Pedro Benítez (ALN).- A los que declaran muertos son los que más viven. Los procesos electorales en Argentina nunca son aburridos, pero el que se encuentra actualmente en desarrollo es una auténtica montaña rusa de emociones. A lo largo de este año las expectativas creadas en torno a la creciente popularidad del controversial economista anarcocapitalista Javier Milei parecían irse desinflando.
En ese país las provincias tienen la potestad de convocar sus elecciones para elegir gobernadores y legisladores provinciales en fechas distintas a la nacionales y unas de otras; en las efectuadas en los últimos meses los candidatos del partido de Milei, La Libertad Avanza, habían sido vapuleados uno tras otro quedando, en el mejor de los casos, en un lejano tercer lugar, mientras que la improvisación y la desorganización de ese espacio político se hacían evidentes.
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Todo parecía indicar que el aspirante presidencial antisistema, no podría superar el aparato organizativo de las dos grandes coaliciones del país austral, el peronista Frente de Todos, rebautizado en esta ocasión como Unión por la Patria de la vicepresidenta Cristina Kirchner, y Juntos por el Cambio (JxC), que agrupa al PRO del expresidente Mauricio Macri, la centenaria UCR del expresidente Raúl Alfonsín, la Coalición Cívica y disidentes peronistas.
No obstante, y contra el pronóstico previo de las encuestas, en las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) del 13 de agosto, Milei, como único precandidato de su grupo, alcanzó el inesperado 30% que lo ha ubicado en el centro de la lucha por el poder en ese país.
Milei y Massa, como presagiaban las encuestas
Cómodamente por encima de la exministra Patricia Bullrich (16.8%) y del actual jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires Horacio Rodríguez Larreta (11%) que disputaban la candidatura de JxC. Pero también de Sergio Massa, ministro de Economía del presidente Alberto Fernández, que con el 21% de los sufragios se impuso en la interna del peronismo gobernante al filochavista Juan Grabois.
La primera impresión de ese resultado, tomando en cuenta la cada vez más grave crisis económica argentina, no presagiaba nada bueno para el peronismo que, tras perder una tras otra provincia, se encontraba en el peor momento de su historia electoral, con riesgo de quedar de tercero y fuera de la hipotética segunda vuelta. Su catástrofe electoral se veía en el horizonte.
Pero las encuestas, de cara a la primera vuelta del 22 de octubre, señalaban que la disputa presidencial sería Milei y Massa. La agria pelea durante la precampaña entre Bullrich y Rodríguez Larreta, más la floja campaña de la primera como candidata de JxC, estaba liquidando sus opciones. Incluso, no faltó algún pronóstico que le diera al aspirante libertario la opción de imponerse en esa primera instancia. Según la norma constitucional argentina se declarará presidente electo en primera vuelta al que alcance el 45 % de los votos, o que superando el 40 % le saque una diferencia de 10% al segundo.
Massa venció las expectativas
Es lo que parecía lógico. Pero si la política en todas partes desafía el sentido común, en Argentina se encuentra en otro nivel.
Sergio Massa no solo se coló en esa primera vuelta, además la ganó con el 36.6%, superando en más de cuatro millones de votos lo que había obtenido en las PASO y haciendo posible lo que hace unos días parecía impensable: ganar la elección presidencial. Una hazaña si se toma en cuenta que, desde hace un año, cuando asumió la cartera de Economía del gobierno de Fernández, la inflación, el precio del dólar y la pobreza no han parado subir, así como tampoco los escándalos de corrupción propios de la estructura del poder del kirchnerismo peronista, de cual él es parte.
¿Cómo lo ha logrado? Massa ha vencido las expectativas, pero si se consideran los números fríos su victoria en la primera vuelta es el peor resultado que ha obtenido cualquier candidato peronista desde la primera elección de Juan Domingo Perón en 1946. Si se ve la película completa y no solo la foto del resultado del pasado 22 de octubre, se apreciará que el peronismo se encuentra en un lento declinar del favor popular, retrocediendo en casi toda la Argentina.
Sin embargo, eso no niega la potencia electoral del peronismo y la retorcida habilidad de Massa.
Ventajismo electoral
Su base electoral son los 15 millones de argentinos que dependen del presupuesto público, muchos de los cuales sin esa asistencia no podrían comer. Es el 36% de la población. En 2006 esa proporción no llegaba al 20%. Bajo Néstor y Cristina Kirchner se triplicó el número de empleados públicos, así como los contratados y otros prestadores de servicios, más los jubilados y beneficiarios de planes sociales.
Hacia ese sector de la población ha dirigido Massa su campaña y sin ningún pudor está usado su cargo de ministro de Economía a fin de mover el mastodóntico Estado argentino en favor de su aspiración presidencial. En las últimas semanas ha efectuado una operación quirúrgica asignando subsidios directos a los electores más afectados por el incendio inflacionario que su propio gobierno está alimentado.
Massa, incluso, se la ha arreglado para conseguir del gobierno de China la ampliación del swap por 47 mil millones de yuanes (6.500 millones de dólares) de libre disponibilidad. Algo que a Nicolás Maduro no le dieron en su reciente visita a la gran potencia de Oriente.
La clientelización de la pobreza en Argentina
En resumidas cuentas, es la misma estrategia de la pareja Kirchner de montarse en la masiva clientelización (sic) de la pobreza. Subir impuestos al sector privado, incrementar el endeudamiento y emitir moneda sin respaldo han sido los ineludibles instrumentos que se han usado para financiar esa demencial política de gasto público. Se genera pobreza y luego dependencia.
Una estrategia económicamente ruinosa (y muy corrupta) pero políticamente eficaz. De hecho, la votación más alta de Massa se ha dado en las zonas más golpeadas por la crisis; el conurbano bonaerense y las empobrecidas provincias del norte, tradicionales bastiones peronistas. Esa es la trampa en la que está metida la Argentina.
Sin embargo, a Massa no le ha faltado profesionalismo en su campaña que, en un ejercicio de prestidigitación, intenta esconder a Alberto Fernández, a Cristina Kirchner y al kirchnerismo. Alejarse de la Venezuela chavista y de La Cámpora, la más radical organización oficialista.
Con el mismo grupo de asesores brasileños que manejaron la campaña electoral de Lula de Silva el año pasado presenta esta como un enfrentamiento entre democracia y fascismo. Pintando, como no podría ser de otra manera, a su contrincante como un potencial dictador. Es decir, está repitiendo, calcada, la campaña nacional e internacional contra Jair Bolsonaro. Es una estrategia continental. Hasta el papá Bergoglio, con alguna factura pendiente por cobrar, esta metiendo la mano contra el candidato libertario.
Los errores de principiante de Milei
Por su parte, y en clara diferencia con la experticia de Massa, Milei y su grupo han ido cometiendo los errores no forzados típicos de los principiantes en estas lides. Los agravios personales contra los representantes más connotados de “la casta”, que tanto espacio le abrieron en las redes sociales y los medios convencionales, ahora le pasan factura, pues necesita el apoyo de parte de esa misma casta para ganar la elección presidencial…y luego para gobernar. Pero eso será otra historia, si es que ocurre.
El 30% que logró en la primera vuelta son apenas 500 mil sufragios más que en las PASO. En ese sentido, el 23% de Patricia Bullrich y JxC son decisivos.
Pero desde el día que ganó aquellas primarias, él y su grupo se dejaron envolver por la embriagadora sensación de victoria y, con el convencimiento de que “Argentina había cambiado”, se dedicaron a atacar visceralmente a los dirigentes de JxC, con la única excepción de Mauricio Macri. A Bullrich la quiso demoler al retratarla como una “montonera tirabombas”. Los radicales (UCR), a los trató de “basuras”, todavía tienen frescas sus burlas hacia Raúl Alfonsín. Como si no hubiera un mañana donde tuviera que pedirles el voto. Massa, por el contrario, capturó una importante porción de los apoyos que acompañaron a Rodríguez Larreta en provincias con gobernadores de la UCR.
Massa está edificando su propia jefatura
Como lo acaba de recordar Martín Rodríguez Yebra en su columna de La Nación, Milei no siguió el ejemplo del mítico técnico Carlos Salvador Bilardo, que en 1986 no celebró el inolvidable segundo gol de Maradona en el Estadio Azteca, porque el juego no se gana hasta que se gana.
Pero por una de esas paradojas de la política, la principal aliada de Milei puede terminar siendo la también polémica (pero por otros motivos) Cristina Kirchner, pues es la principal interesada en que Massa no sea presidente. Correctamente se da cuenta que también se está jugando el liderazgo del peronismo y Massa, que no es Alberto Fernández, y que en 2015 la traicionó, está edificando su propia jefatura. Ve en él a un nuevo Carlos Menem o un Néstor Kirchner. Un aspirante al trono de Perón que ella ha venido ocupando.
Consciente de que será el próximo gobierno el que tenga que lidiar con la mega crisis que le entregaran en herencia, prefiere que los platos rotos los pague Milei para que en cuatro años sean sus acólitos los que retornen con la bandera de la justicia social a la Casa Rosada. Esa es su apuesta.
Probablemente sea esa la razón por la cual, no conforme con el papel que le han asignado en estos días, en una entrevista con el ex presidente de Ecuador, Rafael Correa, y que el canal ruso RT ha difundido esta semana, dejó caer que: “Ahora algunos quieren que desaparezca el kirchnerismo”.
Como se podrá apreciar, la política la patentó el diablo y tú enemigo puede terminar siendo tú mejor aliado.