Pedro Benítez (ALN).- El nuevo presidente de Perú, Pedro Castillo, solo necesitó 24 horas para crear su primera crisis política. A esta hora la duda entre los medios políticos y de comunicación peruanos es si sus primeros pasos como gobernante son errores productos de su evidente inexperiencia en estas lides, o es parte de una deliberada estrategia diseñada e impulsada por Vladimir Cerrón, jefe su partido y a quien propios y extraños señalan como la mano que mece la cuna.
Entre la primera vuelta de la reciente elección presidencial peruana del pasado 11 de abril hasta la segunda del 6 de junio su discurso como candidato se orientó hacia la moderación. En el transcurso de esas semanas su principal promesa consistió en no cumplir nada de lo que ofreció en la campaña de la primera vuelta. Seguir siendo el candidato de izquierda radical que prometía nacionalizar la minería, poner patas arriba la economía, y cerrar el Congreso y el Tribunal Constitucional, solo espantaría votos favoreciendo a Keiko Fujimori.
Dio a entender que su oferta estrella, convocar una Asamblea Nacional Constituyente, tal vez no iría, y que el jefe de su partido Perú Libre, Vladimir Cerrón, un marxista amigo de los regímenes de Cuba y Venezuela, no cumpliría papel alguno a su gobierno. Disimuló su discurso ultra conservador en lo social, y para calmar a los empresarios privados presentó como su asesor económico y futuro ministro de Finanzas a Pedro Francke, un profesional del área hasta entonces cercano a la ex candidata de centro izquierda Verónika Mendoza, quien ofreció una “economía de mercado popular” sin “expropiaciones, confiscaciones de ahorros, controles de cambios, controles de precios o prohibición de importaciones” y con respeto a la autonomía del Banco Central. Francke llegó a decir que Castillo sería un Lula da Silva o un Pepe Mujica y no un Hugo Chávez.
Por lo tanto, la operación electoral Castillo consistió en efectuar la jugada clásica de moverse hacia el centro buscando el apoyo de la izquierda moderada (caviar) y del antifujimorismo. Las cuestionables credenciales democráticas de su rival hicieron el resto.
Así fue como se impuso por un estrechisimo margen el voto de confianza y «el vamos a darle una oportunidad a la izquierda». Después de todo, el partido de Castillo y Cerrón solo obtuvo 37 de las 130 bancas del nuevo Congreso peruano. Para gobernar no tendría (era de suponer) más opción que negociar.
Sin embargo, el novel presidente echó por tierra todos estos buenos deseos e ilusiones el primer día de su mandato. En su discurso inaugural volvió a poner sobre la mesa el tema de convocar una Constituyente, aunque para eso tiene que reformar una norma constitucional y necesita del Congreso. Pero además, dando una muestra de estilo que le quiere imprimir a su gestión prometió “la deportación en 72 horas de extranjeros delincuentes” y el servicio militar obligatorio para “los jóvenes que no estén estudiando ni trabajando”.
La reacción inicial de la mayoría de los políticos y opinadores peruanos ante esos anuncios si bien fue negativa, quedó, no obstante, matizada por la incredulidad. A fin de cuentas nada de eso podría hacerlo en los hechos.
Pero el siguiente golpe (contra la realidad) lo dio Castillo pocas horas después al designar a Guido Bellido como presidente del Consejo de Ministros.
Este fue el paso que encendió todas las alarmas, porque resulta ser que el nuevo jefe de Gobierno tiene una investigación judicial abierta por apología al terrorismo de Sendero Luminoso, y, de paso, es conocido por sus abiertas, y escandalosas, expresiones misóginas y homofóbicas (esto último citando una famosa frase de Fidel Castro) en su cuenta de Twitter. Es decir, un stalinista de la vieja escuela.
Como si lo anterior no fuera suficiente, el señor Bellido es considerado, según los entendidos de la política peruana, un hombre de Vladimir Cerrón, quien desde el mismo día de la toma de posesión de Pedro Castillo ha estado muy activo y cercano a las decisiones del presidente.
Así, la designación de Bellido fue tomada como una provocación hasta por los mismos aliados de izquierda, incluyendo el diario La República de Lima, conocido por su inclinación política hacia ese sector político y duro crítico del fujimorismo, incluso por ministros en ciernes como Francke.
Inmediatamente comenzaron las cuentas para ver cuál sería la reacción del Congreso, ampliamente dominado por la oposición a Castillo, y en medio de un rápido deterioro económico. Por primera vez en tres décadas los peruanos amanecen todos los días pendientes del precio del dólar que ya rompió la barrera psicológica de los cuatro soles.
Constitucionalmente el Congreso peruano puede censurar hasta en dos ocasiones al presidente del Consejo de Ministros. Pero eso le permitiría al Presidente disolver a su vez al Congreso y convocar nuevas elecciones parlamentarias.
Puede que Castillo, y/o Cerrón, estén forzando una crisis en busca de unas nuevas elecciones que les otorguen la mayoría en el Congreso y de allí el camino hacia la Constituyente, que es el objetivo central de su estrategia.
Pero eso los parlamentarios recién elegidos lo saben, razón por la cual se inclinarían por otra opción constitucional: declarar la vacancia del Presidente, alegando “incapacidad moral permanente”. Para eso se necesitan 87 votos. Esos votos los están buscando en estos momentos, por decir lo menos. Es muy posible que ya los tengan.
Con el precedente de tres ex presidentes a los que cesaron en cinco años, de manera bastante cuestionable, pero usando ese dispositivo constitucional, los jefes políticos peruanos solo necesitan el motivo y la oportunidad. Pero ocurre que optar por vacar al presidente, y luego con bastante probabilidad a su vicepresidenta (Dina Boluarte), es ir a nuevas elecciones generales. Muerte súbita de los dos poderes recién elegidos.
Mientras deciden qué camino tomar pueden ir votando mociones de censura contra los ministros individualmente, apostando a los errores que vaya cometiendo el nuevo gobierno. Una estrategia de desgaste contra Castillo, similar a la que la mayoría fujimorista le aplicó al ex presidente Pedro Pablo Kuczynski hace cinco años, solo que ahora en un ambiente de mayor polarización política.
De modo que si Castillo y Cerrón tienen su estrategia, los rusos (sus adversarios) también juegan. Sin embargo, el principal aliado de los dos puede surgir de la derecha autoritaria que habita en esa misma oposición. Esa pelea la va a perder el primero que salga de la Constitución.
Este es el conflicto político se desarrollará en Perú en las próximas semanas. Un nuevo choque de trenes entre poderes públicos, en una crisis que parece una interminable serie de televisión a la que los libretistas van agregando nuevos capítulos de suspenso.