Pedro Benítez (ALN).- En la noche previa a la toma de posesión de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, un grupo de mandatarios de la izquierda latinoamericana se tomaron la foto de rigor a fin de inmortalizar la ocasión, en una de las escaleras del Palacio Nacional, sede el Poder Ejecutivo de ese país. En el grupo podemos apreciar a Lula da Silva, Gabriel Boric, Xiomara Castro, Gustavo Petro y Bernardo Arévalo, con el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), en primer plano.
Todos con pulcras credenciales democráticas, elegidos constitucionalmente en elecciones libres, competitivas y transparentes. De los invitados solo faltó Luis Arce. El que no se ausentó, de hecho, llegó de primero, y destaca en la imagen colectiva es el presidente de la República de Cuba y primer secretario del único partido permitido en la isla, Miguel Díaz-Canel.
Al día siguiente más fotos de cada uno por separado con la flamante mandataria. En realidad, nada particular, puesto que desde hace muchas décadas los jefes de Estado cubanos han sido invitados especiales en este tipo de ceremonias propias de las liturgias democráticas latinoamericanas como uno más. Las mismas consideraciones, el mismo nivel. Una reliquia de la Guerra Fría. No obstante, en el caso mexicano hacia el régimen cubano hay una actitud particular, puesto que las relaciones especiales que los gobiernos del viejo PRI manifestaban con la Cuba castrista era parte de esos gestos simbólicos que le permitían desafiar a su todopoderoso vecino de norte, sin correr riesgos indebidos.
Esa tradición la retomó y profundizó AMLO en el sexenio que acaba de culminar (2018-2024).
Como respuesta, y no por casualidad, el presidente argentino Javier Milei recibía en esos mismos días, por todo lo alto, a su homólogo salvadoreño, el controversial Nayid Bukele. La pareja exhibió su fraternidad en uno de los balcones de la Casa Rosa de Buenos Aires que da a la histórica Plaza Mayo. ¿Ustedes se retratan con la cara de la dictadura comunista cubana? Pues yo tengo de amigo al más popular de los presidentes de esta parte del mundo, y quien sabe si más allá.
Ignorancia
En el estilo rupturista y poco institucional que los caracteriza, los dos declinaron asistir a la ceremonia de asunción de la mandataria, y tampoco enviaron representantes de su gabinete. El salvadoreño al menos envió las felicitaciones de rigor cuando Sheinbaum fue elegida, pero el argentino ni siquiera se tomó la molestia de hacerlo, confirmando la mala relación con el gobierno mexicano. AMLO lo llamó “facho conservador” y el libertario, en una entrevista con CNN, lo trató de ignorante.
En el cuarto del siglo que corre, la política latinoamericana se ha parecido más bien a un vecindario, con ciertos presidentes inclinados a insultarse mutuamente, dejando atrás las formas protocolares de las majestades republicanas que representan. Un estilo que reinició el venezolano Hugo Chávez, puesto que en tiempos pasados era una costumbre del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
Tal vez el amable lector recuerde las procacidades que en su día profirieron Chávez y su colega Rafael Correa, contra Álvaro Uribe y Alan García. Más reciente, retomó ese estilo el ex presidente Jair Bolsonaro, muy en la moda imperante en estos días, siguiendo el ejemplo de Donald Trump. Y también se ha hecho costumbre las difamaciones por parte de Petro contra Bukele y las rápidas respuestas de este, para diversión de los miembros latinoamericanos interesados en política de la red social X.
Diaz-Canel, el elegido de Raúl Castro
Pero más allá de las chanzas, las imágenes que comentamos hoy son un reflejo de la poca estima que la mayoría de los presidentes en ejercicio de Latinoamérica sienten por la democracia liberal; es decir, por esas instituciones nacidas desde la Ilustración que han dado (la despreciada, pero al mismo tiempo envidiada) prosperidad y libertad de las que hoy gozan las sociedades más avanzadas del mundo. Eso que la mayoría (por no decir todos) los latinoamericanos quisieran tener.
Por supuesto, nuestra comparación dista de ser justa. Diaz-Canel fue elegido por la voluntad de un solo individuo; Raúl Castro Ruz. Formalmente está a la cabeza de la más longeva, cruel y desastrosa dictadura que haya tenido nunca este hemisferio, que en su saldo cuenta con miles de presos políticos, infinidad de fusilados y millones de emigrados, en medio la ruina de la que fuera una promisoria sociedad. En cambio, Bukele es un presidente electo y reelecto de manera abrumadora por sus conciudadanos en elecciones libres.
No obstante, la nueva derecha latinoamericana, presa del complejo de Adán y arrastrada por su deseo de revancha contra el autodenominado progresismo, prefiere ignorar los atropellos del presidente salvadoreño a la Constitución de su país que le prohíbe la reelección consecutiva.
Acabar con la democracia
Restricción que Bukele se saltó a la torera, obteniendo un segundo mandato en febrero pasado en virtud del masivo apoyo de sus conciudadanos; 84% de los sufragios, 31 puntos más que cinco años antes. De paso, también le dieron una mayoría absoluta a sus partidarios en la Asamblea Nacional, mientras que la semana pasada logró completar una Corte Suprema con jueces afines a él.
Resulta curioso que en nombre del liberalismo ciertos liberales se pasen por alto esa parte del librito según la cual el poder debe ser limitado, así sea el poder de la mayoría. El poder absoluto por vías democráticas es una manera muy eficaz de acabar con la democracia, tal y como pasó con la Venezuela chavista ante la mirada impasible de todo el hemisferio.
Por cierto, el método Bukele (no el tema de seguridad en las calles, sino de control institucional) es lo que AMLO ha aplicado en México, también con amplio respaldo popular, ante la impotencia de una desprestigiada oposición e indiferencia del resto de la región. Su última ofensiva antes de traspasar la banda presidencial fue la de reformar la ley a fin de elegir por voto popular a todos los jueces, desde la Suprema Corte para abajo. Lo que suena muy bonito, pero que en la práctica implicará que el partido mayoritario (el de Sheinbaum y de él) tomará también el control de la Justicia mexicana.
Éxito que atrae
La única esperanza que hay hoy en México de no retornar a los días del partido hegemónico (paso previo a la dictadura perfecta), es que la presidenta no siga los pasos de su mentor. Ilusión sin mucho fundamento, puesto ella ha dicho que por esa reforma votaron recién los mexicanos. Desde esa perspectiva, la presencia de Díaz-Canel como invitado de su toma de posesión resulta una señal más que inquietante.
Al otro extremo de la región, lo que a Milei le parece atraer intensamente de Bukele, como la luz a las polillas, es su indiscutible éxito político. No es el único, lógicamente. Sin embargo, y como la memoria es corta, recordemos que, en su caso, esa también puede ser una vía directa al desastre, como le ocurrió al recientemente fallecido ex presidente Alberto Fujimori. También con un abrumador apoyo popular en su día, se tiró la constitucionalidad peruana y vemos cómo terminó los últimos 20 años de vida, de prisión en prisión.
A fin de insistir en buscar las diferencias que se obtienen de toda comparación, anotemos una sustancial; con menguada representación parlamentaria, Milei está más cerca hoy de ser sometido a juicio político por parte del Congreso argentino, que de conseguir imponer una hegemonía en las instituciones en el país austral, como han hecho López Obrador y Bukele.
La historia nunca se repite, pero rima, porque siempre se le olvida.
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