Rafael Alba (ALN).- Algunos expertos aseguran que el uso indiscriminado del big data puede resultar letal para la originalidad de la oferta de música en el futuro. La similitud de los contenidos sonoros que comercializan las distintas plataformas de streaming augura una brutal competencia en los precios.
Tomen nota de lo que se les va a venir encima más pronto que tarde si son aficionados a la música. A bailarla, a escucharla en el coche o a consumirla de la manera que mejor les parezca. Se enfrentan a un futuro verdaderamente negro, marcado por millones de canciones iguales, cantadas por millones de artistas clónicos, que tal vez sólo sean capaces de diferenciar gracias a la nueva ropa, los nuevos peinados y las nuevas modas visuales que impongan cada temporada los gurús de la industria textil. O poco más o menos. ¿Da miedo, verdad? Pues sepan que la descripción de esta bella distopía no ha salido de mi mente calenturienta. Que no lo digo yo, que llevo ya unos meses alertando sobre los peligros asociados al uso que le dan a las nuevas tecnologías los nuevos capos de la industria de la música global.
No. Ni mucho menos. Esta advertencia sale del mismísimo interior del lado oscuro. Llega directamente desde la sala de máquinas y ha sido emitida por uno de los ejecutivos mundiales que más saben de esto. El muy célebre Simon Fuller, el fundador de ese potentísimo emporio del management llamado XIX Entertainment. Un mago con fama de descubrir el talento allí donde nadie más es capaz de verlo y que ha trabajado a lo largo de su carrera con superestrellas mundiales como Spice Girls, Annie Lennox, Amy Winehouse, Steven Tyler y Carrie Underwood. En un momento de lucidez, o de ira, Fuller ha admitido en una entrevista con la publicación especializada Music Business Worldwide, que el contexto actual, dominado por las plataformas de streaming y las temibles playlists, puede terminar con la identidad y la personalidad de los artistas y convertir en una quimera la posibilidad de que algo original se abra paso entre el ruido programado por los algoritmos que bucean en el inmenso océano del big data.
Los aficionados a la música se enfrentan a un futuro verdaderamente negro, marcado por millones de canciones iguales, cantadas por millones de artistas clónicos
Una vez más, parece comprobado, por lo tanto, que internet no ha servido para democratizar el acceso al mercado, ni para permitir a los artistas el establecimiento de un contacto directo y lucrativo con el público. Podría haber sido así. Pero no pasó. Más bien pasó lo contrario. Y las cosas todavía pueden empeorar. O esa es la versión de Fuller. En el viejo mundo que este lobo estepario veterano parece añorar, los responsables de artistas y repertorio de las discográficas, los temidos y añorados A&R, por sus siglas en inglés, recorrían los clubes en busca de ese artista sensacional que les permitiera dominar las listas en las siguientes temporadas. Había multiplicidad de estilos y una competencia real en la oferta. Obviamente, no era un sistema justo, ni era oro todo lo que relucía. Pero cada compañía tenía su catálogo diferenciado y se la jugaba con cada lanzamiento, sin saber nunca, además, si la apuesta iba a funcionar o no.
La inversión de la industria en nuevos talentos está en riesgo
Fuller se teme lo peor, porque considera que no hay apenas diferencia entre la oferta disponible en las distintas plataformas de streaming, que se han convertido a la vez en la respuesta del siglo XXI a las viejas radiofórmulas y en las auténticas discográficas del momento. Y como todas, o casi todas, ofrecen lo mismo, al final, en opinión de este experto, el único territorio en el que van a poder competir de verdad será en el precio. Al final, los clientes se irán con quien menos les cobre. Y los recortes volverán a afectar a los creadores, el eslabón más débil de la cadena. No habrá inversión en nuevos talentos. Y se generalizará y se endurecerá la situación actual, en la que los propios artistas deben invertir en sí mismos y dirigir sus propias estrategias de marketing digital, para intentar ser visibles en la red y pasar el filtro de los algoritmos. Una condición indispensable para la supervivencia.
Además, este proceso puede ser cada vez más caro y complicado. Sobre todo si hablamos de un artista que sea verdaderamente original. Alguien que quiera introducir en el sistema un sonido o un estilo nunca experimentado antes. Entre otras cosas, por la inmensidad de una oferta creciente que suma cerca de 20.000 canciones nuevas al día en cada una de las plataformas tecnológicas de difusión disponibles: Hoy por hoy, Spotify, de momento el enemigo a batir, ya acumula en su catálogo unos 35 millones de temas de todas las épocas. Y la cifra aumenta en un millón cada 50 días, según las consultoras especializadas. De modo que si todo sigue como hasta ahora a finales de 2020, la empresa de Daniel Ek tendrá en su catálogo más de 50 millones de tonadas.
¿Cómo lo ven? Mal, verdad. Pues, a pesar de las advertencias, las tres grandes discográficas globales, mis admiradas Sony, Warner y Universal, esperan dilatar todo lo que puedan ese momento perfecto del que parecen disfrutar ahora. Y si estamos engordando una burbuja, pues que explote cuando tenga que explotar. De hecho, los directivos de estos ejércitos imperiales han entrado en otra batalla. Ahora se trata de conseguir la mejor bola de cristal tecnológica disponible. Y han afilado las chequeras y el olfato, no para buscar nuevos músicos como uno podría creer. Más bien para localizar la mejor startup del mercado. La empresa con mayor capacidad tecnológica para servir en caliente las predicciones más exactas sobre la identidad probable de las estrellas globales de las próximas temporadas.
La jugada maestra de Len Blavatnik
Y, por ahora, Warner parece haberse adelantado a sus rivales. Todo gracias a la audacia de Len Blavatnik, el máximo responsable de la compañía, y a una elevadísima suma de dinero que, como es costumbre en estas transacciones, nadie se ha sentido en la obligación de desvelar. Warner ha adquirido Sodatone, una compañía fundada en Toronto en 2016 por Arjun Bali y Jerry Zhang, dos ingenieros informáticos especializados en inteligencia artificial y big data, que, además de cobrar lo que les corresponda, pasarán a formar parte del Departamento Global de Artistas y Repertorio de la multinacional.
Sodatone parece haberse convertido en una suerte de as bajo la manga indispensable para afrontar con garantías la partida que ha empezado ya a librarse en la industria de la música global, gracias a un desarrollo tecnológico que le permite combinar datos procedentes de las plataformas de streaming, ventas de entradas y de las redes sociales. Y con todos esos números elaborar luego una predicción bastante exacta de qué artista está en mejores condiciones previas para conseguir lo máximo con la mínima inversión posible.
Y, al parecer, funciona. O ha funcionado en las últimas tres temporadas. Nadie como Sodatone ha sido capaz de rastrearlo todo, capturarlo y servirlo luego perfectamente segmentado por categorías medibles y etiquetado para comercializar en audiencias ya discriminadas, en función de cualquier parámetro posible: estilo, edad, aficiones, afiliación política… etc. Todo puede analizarse porque todos los datos están ahí. En un ambiente en que todos los artistas que intentan abrirse paso recurren casi por obligación a métodos como el crowdfunding, o la preventa informática de discos y entradas, el rastro digital siempre estará ahí, a disposición de cualquiera que disponga de la tecnología concreta que se necesita para seguirlo. Una tentación demasiado fuerte para no caer en ella. Sobre todo, porque siempre será más barato y mucho menos complicado dejar que el trabajo lo haga un algoritmo que pasar malas noches en locales oscuros a la caza y captura de esa mina de oro sonora que quizá luego resulte ser un fiasco. Romanticismos los justos, que diría alguien.