Pedro Benítez (ALN).- Por primera en vez cinco años, luego de una insólita devastación económica y social, Maduro da una señal de flexibilización en el control de cambios. Una señal insuficiente y sin claridad en medio del laberinto de intereses y visiones ideológicas dogmáticas que caracterizan al chavismo.
La estimación del Fondo Monetario Internacional para Venezuela que proyecta 1.000.000% de inflación para este año (con otra caída del PIB de 18%) ha sido recibida con confusión por parte de los venezolanos, pero en el régimen de Nicolás Maduro ha provocado una convulsión.
Las fuerzas internas que promueven una política económica más abierta y flexible hacia el sector privado, encabezadas por el vicepresidente del Área Económica Tareck El Aissami, parecen haber logrado imponer su criterio por primera vez desde que Nicolás Maduro ocupa el despacho presidencial de Miraflores.
Muy en el tono de autocrítica que empieza a dominar al chavismo, el pasado martes Maduro en una intervención en la cual admitió que: “En el desarrollo de las fuerzas productivas que la revolución necesita acrecentar hemos fallado”, y anunció cinco medidas económicas que entrarían en vigencia el próximo 20 de agosto:
1-Nueva postergación de la reconversión monetaria para que el bolívar soberano reemplace al bolívar fuerte, que consistiría en quitarle cinco ceros a la actual moneda (el previo intento de reconversión pretendía restarle tres ceros).
2-Eliminación de aranceles para la importación de algunos bienes de capital.
3-Un “anclaje” de la nueva moneda con respecto al petro (la moneda virtual).
4-Una parte de las reservas petroleras de la Faja Petrolífera del Orinoco pasarían a respaldar los activos del Banco Central de Venezuela (BCV).
5-Y una flexibilización de la ley de ilícitos cambiarios que penaliza la posesión e intercambio de divisas desde que se instauró el control de cambios en febrero de 2003.
De todas, la más relevante es esta última que se convirtió con el pasar de los años en el centro de toda la estrategia de hegemonía económica, política y social que primero el expresidente Hugo Chávez y luego Maduro le impusieron a Venezuela.
Las fuerzas internas que promueven una política económica más abierta y flexible hacia el sector privado están encabezadas por el vicepresidente del Área Económica Tareck El Aissami
En una ocasión, Aristóbulo Istúriz, exvicepresidente ejecutivo de Maduro y connotado dirigente chavista, resumió muy bien la posición predominante de ese movimiento sobre el tema: “Si quitamos el control de cambio nos tumban, el control de cambio aquí es una medida política, no una medida económica”. Más claro sobre la auténtica intención, imposible.
No obstante, nunca han faltado voces dentro del régimen que se han sumado a las demandas de flexibilizar la compra y venta de moneda extranjera. Primero el expresidente del BCV Nelson Merentes lo planteó en 2013. Luego el exministro de Petróleo, Rafael Ramírez, quien incluso logró que sus recomendaciones fueran aprobadas en el tercer congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) en agosto de 2014.
En los últimos dos años El Aissami, anterior vicepresidente ejecutivo y estrecho aliado de Maduro, tomó el testigo de esa causa.
Cercano y protector de algunos empresarios a los que el régimen no percibe como enemigos, su visión es ayudar a esos empresarios (amigos) asumiendo algunas reformas económicas.
Por ahora su posición dentro del Gobierno parece haberse impuesto, aunque Maduro ha dicho que la decisión final estará en manos del partido oficial y de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC).
Una mayoría dentro del régimen chavista-madurista parece haberse resignado a la idea de que el desmontaje de las restricciones a la compra y circulación de divisas, impuestas por el expresidente Chávez desde 2003, es inevitable. Esta es, además, una exigencia del Gobierno chino, del que Maduro espera le vuelva a abrir crédito. Esto último no es un dato menor.
Sin embargo, que Maduro delegue en la ANC la ficción de sancionar esa medida es una señal de que no las tiene todas consigo. En el complejo juego de poderes e intereses que caracterizan el poder chavista, a muchos no les conviene porque perjudicaría sus negocios corruptos, uno de los cuales ha sido capturar renta a través del acceso a la compra de divisas muy baratas que luego pueden vender en el mercado negro.
Otros, el núcleo de izquierda muy radical, se oponen por razones políticas e ideológicas (lo que no quiere decir que sean honestas). Aquí destacan dos asesores muy cercanos a Maduro. El economista español vinculado a Podemos, Alfredo Serrano Mancilla, y la también economista y exviceministra de Salud, Pascualina Curcio. Esta, muy activa en la oposición a cualquier apertura económica, en una de sus declaraciones en la televisión del Estado resumió su punto de vista así: “Levantar el control cambiario es entregar las llaves del arsenal al enemigo. Equivale a entregar las armas. Es rendirse. Es perder la guerra. Es ceder la independencia y la soberanía”.
De paso ratificó que la causa fundamental de la situación venezolana es fundamentalmente la “guerra económica” de origen externo.
La hiperinflación sigue su curso
Pero en el fondo de la cuestión lo que subyace es el monumental fracaso de una medida que originalmente se planteó para evitar la fuga de divisas, cuando lo que ha ocurrido en estos años es la mayor exportación de capitales de la historia economía venezolana. En estos tres lustros las reservas internacionales pasaron de 14.000 millones de dólares en 2003, a un tope de 43.000 millones en 2008 (al final de primer boom de precios del petróleo), y a los 8.700 millones de mediados de julio pasado, con tendencia a bajar pese al incremento del precio del barril de petróleo de los últimos meses.
De paso, el control de cambios destruyó a la estatal industria petrolera nacional (obligada a operar con una tasa de cambio que la hacía perder) y también al sector privado.
Levantar el control cambiario sin cerrar el déficit fiscal es básicamente admitir que el gobierno de Maduro no puede hacer nada para ordenar la economía
No obstante, Tareck El Aissami no está planteando el paquete de reformas económicas completas que puede sacar a Venezuela de la hiperinflación y revertir el proceso de destrucción al que ha sido sometida.
En su discurso sigue insistiendo en los mismos tópicos chavistas para prometer que: “La guerra de los precios, la especulación criminal, brutal, tiene su hora y su fin: el 20 de agosto terminan todas las formas de remarcaje, de boicot y sobreprecios”.
Es muy probable que no sepa qué está diciendo ni lo que va a hacer. Levantar el control cambiario sin cerrar el déficit fiscal (dos dígitos del PIB desde 2011 año tras año), verdadera causa que alimenta la hiperinflación, es básicamente admitir que el gobierno de Maduro no puede hacer nada para ordenar la economía.
Pero por otra parte, dejar aunque de manera formal y simbólica esta decisión económica en manos de la ANC es una demostración de que Nicolás Maduro no gobierna en Venezuela. En realidad en ocasiones manda y la mayoría de las veces sobrevive. Día a día. Entre grupos, presiones y concepciones dogmáticas.
La hiperinflación hace su implacable trabajo de destrucción, del cual el régimen chavista-madurista no puede escapar.