Pedro Benítez (ALN).- Las masivas protestas en Hong Kong han puesto de manifiesto que hoy se libra una lucha a nivel mundial entre la democracia y las dictaduras. Mientras que los gobernantes de China (y Rusia) se han convertido en los patrocinadores de las dictaduras en el otro lado del mundo, en su propio territorio enfrentan el desafío de los que batallan por preservar las libertades políticas y civiles.
Que se trata de dos bandos en pugna lo tienen muy claro medios como HispanTv, Telesur y Russia Today. Su cobertura de las recientes protestas en Hong Kong es la misma que le dieron a las ocurridas en Venezuela (2017) y en Nicaragua (2018): sembrar dudas sobre la superioridad moral de la democracia liberal, justificar a los regímenes opresores, desprestigiar a los que demandan libertades y democracia en las calles, y atribuir el descontento a la injerencia extranjera. El libreto no varía.
También lo tiene claro el venezolano Rodrigo Diamanti, presidente de Un Mundo sin Mordaza, quien estuvo presente el domingo en las calles de Hong Kong apoyando a los ciudadanos de ese territorio especial que desafían a las autoridades del todopoderoso Partido Comunista Chino (PPCh).
El Presidente de Un Mundo Sin Mordaza, Rodrigo Diamanti, tuvo la oportunidad de participar junto a la coordinará de Un Mundo @sinmordaza en Hong Kong, nuestra querida Joana Rivero. pic.twitter.com/miqy0ZXqh3
— Un Mundo Sin Mordaza (@Sinmordaza) 14 de junio de 2019
El enfrentamiento entre los que desprecian las formas de las democracias modernas y aquellos que defienden las libertades básicas es global.
Resulta paradójico que los gobernantes chinos, que tan cómodos se sienten tratando con dictaduras en África y América, vean desafiada su dictadura por una parte de sus propios ciudadanos.
Violando el acuerdo suscrito entre Margaret Thatcher y Deng Xiaoping en 1984, mediante el cual se acordó la transferencia de ese territorio a la soberanía de la República Popular China, el gobierno del presidente Xi Jinping ha intentado aprobar varias enmiendas a la ley de extradición que permitirían la entrega de presuntos fugitivos de la justicia a Pekín.
Por ese convenio China se comprometió a respetar en los siguientes 50 años las libertades implantadas por los británicos una vez que ese territorio pasara a plena soberanía china en 1997 con la tesis de “un país, dos sistemas”. La población de Hong Kong (o al menos un sector numéricamente significativo) ha interpretado las enmiendas como una amenaza a esas libertades y se ha lanzado a las calles reeditando una ola de protestas masivas similares a las de 2014 por motivos parecidos: resistir la presión autoritaria de Pekín.
En los duros años de Mao Tse Tung, Hong Kong había sido un oasis de libertades económicas en el borde mismo del gigante comunista. Pero desde 1997, cuando se hizo efectiva la transferencia del Reino Unido a China de ese territorio, ha sido un oasis de libertades civiles.
Libertad de expresión, respeto a la propiedad privada, libertad de movimientos de las personas, mercancías y capitales, y un sistema judicial independiente, garante del debido proceso, son derechos que los habitantes de Hong Kong defienden celosamente y que las autoridades del Partido Comunista Chino niegan en el resto de ese inmenso país.
El resultado ha sido convertir a Hong Kong en el centro de la resistencia al régimen comunista chino. Un refugio de la disidencia política y una especie de virus democrático dentro de China.
Para las autoridades de Pekín esto implica un dilema. Podrían aplastar la resistencia en Hong Kong en cualquier momento, tal como lo hicieron con el movimiento estudiantil de Tiananmén hace justamente 30 años, pero a un costo económico enorme.
Por Hong Kong pasa más del 10% de todas las exportaciones chinas al resto del mundo y sigue siendo uno de los principales centros financieros del planeta. Por otra parte, sus habitantes disfrutan del Índice de Desarrollo Humano (IDH) más alto de toda Asia, por encima de Japón y Singapur, y de la tercera renta per cápita de ese continente. Todavía Hong Kong es la joya de la corona de China. Arriesgarse a destruirla implicaría una catástrofe.
La causa de la democracia sigue viva
Un problema para las autoridades comunistas chinas es que Hong Kong, con toda probabilidad, es el territorio más globalizado del planeta. Una dificultad adicional es el impacto del movimiento de protesta en Taiwán, al que Pekín considera una provincia irredenta aunque en la práctica es un próspero país independiente. La República Popular China aspira a que Taiwán se incorpore de manera plena al país bajo el modelo aplicado a Hong Kong de “un país, dos sistemas”. El autoritarismo del presidente Xi aleja esa posibilidad. De hecho, el próximo enero habrá elecciones democráticas en Taiwán y las protestas han puesto a ganar a la candidatura anti China.
Libertad de expresión, respeto a la propiedad privada, libertad de movimientos de las personas, mercancías y capitales, y un sistema judicial independiente, garante del debido proceso, son derechos que los habitantes de Hong Kong defienden celosamente y que las autoridades del Partido Comunista Chino niegan en el resto de ese inmenso país.
Pero además, no es de descartar que tal como ocurrió en 1989, aplastar el movimiento de resistencia democrática en Hong Kong puede hacer resurgir una división en el seno del régimen comunista. En los años 80 del siglo pasado Hu Yaobang como secretario general del Comité Central del PCCh y Zhao Ziyang como primer ministro no sólo fueron los ejecutores de la política de reforma y modernización económica, tecnológica, agrícola y militar de Deng. También eran partidarios de “la quinta modernización”; la política, siguiendo el ejemplo Mijaíl Gorbachov en la URSS.
El desenlace de la Revuelta de la Plaza de Tiananmén y el derrumbe de los Estados socialistas en Europa Oriental cancelaron esa posibilidad, pero evidenciaron las diferencias dentro de la jerarquía comunista china. Por más que se esfuercen las dictaduras nunca son tan sólidamente indivisibles como aparentan. Es una lección de la historia.
De modo que los gobernantes chinos, que tantos recursos han gastado en utilizar la tecnología para edificar la dictadura perfecta, se encuentran ante los límites que la democracia le impone a su propio poder en países tan lejanos para ellos como Venezuela o Nicaragua, con sus propios movimientos democráticos, pero también en su propia casa.
Cierto cinismo muy de moda hoy impide ver que la causa de la democracia sigue viva todavía en China, aunque por lo visto, sólo aquellos pueblos donde la democracia es oprimida o amenazada luchan por defenderla.