(EFE).- A falta de dos meses para las elecciones de medio mandato, donde la inmigración planea ser una de las armas arrojadizas de la campaña, un nuevo autobús con 41 inmigrantes llegó la madrugada de este jueves a Washington desde Texas, a las puertas de la residencia de la vicepresidenta Kamala Harris.
Un total de 11 niños y 30 adultos, la mayoría procedentes de Venezuela, llegaron a las 6.15 hora local al Observatorio Naval, la residencia oficial de Harris, a bordo de un autobús enviados por el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbott.
Exhaustos, con poca ropa pese al frío matutino y con chancletas de plástico (al llegar a EE.UU. les quitan los zapatos), descendieron del autobús sin saber bien lo que les espera.
Dos noches y un día, 36 horas de viaje, es lo que tardaron en llegar a la capital estadounidense, en uno más de los traslados que Abbott y otros gobernadores republicanos llevan promoviendo desde abril pasado para protestar por la política migratoria de Joe Biden.
En autobuses o incluso en aviones, trasladan a los inmigrantes desde sus estados hasta ciudades gobernadas por demócratas como Nueva York y Washington con un único objetivo: ganar titulares.
NEW: More than two dozen migrants from South America, have arrived by bus from Texas at the US Naval Observatory, the home of Vice President Kamala Harris. Arrived before dawn, and were greeted by aid groups, and transported in smaller buses to nearby accommodations. pic.twitter.com/WIC41A7a3a
— Neal Augenstein (@AugensteinWTOP) October 6, 2022
Aunque durante meses estuvieron llegando a lugares preparados para recibirlos, como la terminal de trenes y autobuses Union Station, desde el pasado 15 de septiembre los vehículos llegan directamente a la casa de Harris, según confirma a Efe Tatiana Laborde, coordinadora del grupo SAMU First Response en Estados Unidos, la principal ONG que les está ofreciendo asistencia.
Esta práctica cruel e interesada, parte de una campaña política, dificulta aún más el último trayecto de un viaje de penurias, pues los migrantes son dejados en plena calle y tienen que ser trasladados luego a la mencionada estación para darles asistencia.
Aunque el 15 de septiembre, cuando llegó el primer autobús a casa de Harris, les tomó completamente desprevenidos, ahora ya saben cómo funciona el particular sistema y un grupo de SAMU esperaba esta madrugada a los migrantes, para acomodarlos en un nuevo autobús y trasladarlos a la estación.
A bordo del bus que llegó esta madrugada viajaban Rocío y su marido, con sus dos hijos, de 18 meses y 5 años. Son originarios de la ciudad venezolana de Barquisimeto y han dejado a otro niño más mayor con la madre de ella, cuentan a Efe minutos después de bajarse del vehículo.
Tardaron dos meses y medio en llegar a Estados Unidos y «por la ayuda de Dios» no sufrieron ningún traspiés de los que cuentan miles de migrantes que viajan cada día y sufren robos, palizas, violaciones, extorsiones o secuestros. «Solo en México nos fue mal, los de Migración nos agarraron varias veces y nos hicieron retroceder parte del camino», cuenta Rocío.
De lo más duro, explica su esposo, fue cruzar la selva del Darién, tapón de unión de las Américas, que separa Panamá de Colombia, donde «muchos niños morían». También el dormir en la calle con los dos pequeños. Migraron, como la mayoría de los que viajan, por la situación actual del país gobernado por Nicolás Maduro, donde «no hay comida ni trabajo».
Al llegar a Union Station, los trabajadores y voluntarios de SAMU les dan comida y les toman los datos. «Se les hace un cuestionario para saber de dónde son, a dónde van y si tienen familiares. Una vez se pinta la imagen del bus comenzamos a ayudarlos con el transporte y si van a Nueva York, por ejemplo, se les compran billetes de autobús», explica Laborde.
Y a los que deciden quedarse en Washington, un porcentaje que va en aumento (al principio era del 10 % y ahora del 22 %, calcula), se les deriva a refugios públicos o a un centro que opera la propia SAMU, con capacidad para 50 personas.
Desde abril, cuenta, han atendido a unas 3.830 personas, sin contar a los que llegaron hoy, ni a los que llegaron ayer, procedentes de Arizona, y han dado cama a unas 1.000, que se quedan entre tres y cuatro noches.
Una vez en el refugio son derivados a los programas de asistencia que lleva a cabo el Gobierno local para facilitar el comienzo de una de las partes más complejas del viaje, sostenerse económicamente en un país donde la vivienda o la lista de la compra no son precisamente baratas.
Programas que solo ofrecen alojamiento y alimentación un tiempo, pues no pueden ayudar a los migrantes a conseguir trabajos, ya que su situación en el país es irregular.
Aunque muchos llegan a reencontrarse con familiares, otros como Rocío y su familia no conocen a nadie. Viajarán hoy en autobús a Nueva York porque allí los derivaron las autoridades migratorias de Texas, una ciudad de la que solo conocen lo que han visto en las películas.
«Lo que se encuentran aquí puede ser mucho mejor de lo que tengan, pero no es tan fácil como lo piensan. Muchos de ellos, y nos pasa una y otra vez, llegan pensando que lo de los papeles no es tan difícil y ese es el primer choque, porque muy pocos los consiguen», agrega Laborde.
Pero a Rocío y su marido nada les quita hoy las caras de ilusión al ver las bóvedas de la Union Station y «lo bonito que es Estados Unidos» y confían poder seguir repitiendo una frase a la que se aferran: «Gracias a dios, todas las puertas se nos abrieron grandes».