Caleb Zuleta (ALN).- Un estudio realizado en campo, refleja en lo que se ha convertido la frontera de Venezuela y Colombia entre San Antonio del Táchira y Cúcuta. Es un análisis sobre la tragedia de la migración del venezolano. Porque migrar no es un paseo. Es confundirse con el delito. Con los riesgos. A veces es ir hacia el abismo.
Yorelis Acosta es la autora del trabajo. Explica que realizó la investigación “asumiendo que la violencia en las fronteras venezolanas ha aumentado y se ha hecho más compleja debido a los conflictos políticos, la crisis económica y la falta de políticas de seguridad. Al mismo tiempo, cabe enfocar algunos procesos desde la psicología social, área que constituye mi formación académica”. Yorelis Acosta es psicóloga clínica y social, y se desempeña como jefa del área sociopolítica del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) de la Universidad Central de Venezuela, UCV. El trabajo de Acosta acaba de ser publicado en la revista Nueva Sociedad, bajo el título “Escapar por la frontera colombo-venezolana”.
Explica que “el trabajo de campo implicó cinco viajes a Táchira, uno a Zulia y otro a Bolívar. Es un trabajo etnográfico cualitativo, que incluyó entrevistas a migrantes, a representantes de los cuerpos de seguridad fronteriza, a residentes de Cúcuta, San Antonio, San Cristóbal, Maracaibo y Bolívar, así como a periodistas que cubren sucesos en la zona, comerciantes y representantes de las cámaras de comercio de esas localidades. Llevé adelante observaciones de un día entero en cada uno de los pasos formales de Táchira al Norte de Santander: el Puente Internacional Simón Bolívar, de 315 metros de longitud y siete metros de ancho, el de mayores dimensiones y tránsito de personas, que une San Antonio y La Parada; el Puente Internacional Francisco de Paula Santander, de 210 metros de largo, en Ureña, y el Puente Internacional La Unión, en Boca de Grita. Todos los puentes están sobre ríos y tienen dos carriles (uno de ida y otro de vuelta); en su momento transitaban vehículos, desde el año 2015 solo hay paso peatonal”.
Acosta recoge los datos últimos sobre migración, y resalta que “los más completos los presenta acnur, que estima que 4.486.860 venezolanos están viviendo fuera del territorio nacional, la mayoría en países de América del Sur”. Sin embargo, admite que hay un subregistro de datos. Por ejemplo, el diario ALnavío ha constatado que lo que dice Migración Colombia lleva al menos tres meses de rezago con el volumen de la realidad.
Como se sabe, buena parte de los migrantes que se van de Venezuela salen por Colombia. Y es por esa frontera que se internan en Colombia. Y viajan, y caminan. Hasta Ecuador. Hasta Perú. Acosta señala que estos caminantes “son los más vulnerables, los más pobres, los que no llevan dinero, ropa adecuada, comida suficiente ni documentos de viaje, desconocen las diferencias climáticas que los esperan o la geografía por recorrer, incluso no pueden imaginar lo que significa caminar 3.500 kilómetros hasta Perú. Ante las preguntas: «¿Hacia dónde van?», «¿Saben cuántos kilómetros van a caminar?», «¿Llevan dinero?», «¿Conocen el camino hasta su destino?», la mayoría respondió con frases como: «Pa’lante», «Caminaremos lo que sea necesario», «No nos devolvemos».
Hoy el éxodo venezolano es una carga para Latinoamérica pero en el futuro será su motor de crecimiento
La investigadora dice que el “fenómeno de los caminantes se hizo más notorio a partir de mediados de 2018. Al principio eran jóvenes varones exclusivamente, pero luego se comienzan a integrar a los grupos mujeres, niños, familias enteras, incluso mascotas y personas con enfermedades crónicas y discapacidades motoras. El volumen de caminantes era tan grande que Colombia comenzó a colocar puntos de hidratación en el camino Cúcuta-Bogotá, restricciones al paso de mujeres embarazadas y niños, y puntos de vacunación para niños en La Parada, primera localidad que se encuentra al pasar el Puente Simón Bolívar; también se crearon refugios para comer y usar servicios sanitarios. Algunos de esos refugios surgen de iniciativas populares, individuales y de organismos internacionales instalados en la zona de La Parada”.
¿Qué pasa en esa frontera? ¿Cómo se produce el fenómeno? ¿Qué se esconde en el camino, debajo de los puentes? Acosta señala que “Migración Colombia estima que entre 35.000 y 40.000 venezolanos cruzan a diario por diferentes motivos. Lo principal es el paso pendular: ir a comprar y regresar, lo que da lugar a un nuevo mercado de personas que compran artículos en Colombia y los venden en Venezuela para generarse un ingreso extra en pesos colombianos y dólares. Ese comercio en pequeña escala dio origen a otro de mayor envergadura y desplazó el valor y uso del bolívar por las monedas regionales (colombiana y brasileña). Incluso se organizan viajes desde otros estados del país para abastecerse de los productos básicos y medicinas en Colombia y Brasil. Esto estimuló un nuevo tránsito entre las ciudades y aumentó la escasez de gasolina en estas regiones, así como el cada vez más cotidiano cobro de «vacuna» (sobornos) por parte de las autoridades venezolanas que están en las carreteras y pasos de fronteras, algunas veces en moneda y otras en mercancías”.
Narra que ella misma fue “víctima de una revisión por parte de paramilitares que me obligaron a abrir la maleta sobre el Puente La Unión. Uno de ellos se encontraba en el extremo del puente del lado de Venezuela con una mesa, donde me obligó a montar la maleta. La revisó cuidadosamente y al ver que mis pertenencias eran ropa y libros, me dejó pasar «gratis»”.
Revela que “en el paso por debajo del Puente La Unión hay que pagar para montarse en la barca, pero también al llegar al otro extremo. El pago oscila entre 5.000 y 10.000 pesos (2 y 5 dólares) y en el cobro participan hombres, niños y mujeres. Los primeros días, las barcas se movían y salían con grupos no mayores de diez personas, pero luego de una semana decidieron amarrar las barcas y los migrantes deben pasar haciendo equilibrio con sus pertenencias”.
Y entonces cuenta que “la dinámica más terrible la vi debajo del Puente Simón Bolívar. Se desarrolla allí todo un mundo de prácticas delictivas frente a las cuales los ciudadanos nos sentimos totalmente desamparados y a merced de los delincuentes y los diferentes grupos que dominan la zona. Debajo del Puente Simón Bolívar hay una terminal que ofrece servicios para migrantes sin documentos que desean dirigirse a diferentes ciudades de Colombia, a Ecuador y Perú. Mujeres y niños se encargan de la venta menuda de mercancías: café, cigarrillos, comida, agua; los adultos se encargan del cobro e inspección de mercancía en grandes bultos, comida, llantas, bicicletas, baterías para carros, etc. También pasan ganado, gasolina en gran escala, carros y drogas, pero eso responde a otra dinámica más compleja en la que participa incluso personal de los cuerpos de seguridad de ambos países”.
Agrega que “el cierre de la frontera ha estimulado la economía informal y la pugna entre grupos violentos es más descarnada porque han aparecido nuevos pasos ilegales y nuevas mercancías para contrabandear. El informe de Transparencia Venezuela (2019) señala la presencia del Ejército de Liberación Nacional (eln), las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (farc) y el Ejército Popular de Liberación (epl) y cómo estos grupos han penetrado al menos seis estados del país, así como grupos violentos venezolanos”.
Acosta hizo 5 viajes al estado Táchira que limita con Colombia. Y “en cada viaje parecía enfrentarme a una nueva frontera, con más personas, más ilegalidad y más caos. En la medida en que aumenta la migración, quienes buscan salir del país se van quedando en los alrededores pidiendo dinero, vendiendo café, agua, caramelos, durmiendo en las calles, y los ciudadanos desesperados por la crisis se confunden con los que aprovechan la ocasión para robar y extorsionar. Hay prostitución, trata de personas, trabajo forzoso, niños en la calle mientras sus padres trabajan”.
Dice que “la frontera colombo-venezolana no es un borde, no es una línea. Es una franja con realidades diferentes que surgen de un contexto físico, político y económico particular desconocido en el resto del país. También hay problemas comunes a ambos lados: el sufrimiento de la gente, la inseguridad ciudadana, la violencia, la desprotección por parte del Estado, la dualidad de la institucionalidad pública y la baja calidad de vida de las personas”.
Citigroup y la ONU lanzan un programa para formar a jóvenes del éxodo venezolano en Colombia y Perú
Concluye Acosta que “el cierre de las fronteras no solo no disminuyó los problemas de violencia, sino que ha dado origen a muchos otros, en especial el aumento de la corrupción, del contrabando y de los problemas sociales de la región. Cerrar la frontera también cerró el aliviadero que significaba para los venezolanos pasar para abastecerse de los bienes más básicos”. Señala que “los gobiernos locales no tienen la estructura para abordar los problemas de la región, por lo que se hacen imprescindibles políticas públicas transnacionales de seguridad ciudadana”.
Señala de manera contundente que “la presencia de grupos irregulares sin duda marca la dinámica del poder y la violencia. La ilegalidad se apropió del control de los territorios… Colombia y Venezuela perdieron la lucha por los territorios de frontera y sus bienes. Pero también la perdieron los ciudadanos que están totalmente desprotegidos ante la violación de sus derechos, comenzando por el libre tránsito. ¿Qué hacer al ser víctima de un delito en las fronteras? ¿Dónde denunciar en un país que observa la fusión de actores gubernamentales con grupos irregulares? Cualquier intento de resolución binacional ante problemas tan graves ha quedado como papel mojado. Por otra parte, ese esquema de economía ilegal y de una vida asociada a diversas prácticas irregulares en las fronteras penetró en el resto del país y se convirtió en un problema de seguridad ciudadana. Todos estos factores hacen que el venezolano vulnerable emigre en las condiciones más desventajosas y peligrosas, para luego descubrir que Colombia (o Ecuador o Perú) tampoco son el espacio que imaginaba, que cambia unos problemas por otros más graves y que debe lidiar ahora con su tristeza, su soledad y su estatus ilegal”.