Pedro Benítez (ALN).- Con la inflación más alta en 40 años, una crisis de energía, con la economía dirigiéndose a una recesión y un presidente en la Casa Blanca con índices de desaprobación popular por encima de 50% durante muchos meses, hoy el Partido Demócrata de Estados Unidos debería estar padeciendo uno de los mayores desastres electorales de sus casi dos siglos de historia.
Sin embargo, con los datos hasta ahora disponibles de las elecciones efectuadas en el día ayer para renovar parcialmente el Congreso de ese país y elegir 36 gobernadores, Joe Biden podría ser el presidente en ejercicio cuyo partido pierda menos bancas en la Cámara de Representantes en una elección de medio término desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Además, la oposición republicana no podrá efectuar el “asalto” que esperaba al Senado, que estaría quedando empatado o ellos con un voto más que los demócratas.
En cualquier caso, éstos han quedado mucho mejor de lo previsto y, tomando en cuenta las circunstancias, hasta podrían hablar de una victoria moral.
Por su parte, el expresidente Donald Trump se lanzó en esta ocasión a promover a sus candidatos en los estados claves en un evidente movimiento para preparar su tercera candidatura presidencial dentro de dos años. Con su conocida seguridad de apostador confiado en sí mismo, aseguró que este martes ocurriría una “marea roja” en todo el país.
No obstante, las cosas no le han salido del todo bien.
Por ejemplo, Pennsylvania, un estado clave que ha oscilado entre uno y otro partido en las últimas elecciones nacionales, fue el centro de una intensa disputa durante esta campaña en la que se involucraron los dos últimos ex presidentes estadounidenses Allí fue elegido al Senado John Fetterman, apoyado por Barack Obama, quien derrotó al candidato de Trump, Mehmet Oz. El cargo de gobernador también lo ganó el candidato demócrata Josh Shapiro.
Al sur, en otro estado clave, Brian Kemp, un republicano no trumpista se impuso con facilidad en su reelección para gobernador de Georgia. En 2020 Kemp se resistió a las presiones de Trump de revocar los resultados de las elecciones presidenciales efectuadas allí ese año. En cambio, el candidato de éste a senador por ese estado, la ex estrella del fútbol americano Herschel Walker, quedó de segundo, aunque habrá una segunda vuelta con el aspirante demócrata por ese puesto.
En Arizona, (donde se eligieron los cargos de Gobernador, Fiscal General, Secretario de Estado, Tesorero, Superintendente de Instrucción Pública, Comisión de Sociedades Anónimas, los inspectores de minas, representantes y senadores estatales), la más emblemática candidata trumpista de todo el país, Kari Lake, fue derrotada al puesto de gobernadora (aunque por poco y ya está alegando fraude) por la candidata de los demócratas Katie Hobbs. Allí la carrera por el Senado sigue demasiado cerrada.
Tomando en cuenta que este tipo de elecciones se consideran una especie de evaluación a medio camino de cada Presidencia, a Biden no le ha ido mal, en particular si se considera que su aprobación popular fue de 37.5% en julio, aunque mejoró hacia septiembre con más de 42% de apoyo. Presidentes tan populares como Ronald Reagan, Bill Clinton y Obama se llevaron sendas derrotas a los dos años de haber comenzado a despachar desde la Casa Blanca. A estas alturas sus resultados, en términos electorales, fueron mucho peores de los que ayer obtuvo Biden.
No faltará quien atribuya este desempeño a la invasión rusa a Ucrania. Sin embargo, la participación directa de Estados Unidos en las guerras de Corea, Vietnam e Irak, no le ahorraron a Harry Truman, Lyndon Johnson, Richard Nixon y George W. Bush, respectivamente, sus varapalos en sus elecciones para el Congreso.
No obstante, la Administración Biden no tiene por delante un lecho de rosas. Así tomen el control del Senado por un solo voto y de la Cámara por un puñado de bancas, los republicanos le van a hacer la vida imposible en los próximos dos años. Pero el dato más relevante a considerar de las elecciones ayer es que vuelven a demostrar, como en 2020, que la tracción electoral de Donald Trump tiene sus límites.
El magnate inmobiliario y ex presidente sigue teniendo mucha fuerza dentro de las bases republicanas, pero no suma votos puertas afuera de los independientes y moderados. Y sin ellos es muy cuesta arriba ganar una elección nacional en Estados Unidos.
Los resultados de ayer sólo se explican si en estados y distritos claves una parte de los tradicionales votantes conservadores estadounidenses se abstuvieron o sufragaron por candidatos demócratas moderados. La ola trampista da señales de perder fuerza.
Tal como pasó en Brasil hace una semana, en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales entre Lula da Silva y Jair Bolsonaro (no se nos olvide que las democracias occidentales están inmersas en una polarización política de cual Trump es el símbolo), las tácticas de esta derecha cultural, popular y anti elitista, orientadas a atizar la polarización, no están dando los réditos electorales esperados. Steve Bannon, apóstol y estratega de esa política, está en problemas.
Por el contrario, su desprecio por las instituciones y su tendencia a propalar teorías conspiranoicas (sic), como cuestionar el sistema electoral, lo que han hecho es despertar resistencia entre electorales moderados que prefieren “el mal menor”. Léase las elecciones entre Emmanuel Macron y Marine Le Pen del pasado mes de abril en Francia. La candidata del Frente Nacional logró el mejor resultado para su agrupación desde 1974, pero Macron, pese a la pandemia, salió mejor de lo que preveían las encuestas.
No obstante, esto no quiere decir que Trump esté acabado políticamente en Estados Unidos. Para nada. Sigue teniendo millones de fieles seguidores en todo el país que repiten sus teorías sobre el fraude en las elecciones, le perdonan sus exabruptos y miran para otro lado en su abierto desafío a la Constitución. Pero a la luz de los resultados de este martes 8 de noviembre su influencia está muy lejos de la que tuvo en su día, por ejemplo, el también expresidente Reagan. Éste no sólo aseguró su propia relección en 1984 (cosa que Trump no pudo) sino también la elección de su vicepresidente como sucesor en el cargo en 1992 y, en 1994, su influencia fue determinante en unas elecciones de medio término que le dieron a los republicanos su primera mayoría en la Cámara de Representantes desde 1954.
Durante los años ochenta del siglo pasado Reagan se las arregló para atraer tras de sí a millones de votantes independientes, moderados y de la clase trabajadora de las grandes ciudades (“los demócratas de Reagan”). Trump está muy lejos de conseguir eso. Por el contrario, su estilo divisivo está en el centro de la crisis política que hoy atraviesa Estados Unidos, donde por primera vez desde la Guerra de Secesión (1861-1865) casi la mitad del país desconfía de la limpieza de sus instituciones.
Pero ahora puede que ocurra como a ciertos animales que son víctimas de su propio veneno. La pelea a cuchillo dentro del Partido Republicano para sacarse encima a Trump de cara a la nominación presidencial de 2024 promete. La amplia victoria del gobernador Ron DeSantis en Florida (en algunos distritos fue abrumadora) lo ha colocado en la primera línea de los precandidatos para las primarias de 2024. A DeSantis no le faltarán apoyos de la elite republicana a la que en 2016 el advenedizo showman y ex presidente le quitó el viejo partido de Abraham Lincoln.
Tampoco es descartable, conociendo al personaje, que Trump, viéndose eventualmente derrotado dentro de las filas republicanas, divida al partido tal como hizo en 1912 el por entonces también ex presidente Theodore Roosevelt. En la política estadounidense el juego está abierto.
@Pedrobenitezf