Sergio Dahbar (ALN).- El psicoanalista junguiano Luigi Zoja arroja claves para entender cómo ha evolucionado la figura del padre. E ilumina el sendero de dos libros valientes: ‘El salto de papá’, del argentino Martín Sivak, y ‘La distancia que nos separa’, del peruano Renato Cisneros. Ambos escriben sobre sus propios padres.
El psicoanalista junguiano Luigi Zoja, autor de El gesto de Héctor, poderoso estudio sobre la figura del padre en la mitología griega y sus derivaciones simbólicas contemporáneas, publicado en 2000 y ahora reeditado por Taurus, reconoce -junto a Sigmund Freud– que el mito es un sueño soñado por toda la humanidad. Del estudio de los mitos clásicos, asegura, “surgen las claves de cómo somos y cómo aprendemos a ser”.
Cuando le preguntan a Zoja cómo debe ser un buen padre, este italiano nacido en Varese en 1943 sonríe con gracia y recuerda a Donald Winnicott. Es preferible un padre suficientemente bueno que uno perfecto. Los segundos “condenan a sus hijos al psicoanálisis”. De todas maneras las leyes romanas ya lo aclaraban: Pater semper incertus”.
Muchos años después, al leer dos éxitos editoriales de Seix Barral, El salto de papá, de Martín Sivak, y La distancia que nos separa, de Renato Cisneros, que crecen como necesidades vitales de los autores de comprender al padre que les tocó, el lector siente que la paternidad es una incertidumbre frente a la certeza instintiva de la madre.
Martín Sivak tenía 15 años el 5 de diciembre de 1990, cuando un grupo de obreros, que trabajaba en la construcción de un hotel en Buenos Aires, vio cómo Jorge Sivak se lanzaba al vacío sin poder evitarlo
Ambos libros poseen un rasgo común: no se pueden dejar de leer una vez que uno descubre la primera línea. Tienen algo más de 300 páginas. Y al leerlos resulta imposible no sentir la necesidad de pensar en la relación que tuvimos con nuestro propio padre. Las páginas atrapan como la mejor novela, y al final uno siente una enorme admiración por el coraje de dos hijos que han atravesado el dolor y la devastación para hundir el oficio en la memoria más adversa y salir con dos historias universales.
Martín Sivak tenía 15 años el 5 de diciembre de 1990, cuando un grupo de obreros, que trabajaba en la construcción de un hotel en Buenos Aires, vio cómo Jorge Sivak se lanzaba al vacío sin poder evitarlo. Era un banquero comunista, un hombre dado a los negocios más estrafalarios, que no toleró la quiebra de su empresa y se suicidó.
Un cuarto de siglo más tarde, finalmente su hijo Martín Sivak, sociólogo, historiador y periodista, editor profesional y autor de una biografía de Evo Morales que ha sido traducida a varios idiomas, logró cerrar el libro donde ajusta cuentas con la muerte de su padre.
El suicidio de Jorge Sivak, guerrillero urbano, preso político de la dictadura, defensor de compañeros encarcelados y miembro del partido comunista, parece escapado de una ficción enfebrecida. Perdió el habano que le regaló el Che Guevara. Quiso pelear en la Bolivia de René Barrientos. Y siempre persiguió negocios imposibles.
En 1985 secuestraron a su hermano Osvaldo. Y Jorge Sivak tuvo que hacerse cargo del negocio familiar que había construido su padre, con los fondos secretos del partido comunista. Un banco. Así se convirtió en el banquero comunista que nunca quiso ser.
Y su hijo, Martín Sivak, debe enfrentar un sino trágico que marca a la familia en 20 años: la muerte de su madre en 1987; el suicidio de su padre en 1990; el asesinato de su tío Osvaldo en 1987; el fallecimiento de su abuelo en 1993 y el de otro tío, Horacio, en 2000.
El salto de papá conmueve como un homenaje entrañable a un padre que se fue demasiado rápido. Se lee también como una búsqueda por entender la ausencia de una figura esencial para la vida de una persona. Y surge en sus páginas la imagen de una Argentina controversial, en una época de violencia y desesperación.
Como bien afirma Luigi Zoja, “Carl Jung demostró que no sólo los individuos sufren neurosis y traumas; también las sociedades enteras enferman a menudo en su psique colectiva”. Leer a Martín Sivak lo demuestra sin ambages.
Enfrentar las historias familiares
El otro autor que uno no puede dejar de leer es el peruano Renato Cisneros, en La distancia que nos separa. Allí aparece otro país complejo, desde la perspectiva de un hijo periodista que busca ayuda en un psicoanalista lacaniano. Este le hace una pregunta y surge la magdalena de Marcel Proust, que no es otra que cómo fue que se conocieron sus padres.
Puede el lector equivocarse, pero pareciera que ambos autores, de forma explícita o no, han atravesado muchas horas de análisis para enfrentar sus historias familiares. Cisneros acude a terapia para hablar de una novia con la que ha terminado. Pero esa inquietud queda rápidamente relegada por otro abismo que se abre a sus pies: nunca resulta fácil explicar la familia propia. Y comienza a perseguir un árbol genealógico difícil de armar, cargado de familias que se multiplican entre esposas oficiales y matrimonios ocultos.
Como ya lo habían anotado los griegos, si bien la gente se juega la vida en el campo de batalla, en la casa también ocurren historias que le quitan el aliento a los seres humanos
La primera conmoción llega cuando el psicoanalista le pregunta si ha visto la foto del matrimonio de sus padres, el acta de esa boda en San Francisco, Estados Unidos, algo que pruebe que se unieron legalmente. Y así, de esa manera, surge la presencia de su padre, Luis Federico ‘el gaucho’ Cisneros, uno de los militares relevantes de la historia autoritaria de Perú.
Educado en Argentina (y amigo de José Rafael Videla), Luis Federico Cisneros formó parte del Plan Cóndor, que condenó a perseguidos políticos del sur a la muerte.
Renato Cisneros indaga en la vida de un muerto, desde la enamorada que tuvo que dejar en Buenos Aires con la promesa de una boda imposible, hasta los hallazgos más tenebrosos de su actuación en las dictaduras peruanas de los años 70.
Como sucede en el caso de Sivak, Cisneros demuestra un talento mayúsculo para la reconstrucción de una historia familiar difícil. Muestra un coraje excepcional para hundir las palabras en terrenos íntimos dolorosos. Y nos regala una lección única: “Quizás escribir sea eso: invitar a los muertos a que hablen a través de uno”.
Tanto Sivak como Cisneros demuestran que, como ya lo habían anotado los griegos, si bien la gente se juega la vida en el campo de batalla, en la casa también ocurren historias que le quitan el aliento a los seres humanos.