Zenaida Amador (ALN).- “Estoy atento a todos los fenómenos del surgimiento de la dolarización”, aseguró en días pasados Nicolás Maduro, a propósito de eso que muchos identifican como una “burbuja” de consumo en Venezuela y que él llama un “respiro” de la economía, donde las divisas extranjeras marcan la pauta generando un efecto que, por momentos, parece encubrir la severa crisis humanitaria que sufre el país.
El propio Maduro confesó que fue su decisión permitir el flujo de divisas de manos del sector privado, porque “estamos en una economía de resistencia”. El efecto es llamativo y, al menos en términos de titulares de la prensa internacional, pocos se enfocan en el hambre que impera en Venezuela y muchos centran su atención en la dolarizada economía de la “revolución bolivariana”.
Según estimaciones de la firma Ecoanalítica, en zonas fronterizas de Venezuela el 90% de las transacciones se realizan con monedas distintas del bolívar, aunque en general en el país cerca de 60% se concretan en otras divisas.
“Tenemos un mercado en funcionamiento”, aseguró Maduro a fines de 2019 mientras le daba gracias a Dios por la dolarización que, según aseguró, “puede servir para la recuperación y despliegue de las fuerzas productivas del país y el funcionamiento de la economía”.
A inicios de febrero The New York Times se refirió a esto asegurando que “los centros comerciales, que hace seis meses lucían abandonados, ahora están llenos de gente, y las camionetas importadas recorren las calles. Restaurantes y bares nuevos están apareciendo cada semana en las zonas más prósperas de la ciudad, con sus mesas llenas de empresarios extranjeros, caraqueños a la moda y personas vinculadas al gobierno”.
Maduro juega a la “chinización” de la economía para consolidarse en el poder
Sin embargo, el proceso desordenado de dolarización no resuelve los problemas de fondo de la economía ni corrige la severa crisis humanitaria.
Para el economista y diputado a la Asamblea Nacional, José Guerra, Maduro propició esta “burbuja” para dar la impresión de que las cosas van bien en Venezuela, pero en realidad lo único que está haciendo es dividir al país entre los que tienen acceso a divisas y los que no. Los pobres siguen condenados en un país colapsado, sin producción y con cada vez menos oportunidades de empleo.
Lo que esconde la burbuja
La verdad permanece allí, sin maquillajes. El Programa Mundial de Alimentos publicó este fin de semana su más reciente informe donde deja constancia de la gravedad de la crisis: 2,3 millones de venezolanos están en inseguridad alimentaria severa, 59% de los hogares no tiene ingresos suficientes para comprar comida y 33% de los hogares ha aceptado trabajar a cambio de comida.
El reporte sobre la Evaluación de la seguridad alimentaria en Venezuela preparado por la organización humanitaria de la ONU, tras evaluar la situación del país en el último tramo de 2019, expone que 74% de las familias ha utilizado estrategias de sobrevivencia relacionadas al consumo de alimentos, reduciendo la variedad y calidad de la comida.
El Programa Mundial de Alimentos publicó este fin de semana su más reciente informe donde deja constancia de la gravedad de la crisis: 2,3 millones de venezolanos está en inseguridad alimentaria severa, 59% de los hogares no tiene ingresos suficientes para comprar comida y 33% de los hogares ha aceptado trabajar a cambio de comida.
Casi uno de cada cinco hogares (17,8%) tiene un nivel inaceptable de consumo de alimentos, del cual un 12,3% tiene consumo de alimentos límite y un 5,5% un consumo pobre.
Más allá del hecho de que 65% de los hogares venezolanos no es capaz de comprar artículos esenciales de higiene, ropa y calzado, la calidad de vida se ve severamente afectada por el deterioro de los servicios públicos. Cuatro de cada 10 hogares experimentan interrupciones diarias en el servicio de electricidad y 72% tiene un suministro irregular de gas doméstico.
Además, cuatro de cada 10 hogares sufren interrupciones recurrentes en el servicio de agua, por lo cual las familias tienen que usar estrategias alternativas como la compra de agua embotellada o el uso de camiones cisterna, para acceder a agua potable. Así, 25% de los hogares carece de acceso estable al agua potable.
No se consume, no se produce
Según la Red Agroalimentaria de Venezuela, al cierre de 2019 los índices de producción de todos los rubros básicos se ubicaban en alrededor de un tercio de lo que registraban en 2008, incluyendo maíz, arroz y caña de azúcar. La disponibilidad per cápita de productos como aves, huevos y lácteos ha caído de forma abrupta en los últimos tres años.
Esta caída en la producción local se agrava con el desplome de las importaciones. El reporte indica que entre 2012 y 2019 las importaciones de productos como maíz, soya y azúcar, que constituyen el núcleo calórico proteico de la alimentación, se redujeron a un poco menos de la mitad.
La radiografía muestra que la producción agroindustrial venezolana en 2018 era menos de la mitad de lo que alcanzó en 2005.
La Red Agroalimentaria puntualiza que en 2019 los venezolanos tenían sólo 42% de las calorías y el 35% de las proteínas de las que en promedio disponían en los años 2011 a 2013.
Pero el desplome del consumo de alimentos es abrumador. Para 2012 se estimaba en 49 kilos per cápita el consumo al año de carne de aves por parte de los venezolanos, que en 2019 apenas llegó a 5,5 kilos. En el caso del maíz pasó de 40 a 18,1 kilos per cápita al año.
Esta es la Venezuela que Nicolás Maduro intenta ocultar.