Rafael Alba (ALN).- Este diciembre se puso a la venta una copia del ‘Black Album’ de Prince por 15.000 dólares. En 2017 el negocio mundial del vinilo alcanzará un volumen de 1.000 millones de dólares, según las estimaciones de la consultora Deloitte.
La pregunta resonó entre el silencio respetuoso de un público expectante. Era un programa de radio en directo y el dinámico presentador había planteado una cuestión espinosa a Christina Rosenvinge, una cantautora incombustible con multitud de seguidores en España y América Latina. “¿Se arrepiente usted de algo?”, le dijo. “Sí”, contestó ella. “De haber tirado mis viejos vinilos, para comprar cedés”.
Sí. La antigua líder de Los Subterráneos cometió un lamentable error. Muy común, por otra parte, entre los aficionados a la música grabada en la década de los 90 del pasado siglo. Porque el streaming, la nueva mina de oro que ha encontrado la industria musical global, tal vez haya arrinconado para siempre a los ya antiquísimos cedés; esos molestos redondeles plateados con aspecto de posavasos de gran tamaño. Pero no ha conseguido terminar con los vinilos.
En absoluto. La cotización de este viejo formato sube día tras día. Hoy no hay una gran banda que se precie en el mundo que no coloque en el mercado sus nuevos trabajos en esas rodajas de plástico negro de belleza singular. Esos oscuros objetos del deseo que sólo entregan sus tesoros auditivos cuando sienten sobre su superficie la presión desgarradora de una aguja de diamante.
El streaming, la nueva mina de oro que ha encontrado la industria musical global, no ha conseguido terminar con los vinilos
En pleno siglo XXI, los melómanos parecen haber redescubierto la belleza sonora de los cachivaches analógicos. Y los coleccionistas han convertido a estos armatostes y sus fundas de cartón, rescatados del pasado más glorioso del pop mundial, en exclusivos artículos de lujo. Símbolos de sabiduría y poder.
Claro que para entrar en el restringido club formado por los poseedores de una auténtica joya de plástico negro no vale cualquier vinilo polvoriento. Hay que acreditar la posesión de una suerte de incunable, raro, escaso y marcado por la historia con la épica que otorgan las leyendas. Casi como ser el dueño del Santo Grial. Más o menos.
El ‘Black Album’ de Prince
La inversión necesaria para ser un coleccionista de primera puede no ser asequible para muchos. La semana pasada, por ejemplo, la prensa musical especializada y algunos medios de comunicación generalistas han recogido la noticia de la colocación en el mercado de unas cuantas unidades del Black Album de Prince. Una pieza de gran interés que puede adquirirse por 15.000 dólares (12.632 euros).
Según las informaciones publicadas por la revista Rolling Stone, esta sería una de las cinco copias que sobrevivieron a la destrucción de una tirada inicial de 500.000 realizada por Warner en 1987. El Black Album iba a ser la continuación del disco doble Sing o’ the times, uno de los mejores trabajos del artista de Minneapolis.
Esta vez había apostado por el funk puro y duro. El tipo de demostración de fuerza rítmica que esperaban sus fans. Pero, cuando todo estaba listo en la fábrica para que los vinilos fueran transportados hasta las tiendas, al genio le entraron las dudas, decidió que no quería entregar al público aquel trabajo y forzó a la multinacional a eliminar todos aquellos discos.
Finalmente aquellas ocho canciones, que habían circulado mientras tanto en ediciones piratas, fueron publicadas por Warner en 1994. Pero sólo en cedé. No se prensaron vinilos. Así que, hasta hace unos días, todo el mundo creía que la trituradora había terminado con todos. Hasta que el anuncio de que había unas pocas copias a la venta apareció en Recordmecca.com, una de las páginas de referencia de la comunidad de adictos a los vinilos propiedad de Jeff Gold, un antiguo ejecutivo discográfico.
Allí hay unas cuantas joyitas a la venta con precios similares al vinilo ‘principesco’. Singles de Bob Dylan con dedicatorias escritas del propio puño y letra del único cantautor que posee un premio Nobel, rarezas de The Beatles, ediciones promocionales de Led Zeppelin, primeras tiradas de álbumes míticos de los Sex Pistols… En fin, todo un paraíso para los fetichistas de las viejas glorias sonoras.
También hay ofertas más asequibles. Por unos 300 dólares (252,72 euros) cualquier aficionado puede conseguir su tesoro. Eso sí: De momento, hay pocas piezas cotizadas que se fabricaran después del siglo XX. Pero las habrá, porque lenta e inexorablemente las ventas globales de vinilo no dejan de crecer desde hace unos cuantos años.
Ventas en ascenso
En 2005, el negocio de las ventas de vinilos tocó fondo. Pero desde entonces inició una línea ascendente. Primero con lentitud y después, en el último lustro, con crecimientos anuales de dos dígitos, según los datos que puntualmente ha publicado cada ejercicio la patronal discográfica mundial.
Y en 2017, las cifras pueden ser más que brillantes. Por lo menos si se cumplen las previsiones de los expertos de la consultora Deloitte que anticipan para estos 365 días unas ventas globales de 40 millones de unidades por un valor cercano a 1.000 millones de dólares (842,41 millones de euros), más del doble de la cifra registrada hace sólo tres ejercicios.
Hoy no hay una gran banda que se precie en el mundo que no coloque en el mercado sus nuevos trabajos en esas rodajas de plástico negro de belleza singular
Y estamos ante una clientela amplia e intergeneracional. No se trata sólo de viejos babby boomers adinerados y nostálgicos. En absoluto. Los milenials también han abrazado la fe del viejo sonido analógico. Ellos compran giradiscos, han reactivado el mercado y hasta están detrás del redescubrimiento de muchas ediciones perdidas.
De hecho, la reaparición de los rarísimos vinilos de Prince de los que hablábamos antes tiene que ver, aparentemente, con una jovencita, hija de otro jefe de la Warner que se acababa de comprar un giradiscos y asaltó el desván de su progenitor en busca de alimentos para su nuevo juguete sonoro.
Pero, ¿escuchan o no escuchan los plásticos negros esas nuevas generaciones de adictos? Hay quien dice que no. Y aporta como prueba que, hoy, con cualquier edición de vinilo que se coloca en el mercado se regala el cedé correspondiente. Para mantener flamantes los surcos y no desgastarlos ni someterlos a la tortura de la aguja.
Los plásticos negros han reaparecido en los lineales de los grandes almacenes, las reediciones proliferan y hasta vuelven a publicarse las clásicas listas de ventas en las que se mezclan discos nuevos y antiguos. En 2017, según los datos oficiales de la industria recopilados hasta octubre, el vinilo más vendido era Divide de Ed Sheeran, un álbum de reciente publicación.
Todo un síntoma de la nueva clase consumidora emergente. Aunque es cierto que el cuadro de honor se ha completado con clásicos de The Beatles, Radiohead, Fleetwood Mac, David Bowie, Oasis y Pink Floyd.
Listas de espera en las fábricas
Ya no se trata de un fenómeno marginal. La red está plagada de páginas web dedicadas a la compra y venta de vinilos y el negocio incluso ha ayudado a mantenerse a algunas veteranas revistas musicales como Efe Eme, que explota también esta fuente de ingresos como minorista on line. Y las tiendas clásicas de toda la vida, como la madrileña La Metralleta, especializada en la comercialización de álbumes de segunda mano, viven un nuevo esplendor.
Porque otra característica de los vinilos es que ofrecen un interesante margen de negocio para fabricantes y minoristas. Son objetos únicos, casi artesanales, de difícil duplicación y fabricación complicada. Hoy, las factorías que siguen dedicándose a estas manufacturas acumulan nutridas listas de espera. Demasiado para imperios como la compañía japonesa Sony que a principios del 2018 va a inaugurar una fábrica al suroeste de Tokio. Una nueva estrategia que revierte la decisión de abandonar este tipo de producción tomada en 1989.
Otra característica de los vinilos es que ofrecen un interesante margen de negocio para fabricantes y minoristas
Y el fenómeno ha llegado para quedarse. Aunque sus posibilidades reales de crecimiento sean pocas y esté a punto de tocar techo, según algunos expertos. Pero esa supuesta limitación de la actividad puede ser otro factor que asegure la supervivencia. Ya se sabe que en estos cultos elitistas se eluden los placeres masivos.
Así que no lo duden, rebusquen en sus viejas colecciones, y exploren las posibilidades que tienen de rentabilizar la colección que sus antepasados acumularon en el desván familiar. O abracen la causa como nuevos conversos e inicien su propia colección. Tal vez les espere la gloria.
Con suerte, paciencia y buen tino, tal vez puedan figurar pronto en la lista de los mejores coleccionistas mundiales que elabora cada año The Vinyl Factory, y que en 2017 incluye coleccionistas de Indonesia, Reino Unido, EEUU, Suecia, Alemania, Holanda, Brasil, Australia, Dinamarca y España.