Pedro Benítez (ALN).- La llegada de Luis Ignacio Lula da Silva a la Presidencia de Brasil ha despertado una importante expectativa sobre el liderazgo regional que pueda ejercer en los próximos cuatro años, por aquello de que “a donde se incline Brasil se inclinará el resto de América Latina”. Pero en particular (esto es más interesante) por su influencia sobre esa gran familia política que se autodenomina como de izquierda, que hoy ha alcanzado, al menos en el papel, una presencia al frente de los gobiernos latinoamericanos como nunca antes había tenido.
No obstante, al mismo tiempo, esa familia manifiesta de entrada unas divergencias explicables en trayectorias personales, realidades nacionales y visiones distintas. Para decirlo rápidamente, Andrés Manuel López Obrador, por ejemplo, nunca será para Gabriel Boric lo que fue Hugo Chávez para Rafael Correa.
Porque Boric y su generación se ven (o al menos eso creen) en la socialdemocracia europea; no en Evo Morales, no en Pedro Castillo, no en López Obrador. Demasiados conservadores en lo social y anticuados en sus maneras. Menos Cuba, Nicaragua y Venezuela. Esas son referencias que no tienen nada que decirle a una sociedad como la chilena que, pese a todo lo se le critique, hace rato tiene un pie en el primer mundo.
No abundan los petrodólares
Se nota mucho que los gobiernos de Boric y Gustavo Petro sienten una fuerte tentación por dejar que la ideología prive sobre el pragmatismo económico, pero en su accionar los dos se parecen más al Frente Amplio uruguayo de Tabaré Vázquez y Pepe Mujica que al kirchnerismo peronista.
En cambio Correa y Evo Morales sí pretendieron emular, y bastante avanzaron en ese propósito, el proceso constituyente de poder total del chavismo. Reemplazar al antiguo régimen por una nueva hegemonía política, pero sin balas.
No es que en sus respectivas coaliciones no existan los radicales que deseen hacer lo mismo; Daniel Jadue en Chile y Vladimir Cerrón en Perú sueñan con eso. No obstante, es de perogrullo observar que las circunstancias de 2022 son muy distintas a las de 2002.
En esta ocasión no abundan los petrodólares que hace dos décadas hicieron más cómoda la convivencia regional. Pero también, porque las viejas disputas nacionales entre vecinos siempre pesan; los miles de kilómetros entre Venezuela y Argentina fueron suficientes para facilitar la buena relación que en su día sostuvieron Chávez y la pareja Kirchner.
Encuentro entre Maduro y Petro
En ese sentido resultó revelador el calculado primer encuentro presidencial entre Petro y Nicolás Maduro entre los que, se supone, habría cierta afinidad ideológica. Por el contrario, estuvo muy lejos de la efusividad del sorpresivo acercamiento protagonizado por Juan Manuel Santos y Hugo Chávez. El ex ministro de la Defensa de, nada más y nada menos, Álvaro Uribe y representante por los cuatro costados de la “oligarquía” colombiana pasó a ser de la noche a la mañana el “nuevo mejor amigo” del gobierno venezolano.
La reivindicación que Petro hizo de la democracia liberal frente a Maduro, y toda su plana mayor, en el palacio de Miraflores, dejó a la vista un cortocircuito que los exabruptos del embajador colombiano en Caracas Armado Benedetti no logran disimular.
Otro hecho revelador: la elección el pasado domingo del ex gobernador del Banco Central de Brasil Ilan Goldfajn como nuevo presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Candidato del saliente Jaír Bolsonaro, Goldfajn contó con la bendición del presidente electo Lula y con los votos de Argentina, Estados Unidos y Canadá. Su selección cayó muy mal en el gobierno mexicano que no pudo armar un bloque con sus pares de izquierda para asegurar la elección de su candidata, la ex secretaria ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena.
Negativa de Bolsonaro a la victoria de Lula
Con abierta amargura López Obrador manifestó en su matutina conferencia de prensa del día siguiente que: “No hay un cambio en la elección del director del BID, es más de lo mismo, es lo que se ha venido aplicando durante todo el periodo neoliberal, se ponen de acuerdo con el visto bueno de Estados Unidos y así eligen”. Algo bastante incoherente de su parte, tomando en cuenta que durante los dos años que su mandato coincidió con él el ex presidente Donald Trump en la Casa Blanca aceptó todo lo que éste le pidió en materia migratoria.
En cualquier caso, la cuestión es que Chile, Argentina y México no lograron ponerse de acuerdo a fin de controlar un importante organismo multilateral en lo que El País de España calificó como de un “fracaso” de los gobiernos de izquierda de la región.
Por el contrario, resulta significativo que en medio de la negativa de Bolsonaro a admitir la victoria de Lula en las pasadas elecciones presidenciales, la clase política de ese país ponga de lado sus diferencias para asegurar que un brasileño esté al frente del BID.
Inicialmente el PT, por medio del ex ministro Guido Mantega, había manifestado su desacuerdo con la maniobra de Bolsonaro, pero luego se volvió a imponer el sector pro empresarial de la coalición de Lula que encabeza su vicepresidente Geraldo Alckmin, quién rápidamente felicitó a Goldfajn en nombre de los dos. Esta es una típica maniobra del reelecto presidente brasileño.
Las críticas de Boric
Y a lo anterior hay que agregar, los reproches que por medio de su cuenta de Twitter le lanzó el ex presidente boliviano Evo Morales a Boric por, a su vez, denunciar la farsa electoral mediante la cual el pasado 6 de noviembre Daniel Ortega se declaró vencedor en los 153 municipios que tiene Nicaragua.
Mientras que para el joven mandatario chileno: “Un proceso electoral que se realiza (en Nicaragua) sin libertad, sin justicia electoral confiable y con todos los opositores presos o proscritos, no es democracia en ninguna parte del mundo”, Evo Morales le responde con el manoseado recurso de atribuir todo a la CIA.
De Dora María Téllez, una histórica del sandinismo y símbolo viviente de la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza, hoy presa política de su ex compañero Ortega, muy pocos se acuerdan ante el silencio de la izquierda mundial.
De modo que no estamos al frente de una Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas latinoamericanas por la sencilla razón de que nunca ha existido una gran patria socialista de pueblos proletarios en ninguna parte del mundo. Tito se le rebeló a Stalin y luego Mao Zedong se enfrentó a Nikita Kruschev y hasta al borde la guerra estuvieron las dos potencias comunistas.
La explicación que una vez dio Teodoro Petkoff
Esas diferencias, que existieron hace 20 años en Latinoamérica, fueron bien explicadas por Teodoro Petkoff en su libro de 2005 La dos izquierdas. Una izquierda vegetariana y otra carnívora. Una “viable”, la de Lula, y otra borbónica. Sin embargo, entre las dos hubo una simbiosis, porque no podemos pasar por alto la relación de complicidad de Lula con Chávez y los Kirchner, donde por varios años jugaron la conocida estratagema del policía bueno y el policía malo, mientras se amparaban negocios mutuos.
Y todavía está muy reciente la cínica comparación que el reelecto presidente brasileño hizo entre la ex canciller alemana Ángela Merkel y Daniel Ortega para justificar la permanencia de éste en el poder.
No obstante, fuera de Brasil a la Lula se le han pasado por alto esas, entre otras, inconsecuencias, y se sigue esperando que sea el puente entre todas esas izquierdas, más o menos como lo fue en sus dos primeros gobiernos.
Así, por ejemplo, el expresidente de Diálogo Interamericano Michael Shifter cree que es: “El único líder que tiene la capacidad de unir a la región en desafíos comunes (…) Aunque los otros gobiernos quieran, no tienen el peso de Brasil ni la experiencia del presidente electo en la década del 2000”.
Lula: ¿Tiempo y disposición?
Pero por ahora lo único en lo que sí coinciden todas es en un adversario común: eso que para simplificar se denomina como la derecha. Un sector que ha mostrado su lado peligroso con Bolsonaro, pero también un inesperado apoyo popular que lo coloca a la vuelta de la esquina para volver por los votos al poder.
Ese es hoy el enemigo. No, como lo fue en el pasado, Estados Unidos. No mientras esté Joe Biden en la Casa Blanca con quien comparten buena parte de la agenda.
Los Estados Unidos de George W Bush, con sus invasiones a Afganistán e Irak, unieron a aquella izquierda. Paradójicamente, Biden la divide.
Esta nueva derecha latinoamericana ya detectó que puede llegar a los gobiernos no por los golpes militares de otras épocas sino por los votos de la creciente clase media. Le es suficiente con indicarle a su base electoral para que miren hacia Nicaragua, Cuba y Venezuela. Boric y Petro ya identificaron el problema, por eso dicen lo que dicen.
Veremos si Lula tiene el tiempo, la disposición y la capacidad de liderar una ola que ya muestra sus fisuras.