Pedro Benítez (ALN).- Las dos grandes potencias emergentes del planeta pueden ser el apoyo de los regímenes autoritarios que intentan consolidarse en Bolivia, Nicaragua y Venezuela. El creciente poderío económico de la República Popular China y la fuerza militar de la Federación Rusa son la única tabla de salvación del gobierno de Nicolás Maduro, cada vez más aislado por sus propios vecinos. La actitud de esas potencias puede ser uno de los desafíos más importantes a los que se enfrenten las democracias de Latinoamérica.
La actitud de la comunidad democrática del continente americano hacia la pretensión reeleccionista del presidente venezolano Nicolás Maduro luce muy resuelta, no lo reconocerán. Las declaraciones del Grupo de Lima y el retiro de la invitación por parte del Gobierno de Perú al mandatario de Venezuela a la Cumbre de las Américas que se realizará en la capital de ese país el 13 y 14 de abril, son sólo parte del creciente proceso de aislamiento diplomático y condena política que nunca se ha hecho contra ningún gobierno de la región desde 1960, cuando la Organización de Estados Americanos (OEA) expulsó a la dictadura del dominicano Rafael Leónidas Trujillo de esta entidad (Leer más: Nicolás Maduro ya es el malquerido de Latinoamérica).
Los historiadores concuerdan en que aquel asedio diplomático contra uno de los más crueles e implacables tiranos latinoamericanos fue el inicio de la descomposición de su régimen.
Desde ese punto de vista la situación de Maduro hoy es incluso más grave que la de Alberto Fujimori en el año 2000, luego de su cuestionada reelección presidencial. En aquella ocasión la mayoría de los gobiernos americanos no avalaron ese proceso electoral y sólo los presidentes Gustavo Noboa de Ecuador y Hugo Banzer de Bolivia (sus vecinos) asistieron a la juramentación de Fujimori en el cargo.
Nicolás Maduro ha apostado con toda lógica al respaldo diplomático, económico y militar de China y Rusia
Todos los gobiernos del mundo gastan dinero en sus relaciones internacionales. Embajadas, consulados, asesores, lobbies, personal en las cancillerías y formar parte de organismos multilaterales tienen como propósito obtener la legitimidad política que otorga el reconocimiento internacional. ¿Por qué esto es importante? Por la estabilidad que dentro del régimen da esa legitimidad.
En los años de la Guerra Fría cuando un gobernante se enfrentaba a uno de los dos bloques de poder mundial corría a buscar el apoyo y reconocimiento del otro. Eso fue lo que hizo Fidel Castro en el sorprendente intercambio de alianzas cuando, enfrentado a Estados Unidos en 1960, buscó y obtuvo el apoyo de la Unión Soviética y con ella de prácticamente la mitad del mundo. Ese fue uno de los motivos (probablemente el más decisivo) que explica por qué el embargo comercial de su vecino del Norte y el aislamiento diplomático que le impuso la OEA en 1962 no tuvieron el mismo efecto que en el caso de Trujillo y la República Dominicana.
En este sentido Nicolás Maduro, en abierto desafío a la opinión de sus vecinos, desde que eligiera la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) el 30 de julio pasado, ha apostado con toda lógica al respaldo diplomático, económico y militar de China y Rusia a fin de mantener abiertos unos boquetes en la situación de aislamiento en la que, a fin de cuentas, él mismo se ha metido.
Maduro puede salvar su permanencia en el poder si consigue el respaldo de estos dos gigantes en esos términos. De ser así, estaríamos ante una situación que implicaría un desafío abierto no sólo a la hegemonía de Estados Unidos, sino a la tradición democrática que Latinoamérica ha venido construyendo.
Pero hasta ahora el mandatario del Socialismo del siglo XXI sólo ha obtenido en los últimos dos años del Gobierno chino buenos deseos. Pekín no le ha renovado los flujos de financiamiento que tanto necesita. Por su parte, el apoyo que Moscú le puede dar económicamente es muy limitado, habría que ver hasta dónde sería capaz de dar respaldo militar en lo que es mucho más presto.
Un aliado incómodo
Resulta que Venezuela es un aliado incómodo por inestable. Si estuviera en la situación de Nicaragua o Bolivia (dos países donde a la callada el autoritarismo personal se está consolidando) otra sería la historia. El país centroamericano donde gobierna Daniel Ortega desde 2006 tiene un tratado de libre comercio con Estados Unidos y el dólar circula libremente junto con el córdoba, la moneda nacional. En un giro de 180 grados con respecto a su primera etapa en los 80 el líder sandinista no cesa de cortejar el apoyo de los empresarios de su país.
Otro caso de travestismo político es el de Evo Morales, en Bolivia, que pese a su retórica y gestos ha tenido un manejo prudente de la economía.
Maduro persiste en la intención de hacer unas elecciones presidenciales que todas las democracias de América le han advertido que no reconocerán
No es el caso de Maduro, que tiene una gran capacidad de crear crisis sucesivas y llamar la atención por malas razones. Ahora el flujo de migrantes venezolanos hacia los países vecinos comienza a considerarse como una crisis de refugiados. Un país así es muy difícil de tener como aliado (Leer más: 230.000 venezolanos piden asilo en el mundo según cifras de Acnur).
Probablemente esto explica la actitud contemporizadora de Maduro (muy distinta a la habitual) hacia el presidente colombiano Juan Manuel Santos en las últimas horas.
Pero persiste en la intención de hacer unas elecciones presidenciales que todas las democracias de América le han advertido que no reconocerán, por lo que es fácil predecir que sólo el apoyo decidido de esas dos gran potencias lo puede salvar del descalabro definitivo (Leer más: En Venezuela habrá elecciones pero no democracia).
Por su parte, si a Rusia y China les interesa aprovecharse de las horas bajas que los sistemas democráticos están pasando por el mundo a fin de legitimar sus respectivos autoritarismos tienen que pagar.