Pedro Benítez (ALN).- El ciclo de acción y reacción con que el régimen de Maduro lidia con la economía venezolana parece interminable. Un día da señales de querer manejarse con cierta sensatez y promete no emitir más moneda para financiar el déficit fiscal y al otro coloca a lo que queda de la empresa privada al borde de la quiebra, para después autorizarla a que suba los precios de los productos, ofrecerles créditos y pedirles apoyo. Pero al final el resultado es el mismo: no logra que la economía le obedezca.
A fines de 2016 Nicolás Maduro dijo por primera vez: “Tenemos que gobernar la economía”. Su razonamiento era que si contra todo pronóstico había logrado mantenerse en el poder, también podría doblegar a las fuerzas económicas. Un eco lejano de aquella frase atribuida a Simón Bolívar: “Si la naturaleza se opone lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.
No importa que ningún historiador haya podido nunca corroborar la veracidad de esas palabras atribuidas por uno de sus enemigos al líder de la Independencia hispanoamericana; los apologistas de este las asumieron como ciertas y el chavismo las incorporó a su mitología.
Inspirados en ese mito, y con suficientes dosis de ignorancia y soberbia, el expresidente Hugo Chávez (con altos ingresos petroleros) y su heredero (sin esos ingresos) emprendieron una cruzada para poner a la economía al servicio de su proyecto de poder. Los resultados los estamos viendo.
Maduro ha demostrado su capacidad para el oportunismo político al atribuir siempre sus fracasos como gobernante a otros
Para aprender hay que tener un poco de humildad y por lo visto Maduro no la tiene. Aunque ha demostrado su capacidad para el oportunismo político al atribuir siempre sus fracasos como gobernante a otros (sabotajes internos, bloqueos externos, traiciones o conspiraciones), y aunque la emigración masiva y la depauperación generalizada ciertamente han facilitado su propósito de dominar Venezuela a su voluntad, esto no debe ocultar el hecho de que su régimen ha sido un fracaso en cuanto a las promesas y expectativas creadas una y otra vez y las realizaciones concretas.
Como sabía que el implacable proceso hiperinflacionario estaba desmoralizando a toda la base política que le sostiene, hace tres semanas Maduro decidió pasar a la ofensiva económica. La reconversión monetaria, los drásticos incrementos salariales, los bonos adicionales y las renovadas inspecciones contra comerciantes especuladores crearon la esperanza, en un sector de la población, de que el incesante incremento de precios sería detenido y el ingreso personal recuperado.
Pero la nueva tasa de cambio a la cual el Gobierno fijó el valor del nuevo bolívar soberano y de su unidad de cuenta (el petro) se devaluó inmediatamente de 60 a 100 por dólar en el mercado paralelo. Además, autorizó fuertes incrementos en los precios de los alimentos, así como del trasporte público, mientras que al mismo tiempo no ha podido pagar los aumentos de salarios decretados a los pensionados. Incluso la caja CLAP, el paquete de alimentos subsidiados que el Gobierno distribuye, tuvo un alza considerable.
El efecto esperanzador que las nuevas medidas económicas han tenido en el chavismo comienza a diluirse y las quejas a crecer. Al no atacar los problemas de fondo, la baja producción y la escasez de dólares para importar, era previsible que esto ocurriera.
Pero el chavismo-madurismo no lo comprende. No entiende por qué sus acciones tienen resultados tan distintos a los previstos. Maduro en particular se aferra a la idea de que esto es así por falta de una mayor regulación.
En octubre de 2011, ante una creciente inflación, se aprobó la Ley de Precios Justos para combatirla. Como no dio los resultados anunciados se reformó dos veces. Esto tampoco funcionó, así que siendo Maduro presidente creó en 2014 la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos (SUNDDE) con el fin de hacer cumplir rigurosamente el control de precios pero la inflación siguió siendo la más alta del mundo. Pese a contar con todo el respaldo militar y policial que solicitaron, ninguno de los cinco superintendentes designados para regir ese organismo pudo evitar que Venezuela cayera en hiperinflación. Pero no siendo nada de eso suficiente, Maduro acaba de crear un Ministerio de Comercio Interior para controlar los precios.
El Aprendiz de Brujo
Esta es una historia ya conocida. Después de todo, es la misma de todos los regímenes socialistas del siglo XX en los que Nicolás Maduro y sus partidarios (de uno y otro lado del océano Atlántico) se inspiran.
El historiador británico Robert Service, en su obra Rusia, hace un recuento de la sucesión de dificultades que los bolcheviques enfrentaron desde los primeros años en el poder en su empeño por construir el socialismo en ese país. De más está decir que esas dificultades las iban creando ellos mismos en cada decisión.
Como un libreto, ese mismo ciclo de acción y reacción se está repitiendo en Venezuela desde hace años con unas consecuencias destructivas que son obvias para cualquier observador medianamente imparcial.
Maduro actúa como El Aprendiz de Brujo, sus decisiones económicas tienen resultados totalmente distintos e imprevistos a los que él espera.
No obstante, apreciar lo que realmente se propone ha dado pie a un cierto debate dentro de Venezuela. ¿Las recientes medidas son la antesala a la liquidación del sector privado venezolano y por lo tanto a la implantación definitiva del comunismo cubano? ¿O son una nueva demostración de su absoluta ineptitud e ignorancia en materia económica?
Destruir al sector privado para hacer que el resto de la sociedad dependa de la mano del “ogro filantrópico” suena lógico. Lo que no es coherente es destruir la industria petrolera estatal que ha financiado, a fin de cuentas, todo el proyecto de poder nacional e internacional del chavismo desde 1999. Pero es esto último lo que Maduro ha conseguido con sus políticas pese a que todas luces eso no le conviene. Aquí está la clave para explicar lo que ocurre dentro de su gobierno.
Quiere subir la producción petrolera pero no sabe cómo. Designar como ministro de Petróleo y presidente de Petróleos de Venezuela (PDVSA) a un militar activo (Manuel Quijada) es una señal de su concepción del manejo de un país.
Quiere detener la hiperinflación y tampoco sabe cómo. Monta un supuesto programa de recuperación económica que resulta en todo lo contrario. Más inflación, más desabastecimiento y más desempleo.
Autorizó fuertes incrementos en los precios de los alimentos, así como del trasporte público, pero no ha podido pagar los aumentos de salarios decretados a los pensionados
Lo concreto hasta ahora, es que Maduro no pretende destruir lo que queda de la empresa privada venezolana. No porque no sea eso lo que desee en su fuero interno, sino porque no le conviene.
Lo que sí desea es controlarla. De hecho, desde hace años los funcionarios civiles y militares despachan dentro de las grandes empresas productoras y distribuidoras indicándoles a dónde deben realizar los despachos diarios. Además, estas deben demostrar sus estructuras de costos para que les autoricen los respetivos aumentos de precios al público, como acaba de ocurrir.
De modo que un día amenaza a los empresarios calificándolos de ladrones y a la semana siguiente les ofrece “créditos productivos” en una reunión pública donde, además, les pide apoyo y que “hagan suyo el programa de recuperación económica”.
Lo que los funcionarios maduristas no terminan de comprender es que la solución a los problemas económicos de Venezuela no pasa por más controles, regulaciones y fiscalizaciones, sino por más inversión privada y competencia. Exactamente lo que desincentivan.
Lo anterior explica lo contradictorio de sus acciones económicas. En resumidas cuentas, Venezuela padece las consecuencias del modelo chavista. Así opera.
Veremos si Maduro sigue el ejemplo de Lenin y los bolcheviques, que para mantenerse en el poder amenazado por el caos que ellos mismos habían contribuido a agravar retrocedieron en sus políticas, o por el contrario va tras la senda de su homónimo y colega Nicolai Ceaucescu.