. Los partidos políticos no independentistas se disputan el electorado que Ciudadanos ha perdido.
Catalunya en Comú-Podem, o los Comunes, la sucursal catalana de Podemos, también enfrenta problemas. Atrapados entre el crecimiento del PSC, que recupera a sus votantes, y de ERC, que mantiene su perfil de izquierda dentro del independentismo, lucen desdibujados, superando apenas 7% en las encuestas.
Esa posibilidad de dejar de ser relevantes para la gobernabilidad de Cataluña, es parte de la explicación de las polémicas intervenciones de Pablo Iglesias, al equiparar a Puigdemont con los exiliados republicanos y al decir que no habría normalidad democrática en España mientras hubiera líderes independentistas presos.
En las derechas hay otra disputa trascendental. Como efecto colateral de su política el Partido Popular tiene años retrocediendo en Cataluña. Al mismo tiempo, la escalada identitaria impulsada por los sectores radicales del catalanismo independentista ha impulsado una reacción españolista, que no ha potenciado al PP sino a Vox.
Ninguno de los dos alcanza el 8% en intención de voto, pero el hecho de que Vox supere al PP perjudicaría el perfil que Pablo Casado quiere imprimirle a los populares. Por otra parte, una entrada de Vox en el Parlamento catalán haría aún más difícil la construcción de una alianza transversal.
Con un Parlamento fragmentado, como el que podría generarse después de las elecciones, no se podrá formar un gobierno sin pactos amplios. Si el independentismo no obtiene la mayoría se abre una posibilidad de un acuerdo transversal que deje atrás la polarización inducida durante los últimos años. Los catalanes tienen el futuro en sus manos.