Pedro Benítez (ALN).- El presidente Gustavo Petro y el ex presidente Álvaro Uribe han decidido llevar su relación política y personal con guantes sedas, algo que de haberse pronosticado unos meses atrás hubiera parecido ciencia ficción.
Menos de 24 horas después de una serie de movilizaciones en Cali, Bogotá, Medellín y Barranquilla, convocadas principalmente por el uribismo, para protestar contra las reformas que impulsa el Gobierno de Petro, el presidente colombiano y su ministro del Interior Alfonso Prada recibieron en el Palacio de Nariño a Uribe y a los congresistas de su partido, el Centro Democrático, Miguel Uribe y Óscar Pérez.
La jornada de protestas, cuyas dimensiones sorprendieron a los propios organizadores, fue convocada para manifestarse en contra de las reformas tributarias, del sistema privado de pensiones y de salud. Estos temas, junto con los eventuales procesos de paz con el ELN y las disidencias de las FARC, así como las relaciones con Venezuela, son los caballos de batalla de la ambiciosa agenda de Petro y los puntos de fricción con la oposición que desde ya pretende encabezar un uribismo que, por lo visto, ha logrado regresar a las calles.
Pero antes que unos envalentonados opositores escalaran en su tono, Uribe los atajó en las declaraciones que dio a la salida de la reunión con el Presidente:
“Nosotros queremos contribuir para que se entienda el gobierno del presidente Petro como un gobierno de democracia social, no un gobierno que se pudiera catalogar de fracaso del socialismo del siglo XXI, pero también queremos que nos entiendan, que dejen ese cuento de la ultraderecha (…) a nosotros nos interesa profundamente que este país supere problemas sociales, lo que pensamos es que la mejor fuente de superación de problemas sociales es una economía creciendo permanentemente…”
«Dialogar es de humanos»
Para que no quedara duda de la imagen de oposición constructiva que quiere transmitir, agregó: “No queremos que al Gobierno del presidente Petro lo estigmaticen de neo comunismo, ni que a nosotros nos estigmaticen de ultraderecha enemiga del avance social”.
Como cierre de unas declaraciones que, dado los antecedentes, para muchos pueden parecer sorprendentes, se permitió advertir sobre los riesgos que para Colombia implicaría seguir el camino de “la polarización destructiva” que han tomado otros países de Latinoamérica.
Por su parte Petro fue más escueto y se limitó a colocar un mensaje en su cuenta de Twitter a propósito de la reunión: “Sin problemas dialogamos. Dialogar es de humanos. Dialogar construye civilizaciones”.
El hombre que capitalizó el anti-uribismo
Petro y Uribe no le hablaron a sus adversarios. Para cada uno la reunión tiene un costo político entre sus más radicales, pero también más fervientes seguidores, que ven al líder del otro sector como la encarnación del mal absoluto. Sin embargo, al parecer tanto Petro como Uribe han concluido que lo que más conviene es que los dos lleven una relación civilizada y cordial, alejada (aunque nunca olvidada) de las agrias relaciones del pasado reciente.
Gustavo Petro se encumbró como el líder de la izquierda colombiana, y capitalizó el anti-uribismo a su favor, acusando al ex presidente de ser el jefe del paramilitarismo y lo enfrentó personalmente en las bancas del Senado de Colombia. Por su lado, Uribe en más de una ocasión se dejó arrastrar por su conocido temperamento atacando dialécticamente a su entonces colega parlamentario llamándolo “sicario”.
En 2018 Petro estuvo cerca de ganar las elecciones presidenciales en su segundo intento cuando un Uribe acorralado por los juicios en su contra se sacó de la manga la candidatura de Iván Duque. Cuatro años después su persistencia y las circunstancias le abrieron el camino a la Presidencia. De modo que estamos hablando de una pelea política que lleva muchos años; aunque hoy Uribe tiene, por lo visto, mejores relaciones con Petro de las que ha tenido (y tiene) con su ex ministro de la Defensa y sucesor, Juan Manuel Santos.
La declaración de Petro que causó sorpresa
A inicios de este año Petro le lanzó el primer puente cuando declaró, para sorpresa de propios y extraños, que en su eventual Gobierno no perseguiría a Uribe ni a su familia. Tácticamente fue desarmando al siempre activo ex mandatario. Luego de la elección presidencial del 19 de junio dio la segunda sorpresa cuando se reunió por primera vez con Uribe en un encuentro caracterizado por el respeto mutuo. El ex militante del M-19 resultó ser magnánimo en la victoria.
Petro tiene en estos momentos el poder político de Colombia en sus manos gracias a la alianza que ha armado en el Congreso con conservadores, liberales y el Partido de la U que han sumado sus votos al Pacto Histórico. Por su parte el Centro de Democrático de Uribe ha quedado relegado al quinto lugar en el voto parlamentario; por lo tanto el ex mandatario no tiene muchas opciones para negarse a la rama de olivo que le ofrece el Presidente. Por supuesto, no faltará quien diga que en dos años Petro podrá nombrar a “su” Fiscal, algo que es posible que Uribe, con sus procesos judiciales abiertos, tenga muy presente.
Pero más allá de eso, hay una pista en el motivo de fondo de estas relaciones que el propio Petro asomó en la primera entrevista que dio a los medios luego de su victoria electoral. Allí recordó que casi la mitad de Colombia, “la andina y de clase media” votó en su contra. Recordemos que en la segunda vuelta un candidato bastante malo acumuló el 47% de los sufragios.
Lo que sabe Petro
Petro sabe que no puede gobernar contra la mitad del país. Sin embargo, heredó el mismo problema que tenía el ex presidente Duque: las cuentas fiscales no le cierran. Al igual que Duque quiere subir impuestos, reducir el subsidio a la gasolina y al igual que Duque eso es lo que ha activado la protesta en la calle. Afortunadamente en esta ocasión ha sido pacífica y sin represión.
Pero tiene el clásico problema de satisfacer las expectativas que ha creado versus las realidades. Sus políticas ecológicas lucen demasiado ideológicas e inviables para Colombia y su intento de reformar los fondos privados de pensiones le creará lógica resistencias de buena parte de la población que tiene sus ahorros allí.
No obstante, cuenta a su favor con la circunstancia de una clase política tradicional que, empezado por el ex presidente Santos y ahora Uribe, parece haberse convencido que es más barato para todos dejar a la izquierda gobernar Colombia, no empujarlo hacia la radicalización y en cuatro años se verá.