Zenaida Amador (ALN).- Aunque los venezolanos siguen haciendo maromas para sobrevivir a la hipercrisis que devora al país, la desesperanza ha dado paso al entusiasmo. La población siente que existe la posibilidad de un cambio político que abra paso a la anhelada recuperación económica y, con ella, a mejores condiciones de vida para todos. Pero el anhelo es que las soluciones sean rápidas, porque el costo de la crisis es demasiado elevado en términos humanos.
La complejidad del momento histórico de Venezuela es difícil de entender incluso para quienes le llevan el pulso diario a la situación. Y es que Venezuela está hoy en una dimensión paralela, donde conviven dos presidentes, dos parlamentos, dos máximos tribunales de justicia, dos fiscales de la República y, en resumen, dos realidades:
1) La de la eterna promesa de la máxima felicidad que algún día llegará con la instauración del socialismo chavista del siglo XXI.
2) La de la destrucción progresiva del país a causa de las políticas aplicadas para instaurar el modelo económico de la revolución chavista.
Hay dos presidentes, uno ilegítimo que se aferra al poder (Nicolás Maduro) y uno legítimo, pero con mando limitado (Juan Guaidó). El grueso de la población tiene claro que de Maduro no hay nada bueno que esperar. Los resultados de su gestión así lo confirman.
#EnVivo 📹 | Lanzamiento de la Marca País “Venezuela Abierta al Futuro”, una estrategia que nos permitirá diversificar el turismo, las exportaciones y las inversiones para el beneficio del pueblo. https://t.co/3h0FgVxCgF
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) 11 de febrero de 2019
Aunque sin manejar en detalle las cifras de los desmanes cometidos, la mayoría tiene conciencia de que el país tuvo abultados ingresos petroleros en los últimos 20 años, de los cuales poco o nada se tradujo en infraestructura o desarrollo productivo nacional. Por eso no muchos siguen creyendo que el milagro chavista dará frutos algún día. Han sido testigos de la forma como, en nombre de la revolución bolivariana, fue desmantelada la institucionalidad democrática. También han padecido la restricción de las libertades y de los derechos individuales y saben, en carne propia, que el chavismo los confinó a una casta social dependiente del Estado donde ni el nivel de formación ni el esfuerzo son recompensados, mientras las cúpulas del poder exhibían sus riquezas y la “buena vida”.
Los recursos de la nación se diluyeron en el desagüe del reparto a los aliados y en las cuentas personales de muchos funcionarios. No hace falta que alguien lo diga, porque la corrupción salta a la vista en un país que se desmorona tras años de desmanes y de desinversión.
Salvo en Caracas, donde el régimen de Nicolás Maduro intenta guardar las apariencias, Venezuela padece el rigor de la falta de gasolina, de gas doméstico, de agua potable y de electricidad. La precaria oferta de medicinas y de alimentos depende mayoritariamente de las importaciones, ya que las tierras fueron arrasadas, así como las industrias locales.
En las barriadas populares hay claridad de que la responsabilidad de la crisis es de quienes han ejercido el poder en Venezuela por 20 años. No aceptan más excusas.
A lo largo de las últimas semanas se ha vuelto normal escuchar por la calle que alguien grite “Maduro…” y, de inmediato, el resto de los transeúntes complete la frase con un “¡Coño’e tu madre!” dicho a todo pulmón. Esta misma gente, que hasta hace un mes estaba desesperanzada y agotada de protestar en sus comunidades por la falta de alimentos, medicinas y de servicios básicos sin respuestas a los problemas, encontró la oportunidad de proyectar los reclamos y de hacer visible su circunstancia ante el mundo. La crisis fue expuesta y está a la vista de todos.
Juan Guaidó todavía no manda pero ya gobierna
Finalmente se conectó el descontento popular con el rechazo político a la gestión de Nicolás Maduro a pesar de sus esquemas de control social, como el reparto de cajas de alimentos, y la férrea represión. La gente se moviliza y sale a manifestar. Quiere un cambio, le urge un cambio.
En este contexto emergió la figura de Juan Guaidó como el líder que puede hacer posible el desmontaje del actual modelo político para darle la oportunidad a cada venezolano de progresar. Su discurso se conecta con esa necesidad. Reactiva el ánimo de las masas y deja a un lado la aparente pasividad que adormiló el ímpetu ciudadano más de un año.
Hoy hicimos la primera entrega de la #AyudaHumanitaria. 1.700.000 porciones para atender a nuestras madres embarazadas y niños en estado de desnutrición.
Para atender a la población más vulnerable debemos organizarnos y lograr la apertura del canal humanitario. #VamosBienVzla pic.twitter.com/tIE4Dsjbvp
— Juan Guaidó (@jguaido) 11 de febrero de 2019
El tiempo cuesta caro
Sin embargo, mientras el proceso de transición se concreta, con la mediación directa de más de una veintena de naciones, se profundiza la crisis económica y aumentan los efectos negativos en la gente.
Sólo en enero los precios subieron 191,6%, según las estimaciones de la Asamblea Nacional. Esto indica que la inflación diaria está en el orden de 4%, lo que lleva cada día a los venezolanos a intentar frenéticamente convertir lo poco que perciben en bienes -generalmente alimentos- con los cuales ganarle a la inflación.
Pero el tiempo cuesta caro. Mientras el proceso de transición se concreta, con la mediación directa de más de una veintena de naciones, se profundiza la crisis económica y aumentan los efectos negativos
La máxima del venezolano es “si no lo compras hoy quizá mañana no puedas hacerlo”, porque los precios seguirán subiendo mientras el ingreso se evapora entre las manos. Para la mayoría se trata de una carrera por hacer las compras con las que garantizarse con suerte dos de las comidas diarias, donde las proteínas están fuera del alcance de muchos.
De hecho, la FAO estima que cerca de cuatro millones de venezolanos están subalimentados. Cáritas Venezuela, por su parte, ha detectado desnutrición severa en 8% de la población infantil de zonas vulnerables de los estados Vargas, Miranda y Zulia e, incluso, de Caracas.
De allí que la ayuda humanitaria ofrecida por la comunidad internacional es vista por la ciudadanía como una necesidad vital de las personas que carecen de tratamientos para enfermedades crónicas o de complementos nutricionales básicos.
Es por eso que los venezolanos siguen con atención el ingreso de tales suministros al territorio y esperan con entusiasmo que, luego de atender a los más necesitados, lleguen las oportunidades para todos los demás. Y aunque el régimen de Maduro le resta importancia a este tema, el bloqueo de ingreso de la ayuda humanitaria sólo aviva la presión en la gente, alimenta el descontento y exacerba la urgencia de respuestas.